Ya no hay cobertura. Hasta ahora, mientras pasaba todo, he podido hablar con familia, amigos, compañeros, “¿Los palestinos? Qué va hombre, esos pobres no tienen ni con qué empezar a hacer algo como esto”. Saben que estoy bien, el mayor motivo de incertidumbre era que había pasado el fin de semana en Nueva York, el sábado había estado cenando y de copas por el SoHo, terminé en un pub irlandés de la Séptima Avenida a eso de las seis de la mañana, la espléndida mañana del domingo mi amiga Nina me había invitado a un estupendo brunch en Upper West Side, pero ya por la tarde había tomado –ufff- el avión a Atlanta. Aquí no ha pasado nada. Al menos de momento, porque la cuestión es que ahora mismo sabemos cuándo ha empezado todo esto pero no cuándo va a terminar. Siguen cientos de aviones sobrevolando el país. La rumorología vuela, y además de lo que ya sabemos que ha pasado, se habla de un coche bomba en Manhattan y que el aeropuerto de Los Ángeles está en llamas. ¿Y qué ha ocurrido realmente en el Pentágono? El avión de Pittsburgh terminará siendo el que se estrelló en Pensilvania. Dos horas clavado delante de la CNN sirven para ir recomponiendo los hechos, el puzzle va tomando forma, los aviones estrellados en efecto se corresponden con los vuelos secuestrados –cosa que en seguida ya fue obvia pero a aquellas horas, en caliente, ni eso tenían claro. Decir que la normalidad va volviendo sería un disparate, ni siquiera habrá vuelto diez años después; pero al menos parece que ciertas cosas recuperan el pulso. A eso de las 13.00h, ya “sólo” quedan ¿50? aviones surcando el espacio aéreo estadounidense, todos controlados y en camino de aterrizar. No puedo quedarme aquí todo el día, me voy a oxidar. Tendré que salir, comer algo…
Nada más salir del ascensor, sobresalto. El hotel está tomado por militares. De la Marina. Pronto me daré cuenta de que no tiene nada que ver. Estaban de paso por allí. Pero si Atlanta no tiene mar…en realidad, nunca sabré qué hacían allí. Ya me doy cuenta de que hay bares y establecimientos cerrados en Colony Square, el centro comercial del que forma parte el hotel. Sigo andando, aún me falta mucho por conocer en este Midtown, y pronto encuentro un par de pubs abiertos. Lógicamente, lo único que se ve y se siente es la televisión dando más datos, más noticias, también más especulaciones. Ya se habla de Bin Laden. También está abierto el Sports & Grill que está muy cerca de la Casa Museo de Margaret Mitchell. Aquí cené anoche y era la locura, a rebosar todo lo grande que es, la NFL ha empezado el domingo y el lunes hubo jornada. Cuando ya conozca bien este bar llegaré a contar unas 60 pantallas, y casi que en cada una echaban un partido distinto, de manera que era casi imposible para un recién llegado enterarse, dónde ese touch down o por qué saltaban y gritaban los de aquella esquina, cuando en la que yo estaba mirando no pasaba nada. Y aquí comeré hoy en silencio, apenas dos personas. Bueno, no en silencio del todo. Estaba la CNN, que además aquí juega en casa. Por cierto, cuando había llegado el domingo, en encendiendo el televisor de la habitación, Hewitt le estaba ganando a Sampras la final del US Open. ¿Que a qué viene esto ahora? Es que tengo mucho tiempo para pensar. Y qué lejos parece aquello ahora, eso es lo que estoy pensando. La cobertura ha vuelto, una larga conversación con un alto miembro del staff en Madrid. Porque a todo esto, una cosa en la que empiezo a reparar ahora es qué va a ser de mí aquí. ¿Se me fastidió mi Road Scholar, tendré que volver a Madrid inmediatamente? O al contrario ¿cuándo voy a poder salir de aquí? Porque no hay vuelos y no sabemos por cuánto tiempo, porque seguimos sin saber realmente cuándo va a terminar lo que ha empezado esta mañana a las 8.46h. Más tarde sabré que alguien entonces propuso un plan de salvamento: podía alquilar un coche y subir conduciendo desde Atlanta hasta Canadá (casi nada) y desde allí, pongamos que en Montreal, ya no tendría problemas para encontrar un vuelo que me trajera a España. Qué ocurrencias… Eso sí, llenas de afecto y buena intención, por eso las recordaré con todo el cariño.
La comida, unas pocas cervezas –nunca pequeñas allí- y la soledad me dejan lo suficientemente abotargado como para echarme una siesta. ¿Podré dormir? Sí, porque las revoluciones de la cabeza terminan cansando el cuerpo. Y lo que me emocionará será encontrarme, a la llegada a mi habitación 1219, con varios mensajes en el contestador. Eran mis compañeros de la oficina de Atlanta, los pocos que me conocían en ni siquiera dos días, Dave, la Office Manager y algún otro… Pidiéndome disculpas por haberme dejado solo. Pobres, habían salido disparados a sus casas, en estado de shock, a intentar sobrellevar aquello con sus familias, ¿cómo iban a acordarse de mí? Pidiéndome disculpas “por los acontecimientos que está viviendo este país”. “Esto también es un atentado contra mí”, les diré días después. Agradezco de verdad esos mensajes. Luego, otro al móvil: “Ya sé que hoy no es importante, pero el Madrid ha ganado a la Roma 1-2”. Ni me acordaba, claro, de que hoy era primera jornada de Champions. Pero lo agradezco también. No ya por el Madrid, más bien por mantener el contacto con el mundo, es que pronto va a ser ya de noche en España y no tendré con quien hablar. Sí a quién escuchar: a la CNN. El enviado especial a Afganistán da noticia de que se han producido lo que parecen ataques contra los talibanes. ¿Se trata ya de la rápida respuesta de este país? ¿Tenemos ya la guerra servida? Siempre he llevado bien la soledad, pero esta va a ser dura. Intento llamar a Nina, a Nueva York, pero no contesta, allí deben seguir todas las comunicaciones en suspenso. Me da un pequeño vuelco. Espero que esté bien. Un buen antídoto contra esta pesada tarde será salir a correr. A dos pasos tengo Piedmont Park, enorme, con su lago en el centro y mucha gente jugando… al soccer. No tengo mi mejor cuerpo ni un estómago decente, pero por los menos hace sol, lo que significa que no habrá humedad. Ya me enteraré de lo que vale un peine el día que salga a correr con el cielo nublado.