Hoy va a ser el primer día, y al final será el único, que no tomaremos tren ni cargaremos mochila. Nos quedamos en Amberes. Un día de relax para disfrutar a fuego lento esta intensa ciudad profusa en comercio, diamantes, arte y buen vivir. Para visitar la Casa de Rubens y constatar que la actividad pictórica y diplomática de Peter Paul le dio sus buenos réditos, pero ciertamente se los ganó, trabajó y dio abundante trabajo a sus discípulos y ayudantes en su taller. Conoceremos la vaporosa avenida Meir a plena actividad y nos empaparemos de su denso y exuberante deambular. Repararemos en que en este país y en estas ciudades también hay obras, nos encontraremos toda la Nationalstraat empantanada de principio a fin. Conoceremos a una de las grandes revelaciones de este periplo: Rodenbach, roja, fresquita, natural de aquí, que entra sola, recuerda a aquella agua de cebada que se bebía antiguamente en Madrid, pero en cerveza. Preferentemente en vaso de 33 cl, que si por esta tierra hubo tercios, afortunadamente hoy son otra cosa. Servida por Elena Clijsters (1), todo un derroche de sonrosada simpatía, irreductible sonrisa del bar Pelikaan, que ya se va perfilando como otro de mis favoritos. A todo esto, cuando hablo de bares, me refiero a sus terrazas, que es donde te quedas si encuentras sitio para sentarte. Dentro, sin aire acondicionado, no se puede estar. Por la noche atenderá también Marusia Van Damme (1), que habla español porque estuvo por Málaga y tal. Por la tarde departimos con Karmeliet, una rubia solemne, estricta y sin fisuras. Gotas de Flandes que salen y entran, que viajan en una y otra dirección.
Pero hoy los verdaderos protagonistas van a ser los mejillones. Es el manjar por antonomasia de los belgas, recuérdese que en cervecerías como aquella de Capitán Haya los tenían con mostaza, queso… Y claro, ya que estás, no puedes irte sin probar los Mosselen. Lo que pasa es que esto no es como en Galicia, que te pides una ración y tan ricamente. Aquí tiene que ser una cazuela de 1 kg de mejillones. Y si vienes solo y no tienes a priori –ni a posteriori- con quien compartirlos, pues es todo un desafío. Pero ya nos habíamos mentalizado, esta noche va a ser. De hecho ya hemos localizado el sitio –de los muchos que se ofrecen- que tiene buena pinta: el Bar Gollem en Suikerrui, la calle que parte de la Catedral y enlaza con el puente sobre el Schelde, ya saben, el potente río navegable. Pero hete aquí que en este cálido atardecer –hoy ha vuelto a hacer calor, y cuando digo calor me refiero también a la humedad asociada-, después de hacer las paradas técnicas de rigor, cruzamos Grote Markt (ya saben, la Plaza Mayor) y nos seduce otro bonito restaurante, vamos, su terraza muy bien puesta en un marco ideal. No me quedaré con el nombre del sitio, una pena. Los anuncian como los mejores de la ciudad, son aquí un poco más caros pero es lo que tiene el glamour de la ocasión, pues ya está. Y a partir de aquí, la secuencia de los hechos:
20.30h: nos sentamos en una mesa para dos, a mi lado un chino se está poniendo ciego de los mitílidos en cuestión, impone la pedazo de cazuela delante de él, pero ya se la está terminando y está vivo, respira. 20.35h: La camarera, Camilla Godefrot (2), me atiende y pregunto, ya sabiendo que la respuesta es no, si tienen medias raciones o algo así, pues nada, los Mosselen a la crema y ajo; de acompañamiento, arroz; de beber, una Tongello, esta no la he probado todavía. 20.40h: me trae la cerveza tostada, esta es una verdadera crema, exquisita de verdad. 20.50h: se está realmente bien aquí, el entorno es privilegiado, hago fotos a las casitas que tengo en frente (la que ilustra la cabecera de este artículo, por ejemplo). 21.00h: se sienta un grupo numeroso a mi izquierda. 21.05h: sí parece que tardan, pues entiendo que llevarán su tiempo aunque no le veo yo a esto que requiera demasiada elaboración. 21.10h: pongo en el Facebook una de las fotos que acabo de hacer, con un mensaje: “esas casitas, con sus tejaditos y sus rematitos…” 21.15h: a los de mi izquierda han tardado en atenderles y traerles sus bebidas más o menos lo que a mí. 21.20h: Ciertamente muy rica esta Tongello, cuando me traigan la cena pido otra; 21.25h. ¿Están comiendo en las demás mesas? Pues sí, y yo creo que algunos han llegado después que yo. 21.30h: pasa Camilla y yo, sin pretender denotar tensión -¿Es normal que lleve una hora sentado aquí y…? –si lo fuera, podía haberme avisado, pienso; lo que no me gusta nada es la cara que pone la mujer; ¡y desparece! 20.40h: al fin reaparece descompuesta, con voz trémula y cara de gravísimas circunstancias, –Perdone señor, es que ha habido un lamentable error, NO TENEMOS MEJILLONES… –nota mis ojos como platos- … se nos han terminado y el cocinero me lo ha dicho ahora… –no salgo de mi asombro-… yo ya le he dicho que no puede decírmelo ahora, que el cliente lleva sentado una hora y que…-va a echarse a llorar, intento mantener la calma, no perder el humor o más bien inventármelo, me da por acordarme de Luis Sánchez-Pollack Tip cuando aquello de “¿Qué la haces?” Al fin y al cabo estamos de vacaciones, ¿y qué la haces?, y no vamos a montar el espectáculo ¿pero qué la haces? –Bueno, la cerveza entiendo que me ha invitado la casa… le digo intentando no parecer demasiado indignado, claro que vas a ver como me diga que no…; -ah claro, por supuesto, ¿y quiere otra más? –No, mire, me voy a comer los mejillones que tengo prisa, ¿sabe?– Ya entiendo, si quiere puedo recomendarle algún sitio…– No voy a prolongar más esta situación surrealista, me despido lo más educado que puedo y me voy echando leches. Los de la mesa de al lado me ven marchar, si no saben lo que ha pasado les habrá parecido todo muy raro después de verme tanto tiempo sentado ahí.
Hay que pensar siempre en positivo. A las 22.00h nos estamos sentando en el Gollem, el bar que habíamos pensando inicialmente, si es que la idea primera siempre es la buena. En seguida me atiende un chico la verdad muy simpático –le vamos a llamar Nico Claessen (2), aunque en ese momento la verdad no tengo ganas de andar pensando nombres- ¿Tienen mejillones? –lo pone claramente en la entrada, en la carta…- Sí por supuesto, los tenemos a la cerveza, al queso, con ajo…”– No, mire, le pregunto si los tienen ahora mismo, es que… (le cuento mi suceso reciente)- Aaahh claro, sí espere, I gonna check in. En seguida vuelve y me dice que sin problema, entonces se los pido a la cerveza y patatas fritas de acompañamiento, la hora y media transcurrida me ha hecho cambiar de opinión, de beber una Brigand. –¿Y Cuánto tardan más o menos? (ya para saberlo) – Unos 15 minutos –Piense que voy ya por las dos horas desde que los pedí por primera vez-ya muerto de risa –Oh, le comprendo, señor. A los diez minutos estaba en la mesa la cazuelona con los moluscos bivalvos, unos 20 después quedaba la cazuelona con el caldo. Suculentos, pude con todos, a lo mejor alguno se quedó sumergido en ese mar al que no le faltan ni algas –toda esa verdura con que los cuecen y que infunde calor y olor. Prueba superada, y encima ha merecido la pena. Mucho, a pesar de todo. ¿O qué sería si no tuviéramos estas cosas que contar?
Pues este fue el increíble caso de los mejillones. ¿A que merecía la pena? Si van por Amberes, hay muchos sitios donde comerlos. Pero si quieren ir seguros, yo les recomiendo que mejor vayan al Gollem.
(1) Los nombres son reales y los apellidos ficticios: el de Elena en homenaje a la gran tenista que se acaba de retirar; el de Marusia en recuerdo al legendario atleta.
(2) Estos son todo ficticio, pobre Camilla.