“… estamos viejos y somos de otra época”. Esta frase es de Felipe González, también la pronunció el otro día y sirve para resumir todo lo que dijo en el acto de presentación del libro de Alfonso Guerra. Lo que dijeron los dos. No voy a entrar aquí en el meollo de lo manifestado por los dos históricos dirigentes socialistas. Ni en lo que sueltan por ahí otros santones que fueron y ya no son. Discrepar es legítimo y necesario y, por ejemplo, yo también tengo enormes reservas ante la eventualidad de una ley de amnistía (todavía en minúsculas porque aún no lo es y no sabemos si lo va a ser). Otra cosa es que, cuando a estos dos tótems del socialismo se les necesitó y se les apeló para apoyar al candidato de su partido en las elecciones generales, no aparecieron. No abrieron la boca. Ya en otras ocasiones, Felipe González ha admitido ser un jarrón chino. Y efectivamente, lo que pasa es que va y ejerce de ello a conciencia. Y como apuntó el también socialista y ex presidente de la Generalitat, José Montilla, cuando habla “no es precisamente para echar una mano”. Cierto que también lo sufría Mariano Rajoy cuando era presidente y el que hablaba desde los púlpitos era José María Aznar poniéndole palos en las ruedas. Pero podemos estar seguros de que éste no desea ni deseará nunca que al PSOE le vaya bien en nada. Sabemos que tanto Felipe como Alfonso no son lo que se dice incondicionales de Pedro Sánchez, nunca lo fueron y ahí están los antecedentes. Pero ¿hasta el punto de preferir que gane y gobierne el PP?
No, yo en lo que me quiero recrear es en la gracia que me hace esa devoción que hoy día viene profesando la derecha española hacia Felipe González y Alfonso Guerra. La prensa, sí, y la gente de derechas también. Y no es de esta semana, es de hace ya unos cuantos años. Resulta que los han convertido en poco menos que sus héroes, por no decir sus ángeles redentores. Y fueron sus demonios. ¿O es que no se acuerdan? Qué fácilmente se pierde la perspectiva. Podríamos tirar de hemeroteca. Yo voy a tirar de memoria, que todavía la tengo bastante buena:
Si muy mal no recuerdo, fue Luis María Anson, dirigiendo ABC, quien acuñó el término felipismo, que tenía la misma pretensión que hoy llamarlo sanchismo, esto es, denigrar un gobierno democrático asignándole categoría de régimen con todos sus peores aditamentos. Me consta, porque lo viví una vez en persona, que en privado Anson hablaba bien de Felipe, “en lo principal está acertando”, decía. Pero aquel ABC, “el verdadero” como él lo sigue llamando, era el ariete más certero de la prensa española contra el gobierno del PSOE. Tanto desde su profuso contenido editorial -que incluía sus míticas portadas, las secciones gráficas y por supuesto el editorial- como desde su nómina de brillantes columnistas, atizaban de lo lindo y claro, no le perdonaban ni los supuestos deslices ni los supuestos aciertos, que en todo caso, negaban o menoscababan. Eso sí, lo hacían con arte, estilo y corrección dentro de lo mordaz o incluso feroz. Porque igual que aquella política, aquella información política era bastante distinta de la de ahora. Pasado todo aquello, en los artículos que hoy sigue publicando, Luis María Anson ensalza la figura de González hasta erigirlo como uno de los grandes artífices de la transición, altura que no concede, por ejemplo, a Adolfo Suárez.
¿Qué decir de Pedro J. Ramírez? De ser amigo personal de Felipe y uno de sus grandes apoyos mediáticos desde aquel Diario 16, pasó a ser su acérrimo enemigo. No sabemos exactamente qué, pero algo pasó. Derribarlo se convirtió en su máxima obsesión. De no criticar y hasta justificar veladamente las primeras acciones de los GAL -que fue El País el primero en censurar-, pasó a convertir la investigación sobre aquella trama en su primera línea de acción informativa. Aquel giro drástico le costó enfrentarse al dueño de Grupo 16 y su subsiguiente salida, para después fundar El Mundo, desde donde retomó su cruzada con renovada energía. También buscó hasta la saciedad -y a veces lo encontró- toda sombra de corrupción o hecho poco edificante que sirviera para socavar aquel poder. Lo llamó “regeneración”, pero en realidad lo que buscaba era quitarse a González y mandarlo a cocheras, o si fuera posible, a algún sitio peor. Apoyara lo que hubiera que apoyar.
Apuntar que, junto a ABC y el reconvertido Diario 16, cuya línea anti felipista continuó El Mundo, la oposición mediática la conformaban en prensa el Ya, cada vez con menos influencia, pero con Emilio Romero como punta de lanza; en radio, la Cope, Antena 3 y algunos comentaristas de la SER, que no pasó a ser del Grupo PRISA hasta 1985. El frente “gubernamental”, según lo calificaban desde ese lado, lo componían El País, Radio Nacional y TVE, la única televisión de España, a cuyos sucesivos directores generales -especialmente José María Calviño, padre de la actual ministra- pusieron a caldo, es verdad que a veces con toda la razón. Uno de los directores de informativos de la cadena pública por aquella época era tildado sistemáticamente en ABC como ‘el reconocido pro soviético’.
El caso es que, desde aquellas atalayas mediáticas, se les dio cera de la buena a los advenedizos y ‘sobrados’ socialistas que asaltaban el poder. Empezando por los primeros pasos bisoños al frente del Gobierno de ‘estos chicos’, como los llamaba el gran Pedro Rodríguez. Después llegaría la larga cambiada con el referéndum de la OTAN, que lógicamente disgustó a la izquierda dentro y más allá del PSOE, pero que la derecha tampoco defendió -la Alianza Popular de Fraga llamó a la abstención. Y fueron viniendo los asuntos espinosos: la expropiación de Rumasa y, sobre todo, su posterior gestión; el cabreo de los funcionarios por el horario estricto y la obligación de fichar; como siempre, la ley de educación de turno; la primera ley del aborto; la reconversión industrial, en cuyo desarrollo se produjeron graves altercados en el norte; las amistades ‘peligrosas’ de Felipe con empresarios como Cisneros o Sarasola; los grandes pelotazos… ¿Que no le dieron por todos los sitios al presidente y a sus ministros, a Boyer, a Maravall, Solana…? ¿Se acuerda alguien de los chistes de Morán? Con los años y las legislaturas en el poder, las cosas iban a ponerse todavía más serias: evidentemente, los crímenes del GAL y la posterior y dolorosa investigación, los fondos reservados, FILESA y sucesivos casos de corrupción que fueron creciendo hasta hacerse insostenibles. Felipe González ganó cuatro elecciones y perdió las de 1996, en total, 13 años y medio en el poder. Tuvo en general buena prensa, dentro de lo que cabe, en sus primeros ocho años, y fue perdiendo su favor a medida que el desgaste le hizo mella. Pero la derecha, ni la que contendió con él al principio ni la que finalmente le apartó, no le quiso nunca. Como por otro lado es normal. “Váyase, señor González”.
Y capítulo aparte merece Alfonso Guerra. Como Felipe hacía el papel de poli bueno, él era el poli malísimo. El deslenguado. El viperino. El que manejaba los hilos por dentro y apuntalaba la fontanería. El que secó las vías de desagüe informativo por las que habían bebido abundantemente los afilados columnistas –Pilar Urbano, José Luis Gutiérrez, el citado Pedro Rodríguez, Ramón Pi…- en tiempos de la UCD. El que dicen que decidió la expropiación de Rumasa en vez de la intervención, alegando que “todo para el pueblo”. El que dijo que “a este país no lo va a conocer ni la madre que lo parió”. Pero también que “el que se mueva, no sale en la foto”. Como sabían que era el más peligroso por el ala izquierda, a él le cayeron los mayores palos. Los columnistas iban a pillarle, como cuando atribuyó a Machado unos versos que eran de Miguel Hernández; los opinadores le fustigaban sin piedad. Para que se haga idea la gente hoy, podría ser un fenómeno parecido en cierto modo al que hemos visto con Pablo Iglesias, solo que Guerra tenía más talento, más ingenio político e intelectual, y además él sí estaba de lleno en el poder. Luego llegó lo de su hermano. Y ahí, además de a degüello, ya fueron con argumentos a por él. Se distanció de Felipe -hasta hoy-, dejó el Gobierno y abandonó la política. Hasta hoy.
Y bien que lo celebraron entonces. Pero ahora, resulta que los presentan como estadistas que defendieron la patria y como verdaderos socialistas. Que no digo que no hayan sido lo primero, y respecto a lo segundo, ¿qué entienden por ello y qué les gusta del verdadero socialismo? Cierto que muchos de los que ejercen e informan de política hoy tendrán una visión en blanco y negro de aquellos tiempos. Pero sé y me consta de muchos que lo vieron a todo color, que les llamaron todo aquello y hoy les llaman esto otro y les ríen las gracias.
Lo que sucede es simple. Los medios de la órbita del PP dan hoy cancha a Felipe, Alfonso y otras viejas glorias porque disienten, y como entienden que pueden seguir siendo referentes para muchos socialistas, son susceptibles de engendrar heridas y más disidencia y división en el enemigo. Incluso, quién sabe si algún voto despistado en la inminente votación de investidura de Feijóo. Y ellos agradecen ese protagonismo, que en otros foros ya no les dan, y se dejan querer. ¿Cuánto tiempo puede hacer que no salían ambos en portada de un diario nacional?
Faltaría más, pueden decir lo que quieran, aun sabiendo que son de otra época. El problema es que influyan en esta y quien los utiliza se aproveche de ello. Eso también lo deberían saber.