Quienes fuimos en el 82

Casi medio siglo después, la Copa del Mundo de fútbol volverá a España. Y claro, no podrá ser igual, porque no tiene casi nada que ver cómo eran en 1982 el mundo, este país y el fútbol con cómo son hoy. Y a saber cómo será todo dentro de siete años. Que esto va muy rápido, amigos.

Hoy los eventos deportivos ya pueden ser transnacionales y transcontinentales, como lo va a ser el Mundial 2030. Al primero, del que se conmemorará el centenario ese año, fueron los equipos en barco a un país pequeño como Uruguay. En 1982, obviamente, había transporte aéreo, pero la competición quedaba circunscrita a la península y las distancias entre sedes eran asequibles. La campeona, Italia, viajó de Vigo a Barcelona y finalmente a Madrid. Esta misma selección ha ganado la última Eurocopa, en la que hizo RomaLondresMúnich y de nuevo Londres. El que gane el Mundial de España, Portugal y Marruecos, bien podrá haber jugado en tres continentes.

Como nada será lo mismo, bien estará recordar aquel año que, para muchos, y desde luego para el que escribe, no fue uno más. Y no ya por el fútbol, por muchas cosas. Escucho y leo a cronistas deportivos, políticos, económicos o de sociedad que no habían nacido o si acaso eran niños; y a otros que sí lo vivieron de pleno, pero parece que les falla la memoria. O simplemente, no se quieren acordar.

Es verdad que a los españoles no parece habernos quedado un gran recuerdo de aquel Mundial 82. Para muchos fue un proyecto frustrado. A la gran fiesta y derroche de ilusión que se vivió en los años y meses previos, siguió una resaca algo pesada. Todo lo contrario que la sensación que en la memoria colectiva dejaron los Juegos Olímpicos de Barcelona, celebrados justo diez años después. Hay una diferencia fundamental que puede determinar esa percepción: nuestra selección fracasó estrepitosamente en nuestro Mundial, y sin embargo, nuestros Juegos se saldaron con una brillantísima actuación de la delegación española, de hecho, aquel hito vino a suponer un antes y un después en el deporte español. Pero no sólo eso marcó la diferencia

Más allá de los resultados deportivos, ambos eventos suponían una puesta de largo de nuestro país ante el mundo que nos miraba, pensábamos, muy atento. Y la sensación que nos quedó es que en 1982 todavía nos faltaba un hervor o dos, y en 1992 ya podíamos mirarle a los ojos a cualquiera y hasta ser la envidia de la fiesta. Sin ir más lejos, las respectivas mascotas, Naranjito y Cobi, dan idea de cómo había cambiado la estética que proyectábamos al mundo en apenas diez años. En el 92 nos habíamos quitado toda la caspa. Otra cosa es que luego nos volviera a aparecer, pero esas ya son otras cuestiones.

Y sin embargo, soy de los que piensan que, más allá del fiasco futbolístico, el Mundial 82 nos salió bastante razonablemente bien. Y la imagen que dimos al mundo fue más que decente, aunque muchos no se lo crean. Habría que dar un rápido contexto histórico: en 1982, llevábamos apenas cinco años de democracia; habíamos superado un intento de golpe de Estado apenas año y medio antes; en el momento de celebrarse el Mundial, gobernaba una UCD en pleno proceso de descomposición, y unos meses después se produciría la histórica victoria del PSOE; estaba recién instaurado el estado de las autonomías, y por ejemplo, hacía justo un año que había entrado en vigor la ley de divorcio; teníamos un gran problema nacional, el terrorismo, con ETA en sus años más activos, lo que pudo suponer una seria amenaza para la celebración del evento. Y en fin, nuestra sociedad se iba modernizando, la movida daba sus primeros pálpitos, estaban de moda la música tecno, los bermudas, los peinados pijo punkies… y Fama, Cheers, El Coche Fantástico… todas emitidas en TVE, la mejor y única televisión de España.

Cierto que aún nos salía algún que otro ramalazo cañí. Vale que el cartel se lo encargaron a Joan Miró, pero el himno elegido para la cita fue un rotundo pasodoble interpretado por Plácido Domingo que muy bien podía haber cantado Manolo Escobar. Esas reminiscencias se colaron también en algunos aspectos de la organización. En el sorteo de los grupos, celebrado en enero, quisimos impactar y lo que conseguimos fue epatar, con esos niños de San Ildefonso primero atónitos y luego intentado aguantarse la risa, y los pobres Mari Carmen Izquierdo y Matías Prats Jr intentando explicarnos lo que ni ellos mismos entendían. Hay que decir, no obstante, que aquí las ‘glorias’ deben repartirse. A la organización española cabe atribuir la deficiente mecánica de los bombos y las bolas que se atascaban y se abrían por la mitad; y a la FIFA el despropósito organizativo, la improvisación y el lío que nos hicieron a todos los que lo estábamos viendo. Puede decirse, por lo demás, que fuimos pioneros en los sorteos dirigidos hoy tan en uso.

Ya en plena competición, tuvimos nuestros bizarros episodios. En el segundo partido del Mundial, en Vigo, que jugaban Italia y Polonia, a algún preboste de turno se le ocurrió a última hora colocar el himno gallego -acaban de celebrarse allí las primeras elecciones autonómicas- delante del de las dos selecciones contendientes. Pero o no avisaron a TVE o nadie de esta casa avisó al comentarista, Miguel Vila. El pobre se quedó pasmado y sin saber qué decir cuando después del segundo himno, supuestamente el polaco, sonó un tercero. Y cuando le explicaron la jugada, debió decir ‘tierra, trágame’ y se pasó todo el partido pidiendo disculpas a los espectadores gallegos por el ‘imperdonable error’ que no era suyo. Que uno sepa, después del Mundial, este comentarista no volvió a aparecer en televisión.

Mal empezó nuestra selección cuando, en su partido de debut contra Honduras, el himno nacional -jolines con los himnos- no quiso sonar cuando debía, entonces los jugadores se cansaron de esperar y rompieron filas. Y cuando cada uno iba por su lado, arrancaron las primeras notas, y en vez volver a formar, se quedaron quietos firmes donde les había pillado, así el barrido de la cámara de TVE nos sacó una ‘original’ formación en 3D, aquí Camacho, allá Arconada, en medio Satrústegui… todo un presagio del desastre que iba a ser aquello.

Y luego hubo otras cosillas, como lo del jeque que bajó desde el palco a anular un gol de Francia a Kuwait, menos mal que el partido terminó 4-1 a favor de los galos. Por cierto, sucedió en Valladolid, en el recién inaugurado Nuevo Zorrilla, en seguida llamado estadio de la Pulmonía, que el arquitecto ideó en forma de herradura abierto por el norte. Así, los partidos allí eran de domino alterno, un equipo la primera parte y el otro la segunda, claro, el que jugaba a favor del recio viento castellano.

Lo que pasa es que estos fueron sucesos de los que posiblemente nos dimos más cuenta nosotros que el mundo que lo vio en los estadios o por televisión. Y con nuestro endémico espíritu crítico-derrotista, los hemos magnificado hasta el punto de, unidos al fracaso deportivo, eclipsar en nuestra memoria todo lo demás. Por eso nos queda esa cierta sensación de que el Mundial 82 nos salió regular tirando a mal, según unos, o un truño infumable, según otros.

Sin embargo, no vendría mal darnos una caricia de autoestima. El mundo futbolístico que asistió a la decimosegunda Copa del Mundo, la primera con 24 equipos, creo que presenció un torneo brillante, jugado en un país futbolero y fiestero, con excelente clima y color, buenos estadios y siempre llenos -después de una Eurocopa jugada dos años antes en Italia con los graderíos vacíos pese a que estaba todo el papel vendido. Vio brillar a extraordinarios futbolistas como Zico, Sócrates, Rummenigge, Platini, Boniek, Rossi o un incipiente Maradona…, grandes selecciones y grandes partidos -ese Italia-Brasil, aquel Alemania-Francia o la mayor goleada en un mundial, el 10-1 de Hungría a El Salvador… Y también hubo escándalos, polémicas arbitrales, partidos y selecciones que decepcionaron. Como en todos los mundiales, por otro lado. No hubo ningún problema de orden público, ningún desastre notorio, y todo lo más, alguna que otra chapuza como las relatadas y otras que me pueden seguir viniendo a la memoria. También me vienen otras meteduras de pata en otros eventos deportivos por todo el mundo.

Por lo demás, fue un mundial descentralizado, como aquella España que se prometía a sí misma la modernidad. 14 ciudades, 16 estadios, cuatro partidos en el Bernabéu contando la final, otros tantos en el Camp Nou incluido el inaugural, y los demás a tres por estadio, el viejo San Mamés, los extintos Calderón y Sarriá, etc. Y un sistema de competición único, que ni se había dado antes, cuando lo jugaban 16 equipos, ni se replicó ya en los mundiales siguientes. Pues no estuvo tan mal, seamos justos y condescendientes con nosotros mismos.

Luego está el debate sobre si estos eventos son rentables para los países. Si son un revulsivo para las economías de esos países y ciudades, o si son una ruina. Aparte del balance económico específico, que siempre tiene diferentes lecturas y no suele medir los intangibles, la organización del Mundial en España conllevó importantes inversiones en infraestructuras que ahí quedaron. Por citar apenas un ejemplo, unos días antes del inicio de la competición se inauguró el Pirulí, que sigue siendo la principal torre de telecomunicaciones de Madrid. Seguramente la hubieran construido de todas formas, pero mucho después. La de Collserola, en Barcelona, se levantó justo para sus Juegos del 92.

Lo que no podemos aventurar es cómo resultará este nuevo Mundial en España, Portugal y Marruecos. En ningún sentido, ni deportivo, ni económico ni de imagen. Porque, ya digo, ni sabemos el país y el mundo que tendremos para entonces. Lo que sí es previsible, tal como está el panorama aquí y en todos los sitios, es que lo politizaremos. Iba a decir hasta límites insospechados, pero no, porque no habrá límites, la política hoy no se corta ni se para ante nada. De hecho, ya están empezando. Y lo que nos queda. Pero a día de hoy, y hasta que se demuestre lo contrario, que nos hayan concedido el Mundial 2030 es una muy buena noticia. Para España, para Portugal y para Marruecos. Y lo que luego sea, será.

Quienes fuimos en el 82… y no tenemos ni idea en 2030.

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