Doble o nada (la democracia no es un casino)

En menos de dos meses volveremos a echar los dados, pero el naranja ha desparecido y al morado no se le espera. Ciudadanos desaparece y Podemos presenta síntomas terminales. Entre otras razones, porque sus líderes y fundadores jugaron en su día a doble o nada. Y perdieron. Ambos forzaron la repetición de elecciones tras conseguir su mejor e histórico resultado electoral. No les bastaba, entendieron que podían conseguir más. Y lo que consiguieron fue menguar hasta desaparecer. Cierto que, en el caso de Pablo Iglesias ha sido gradual desde su primera apuesta hasta hoy. En el de Albert Rivera, fue radical.

Tras las elecciones generales de diciembre de 2015, Pablo Iglesias, con 70 diputados en el Congreso -lo más que ha llegado a tener la izquierda más a la izquierda-, se negó a permitir un gobierno de coalición PSOE-Ciudadanos, lo que abocó a una repetición de elecciones, a las que además concurrieron con Izquierda Unida, que aportaba dos diputados más. El objetivo era, ¿se acuerdan?, el sorpasso al PSOE. Con la jugada se les fueron un millón de votos por la rendija, perdieron 10 diputados y el que partido que salió reforzado fue el PP, que finalmente, y después de muchas vueltas, pudo gobernar.

Desde entonces, todas las decisiones estratégicas tomadas por Pablo Iglesias tuvieron como resultado la pérdida de representación e influencia de su partido y, por el contrario, el crecimiento de la derecha. Su decisión de no apoyar a Manuela Carmena en su reelección a la alcaldía de Madrid provocó que se quedara en minoría, propiciando la investidura de José Luis Martínez-Almeida. Su no apoyo, otra vez, a la investidura de Pedro Sánchez tras las generales de abril de 2019, derivó en otra repetición electoral del que se benefició otra vez la derecha -en concreto, el PP pudo medio rehacerse del peor resultado de su historia desde los tiempos de Coalición Democrática en 1979.

En 2021, su intempestiva dimisión del Gobierno para presentarse a la Comunidad de Madrid frente a la efervescente crecida de Isabel Díaz Ayuso, movilizó masivamente al electorado, sí, pero a favor de su rival, que arrasó y ganó en hasta en Vallecas. Aquella derrota sin paliativos significó el final de la trayectoria política de Pablo Iglesias, quien simbólicamente se cortó la coleta. Retirada de la política activa, queremos decir, porque su impronta, discurso e influencia en el partido siguen muy presentes.

Fundamentalmente, lo que ha hecho Podemos sistemáticamente en estos cuatro últimos años ha sido fragmentar el voto de la izquierda, un mal endémico a través de las décadas que en las elecciones del pasado domingo ha quedado bien manifiesto. No tuvieron visión ni humildad sus actuales dirigentes ni su padrino inspirador para asumir que en Madrid es más fuerte su escindida Más Madrid, que en Valencia tiene más arraigo Compromís, etc… Se presentaron en todos los sitios, en la mayoría no alcanzaron el necesario 5% y esos votos de izquierda se fueron por el sumidero. Facilitando, cuando no sirviendo en bandeja, que el PP se alzara en plazas municipales y autonómicas con una sonora victoria que no entraba ni en sus cálculos más optimistas.

No sé si estarán de acuerdo en que algún día en el PP deberían rendirle un sentido homenaje a Pablo Iglesias, no sé si erigirle un busto, dar nombre a algún espacio de su sede, una sala, un salón de actos…

Lo de Ciudadanos es todavía más incomprensible pero mucho más fácil de explicar. Albert Rivera era la esperanza liberal, el añorado centro, el presidenciable de las empresas del IBEX. Doy fe de que en la distancia corta se manejaba y se metía en el bolsillo al personal, hablaba muy clarito y, por cierto, decía muchos tacos. Pero era el seny catalán y también la rauxa. O si me entienden mejor, Jekyll y Mr. Hide. Y fueron las segundas, las caras de la moneda más siniestras y tremendas, las que terminaron por adueñarse de él cuando, en su mejor momento en términos de reputación y encuestas, Pedro Sánchez se le adelantó, planteó una moción de censura, la ganó y no convocó elecciones: se quedó y formó gobierno. Eso le dolió en el alma. Nunca se lo perdonaría.

Los 57 diputados que Ciudadanos obtiene en abril de 2019 no eran sólo el mejor resultado en la corta historia de la formación naranja, sino que consolidaban el mayor grupo parlamentario entre el PSOE y el PP desde tiempos de la UCD. Pero la sonrisa de Rivera era torcida. Le parecía insuficiente. Porque, por poco, no conseguía superar al peor PP, que se sonrojaba con 66 raquíticos diputados. Y porque el ganador era su antes aliado y ahora odiado Sánchez. Desde muchas esferas, entre ellas el IBEX, le pidieron que se abstuviera en la investidura, que facilitara un gobierno del PSOE en solitario, que no necesitase de pactos “ominosos”. Ni se lo planteó.

En la investidura votó NO, pero en realidad votó doble o nada. Con la ya referida negativa de Podemos formar coalición con el PSOE, la repetición de elecciones quedó servida. Por medio, se habían celebrado comicios municipales y autonómicos, con similar cosecha de votos y representantes para los naranjas. Pero, por orden de su líder, la bisagra la utilizaron para abrir las puertas a gobiernos del PP en las principales ciudades y autonomías donde tenían la potestad de decidir. Sin aquella estrategia, hoy posiblemente seguiríamos sin saber quién es Isabel Díaz Ayuso, por poner un ejemplo. Bien que les devolvieron el favor los populares en cuanto tuvieron ocasión, y si no lo hicieron antes fue porque sobrevino la pandemia. Pero al fin llegaron los adelantos electorales. De Madrid y Andalucía, y prácticamente de Castilla y León, desaparecieron, descabalgados por los mismos a los que habían aupado al poder.

Sigue diciendo hoy Albert Rivera que no sabe en qué se equivocó. La historia ya la conocen, los 57 diputados de Ciudadanos se quedaron en 10 en seis meses tras el segundo paso por las urnas. Ese día el partido empezó a desaparecer y la flamante sede que habían abierto en la calle Alcalá -tras desmantelar el partido en Cataluña cuando eran los más votados, no se olvide- se les quedó muy grande. Han resistido con lo ganado en 2019 en los ayuntamientos y en las comunidades que no repitieron elecciones. Como era de prever, ya lo han perdido todo. Menos un pueblo de Cantabria en el que han arrasado. Inés Arrimadas deja la política y el partido ha anunciado que no presenta el 23-J. Han llegado hasta aquí. Jugaron a doble y se quedaron en nada.

Viene bien recordar la historia. ¿Qué hubiera sucedido después si Iglesias se hubiera “aguantado” con aquellos 70 diputados en aquella legislatura o si Rivera se hubiera conformado con sus 57 en esta que ahora termina? Nunca lo sabremos. Porque ellos no quisieron. Se pensaron que la democracia es un casino, jugaron y perdieron. En estas próximas elecciones generales que se nos vienen encima, lo más probable es que ya no tengamos esos debates a cuatro o a cinco. Volverán a ser de dos. Teníamos dados de varios colores, pero van quedando menos y, a este paso, volveremos a jugar todo al rojo o al azul.

Y de esos dos ya hablaremos…

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