Polariza, que algo se gana

Entonces los analistas de la tertulia política de la mañana parecen celebrar que por fin la campaña electoral en el País Vasco haya entrado en ebullición. Resulta que hasta entonces venía siendo “de perfil bajo”, centrada en la gestión, la sanidad… pero han metido a ETA en el debate y ya ha subido el nivel. ¿Y no era precisamente lo que reclamaban esos mismos y muchos otros tertulianos en otras campañas, que se hablara de soluciones y propuestas, y no de hacerse el juicio final unos a otros?

En realidad, sí había un diario nacional que desde el primer día de campaña blandía el asunto de la extinta banda terrorista, evocando sus hechos como si estuvieran sucediendo ahora. Sin embargo, los partidos y candidatos no habían entrado a ese trapo. Ha sido la titubeante y cínica respuesta del candidato de Bildu ante una pregunta directa en una entrevista radiofónica lo que ha desenterrado el hacha (y perdón, porque nunca mejor dicho). Y ya tenemos una campaña electoral “como Dios manda”. Así que todos contentos, los que querían leña y los que no, pero sí.

Sí, la polarización domina nuestra política, nuestra actualidad y nuestras vidas. Usamos este término que hemos dado en homologar, pero podríamos llamarlo inquina, ojeriza, repulsión y, en último término, odio. Asistimos a ese tonito pendenciero a diario en los medios de comunicación, pero también en la calle, en el banco, en el mercado, y no digamos en el mundo digital, desde las redes sociales iracundas y emponzoñadas hasta las reseñas inflamadas sobre productos, servicios o establecimientos.

El caso es que desde muchos foros y sectores se afea esta práctica y se llama a discutir y debatir las cosas con respeto, elegancia y argumentos. Pero ocurre que, muchas veces, los mismos que dicen renegar de la polarización, luego la fomentan o la reclaman. Y los medios de comunicación caen sin remedio en esta trampa, o mejor dicho, se dejan caer. Porque al fin y al cabo, vende. Porque el ruido, cuanto más estridente, más devoción genera en esa gran parte de la sociedad de hoy exaltada e hipersensible, por no decir odiadora y destructora. Por no decir encabronada.

Por ejemplo, los que seguimos la información deportiva estamos acostumbrados a los periodistas que ponen a caldo a esos entrenadores histriónicos, chulescos y soberbios que suelen usar las ruedas de prensa antes y después de los partidos para expandir su ego. Pero sabes que, en el fondo, los mismos que los critican están felices de que esos entrenadores se sienten en ese banquillo y salgan a esa sala de prensa. Y si dejan de estar, desean que vuelvan algún día. Porque luego llega otro educado, humilde, respetuoso… y ya es de “perfil bajo” (otra vez el dichoso perfil), o sea, no da esos titulares estruendosos que son los que el informante necesita para despertar a la audiencia.

Sí, ahora el perfil se asigna por la actitud, no por la aptitud, el conocimiento o experiencia del profesional. Cuanto más echao p’alante y faltón, más elevado, y cuanto más comedido, baja la nota. Y en el mundo y en España, en muy diferentes ámbitos, tenemos hoy grandes desacomplejados que sueltan sandeces por doquier y a mucha, cada vez más gente le parece estupendo todo que lo que echan por esa boca. Empezando por Donald Trump, que es el gran maestro e inspirador, pero aquí tenemos notables seguidores, a lo mejor con voz no tan gruesa, pinta menos grotesca o cara más mona.

El caso es que, por desgracia, los medios de comunicación necesitan de esos machotes y machotas. Y necesitan debates incendiarios, enconados y malencarados, aunque en contenido sean absolutamente estériles y no tengan nada que ver, en el caso de una campaña electoral, con lo que necesitan los países o los territorios en los que se vota y lo que afecta realmente a la gente que vive en ellos. Por eso, entre soluciones o insultos, entre propuestas o desaires, gana evidentemente lo segundo.

Resulta entonces que la mayoría de los discursos y debates electorales a los que hemos asistido en España en los últimos años -en comicios generales, autonómicos y locales-, han tenido más soflama que ideas, más testosterona que política real. Y muchos medios, analistas y opinadores lo han censurado. Pero cuando, por una vez, unos candidatos parecen querer abandonar la trifulca por argumentos más o menos racionales, a esos mismos medios les parece aburrido, como el entrenador prudente que reemplazó al bocazas. Que los trenes circulen por su rail es anodino, hay que hacerlos chocar.

Pero si a los medios les parece aburrido, es porque a la mayoría de la gente le parece eso mismo. Con seguridad, sus directivos y estrategas habrán echado mano de los datos de audiencia, y habrán comprobado que lo que estaban contando sobre la campaña vasca no interesaba, no estaba agitando las gráficas, las mantenía planas. Entonces, se decide que hay que subir el tono. Que no el nivel. Y puede que no hayan provocado la chispa, pero la han azuzado y en seguida han encontrado pirómanos dispuestos que se declare el incendio.

Admitamos entonces que esto que llamamos polarización no lo causan sólo esos personajes de circo y sus órganos de propaganda, aunque sean los grandes protagonistas y beneficiarios. Entre todos, a veces sin pretenderlo, lo estamos alimentando.

Y todos ganan algo, aunque a la larga perdamos.

(Foto: Alexas_Fotos)

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