Antes de que se conozca el ganador de Wimbledon este año, quiero hablar del Rey. Uno de mis ídolos de toda la vida, de los que me marcó, esos que ¿a quién te querías parecer? He prometido escribir este artículo de memoria, sin recurrir a ninguna fuente externa para apuntalar siquiera un dato. Tal como lo guardo en el salón de la fama de mis recuerdos. Hablo de Björn Borg.
“Cómo han proliferado los golpes con la caña desde Borg”, exclamaba una vez Matías Prats Jr, y habían pasado años ya desde su retirada. Antes de él, el adjetivo liftado se aplicaba casi exclusivamente al lob –globo- y a partir de él, quien se preciara de ganar, sobre todo en tierra, debía aplicar esa carga de profundidad a cuantos más golpes de fondo mejor. Pregúntenle a Nadal. Todo es cuestión de física, explicada en la Tercera Ley de Newton, y un sueco transformó gran parte de la física del tenis. Otra innovación suya que aún perdura –aunque este honor lo comparte con Jimmy Connors– es el revés a dos manos. Como el Fosbury en salto de altura, como el cambio de ritmo de Johan Cruyff o el drive de Severiano Ballesteros. Hombres que cambiaron el mundo. Dicen además que fue el primer hombre-anuncio, de manera que también dio pie a una nueva forma de concebir y explotar el negocio del tenis. Y su puesta en escena, su melena al viento, la inconfundible cinta, con barba siempre en Wimbledon, el gesto inexpresivo, concentrado, los ojos muy juntos, el porte de héroe mitológico más que de fino espadachín, ¿alguno se fijó en sus apoyos sobre los tobillos?. Y esa raqueta Donnay hecha de madera de los bosques de Luxemburgo… Conan el Bárbaro es creación posterior a su aparición, y siempre me pareció que se habían inspirado en El Vikingo de Hielo.
Este sueco a los nueve años perdió la virginidad –con una chica de 11, según contó; a los 15 era tenista profesional; el 6 de junio de 1974 cumplía 18 años mientras iba dos sets abajo frente a Manuel Orantes en la central de Roland Garros. Horas más tarde daba por instaurado su reinado en París, que con una interrupción de dos años mantendría hasta el final de su carrera. Volvió en 1978 y ya no volvió a perder allí. Quizás en 1976 dejó de lado la arena para centrarse en la conquista de Wimbledon, que hizo suyo sin ceder un set, ni siquiera en la final ante el viejo genio Nastase. ¿Que un jugador de fondo, gestado en la arcilla, ha sido capaz de ganar el torneo de hierba más universal? No, ganaría cinco seguidos.
La figura poderosa y dorada de Borg emergía entre aquellos gigantes –Kodes, Smith, Ashe, el citado Nastase…- paralela a la del niño rebelde del flequillo y las orejas como dos velas desplegadas. El primer choque serio con Connors llegaría en 1977, si mal no recuerdo el año del centenario de Wimbledon, que tendría una final de las del siglo. Jimbo furioso remontaba un 4-0 en el quinto set, se lo iba a comer con patatas para llevarse su segundo en el All England Tennis and Croquet Club, el primero databa de 1974. Pero el que estaba enfrente tenía la poca consideración de no alterarse, ganó los dos juegos siguientes y ya desde entonces le llamaron Iceborg. Volverían a encontrarse en la final de 1978, y esta vez fue en tres sets; en las semifinales de 1979, y de nuevo en tres; en las de 1981, un Connors renovado de energías entró al partido como un huracán: 6-0; 6-4. Pero el inescrutable respondió a su manera: 6-3; 6-0…6-4. El año que ya no pudo ganar su sexto Wimbledon.
Había irrumpido el Zurdo de Douglastone, que ya había presentado sus credenciales ganando el US Open en 1979 y obteniendo diversas victorias –al principio sorprendentes y luego ya reveladoras- ante los dos grandes del momento. Pero la puesta de largo de John McEnroe llegaría en 1980 y claro, en la final de Wimbledon: 1-6; 7-5; 6-4; 6-7; 8-6… con un clásico passing cruzado de revés a dos manos, ancladas la piernas como sólo él era capaz, Borg conseguía su quinto esplendor en la hierba consecutivo en quizás el partido más inolvidable de la historia. Y el tie-break más eléctrico y prodigioso que tal vez se haya visto, el del cuarto set. Todo el mundo que presenció esa final inmensa aguardó pacientemente para verla repetida en el mismo lugar y a la misma hora, un año después. Y aunque Connors estuvo a punto de aguar la fiesta –como he contado más arriba- no faltaron los dos llamados a la cita. Y no defraudaron, fue otro duelo de los de raquetas láser. Lo que pasa es que a Björn ya por entonces le traicionaban demasiadas cosas en la vida, y ese día lo que le traicionó fue el servicio: 4-6; 7-6; 7-6; 6-4. Mira que sin los tie-brak, a lo mejor se lo hubiera llevado en tres sets, y eso que el Zurdo jugó como los príncipes y a la vez como los tigres. En el cuarto, 5-4 abajo y 30-40 al servicio, hizo Borg el primer gesto de desesperación que yo le haya visto, cuando de nuevo no le entró ese primer saque. Ahí terminó cediendo su corona más preciada. Y lo peor es que la cedió para siempre.
En esos tiempos, nadie tenía un palmarés completo. A Australia, que se jugaba a final de temporada, no iba casi nadie a no ser que tuvieras el Grand Slam a tiro. Pero a Connors y McEnroe se les negaba Roland Garros; a Nastase, Vilas y Lendl les fue esquiva la hierba; a Borg, el US Open. Esa fue su cruz. Allí tenía a sus dos grandes enemigos –y amigos, por cierto- jugando en casa, y además a Tanner, Meyer, Gerulaitis… le ponían a jugar a las peores horas, recibía en el hotel llamadas con amenazas de muerte. Cuatro finales jugó, llegó varias al quinto set, pero no. Quizás su gran oportunidad la tuvo, y no la aprovechó, en su primera final, ante Connors, que se jugaba en aquella pista de ceniza que durante tres años sustituyó a la de hierba de toda la vida de Forest Hills porque los distinguidos socios de aquel club decidieron que no se la iban a estropear más estos plebeyos. Claro, él entonces no lo imaginaba. En 1978, el US Open se mudó a la pista dura –Deco Turf- del infernal Flushing Meadow. Y allí lo tenía más difícil. Como le ha sucedido después a Nadal, Borg era un jugador de tierra que supo adaptarse con toda naturalidad al pasto. Pero las sintéticas siempre le costaron más, en el piso duro las bolas no se prestaban a los efectos que tanto le gustaban al sueco y le gustan al mallorquín.
Cuando en septiembre de 1981 perdió otra vez la final del US Open, a Borg se le hizo todo muy cuesta arriba. Otra vez ante McEnroe, otra vez después de ir un set arriba, y después de haber despachado a Connors en tres sets en la semifinal –la única vez que le ha ganado allí. Perdido el trono de Wimbledon, sólo le quedaba París. Sufría problemas musculares, diez años ya de carrera, y sólo tenía 25. Su mujer, Mariana Simionescu, con la que se había casado hacía solo un año, había contraído un cáncer, cada viaje para jugar un torneo suponía una visita al mejor hospital de cada ciudad para ver si la podían tratar. En Tokio cayó en primera ronda. Decidió parar. Un descanso temporal, dijo. Entonces la puntilla se la dio la ATP. El que no jugara un mínimo de diez torneos al año, al siguiente no podría entrar en el cuadro final de ningún torneo y tendría que disputar las fases previas, y sin ser cabeza de serie, of course. Llevaba seis y no tenía intención de jugar más ese año. ¿Björn Borg jugando la previa de Roland Garros?, pensó la gente. ¿Yo jugando la previa de Roland Garros?, pensó él. No tragó. Probó en Montecarlo, el torneo de su casa, cayó en cuartos ante Yannick Noah y ya tomó la decisión de no ir a París. Otro sueco, Matts Willander, tomó su relevo y se llevó el Roland Garros de 1982. No fue a Londres. Connors rejuvenecido batió a McEnroe en cinco sets. No fue a Nueva York. Connors exultante se dio el gustazo de batir a su “querido” Ivan Lendl en cuatro sets. Jugó algunas exhibiciones, dejó algunas pinceladas de su grandeza, y en diciembre de 1982, Borg anunció su retirada.
Empezaba una nueva vida, un nuevo Borg que más que al que fue, podría asemejarse a un personaje de novela negra, tan prolífica en títulos y autores hoy en su país. Mucho más frágil, más débil mentalmente, sin un duro, perseguido por el fisco, una marca de ropa pijísima y carísima que no vendía ni los botones, un presunto intento de suicidio en 1989. Y una mujer tras otra en su vida, quizás lo que menos le ha abandonado ha sido su poder de seducción, pero lo que nunca le acompañó fue la estabilidad. Cuando juega los torneos de veteranos, es cuando parece sentirse él. Y los que le vemos, más demacrado y la melena ya plateada en vez de dorada, reconocemos en seguida al Rey.
Te lo debía, Björn Borg. Nunca tuve dinero para comprarme tu Donnay de madera, pero siempre te llevé en el corazón
Y sí, he conseguido escribirlo todo de memoria. Si he cometido algún fallo o imprecisión, espero que lo comprendáis.
Lo flipo con tu memoria…Increíble.
Un monstruo. Espectacular.
Simplemente espectacular. Hoy en día, no deja de ser curioso que España tenga un Tenista que tenga una carrera tan parecida a la de Borg con 25 años: NADAL.
Y que nos dure muchos años.
Me adelanto a tu posible crónica a lo que ha pasado este domingo.
Las motos, impresionante, incluído el Lorenzo, pese a quien le pese.
Después, pues después vino la china que se le ha metido en el zapato a Nadal, y que antes le salió a Federer con el propio Nadal. Y sin embargo el maestro suizo ha sido el único que ha podido esta temporada con él. Después de tirar los dos primeros sets aquello se le hizo cuesta arriba y al final pagó todos esos errores no forzados.
Paralelo a esto el Tour que ha empezado un poco como aquel año con Perico perdiéndose por las calles antes de salir en la crono de la primera etapa.
Y para terminar la guinda al pastel. Más que pastel, pestiñada, la que nos está ofreciendo la Copa América. Vaya mojón de partidos. Empezando por Argentina, solo un empate a uno con la «gran» Bolivia y terminando con Brasil en su «gran» empate a cero con la «potente» Venezuela. Vi el partido, y vi a la reencarnación de Robinho cuando empezaba, ese tal Neymar del que el Marca está haciendo su enésimo serial verniego. Venga bicis, venga desdobles, venga cresta en el pelo, pero ná de ná. Y era Venezuela. En fin, pero hay que vender la moto.