Como dejamos prometido, publicamos hoy la novena tanda de los microrrelatos a quemarropa. Ya sabéis, muy cortitos y escritos más deprisa que despacio. Nos quedaban seis en la recámara y hemos añadido uno, el último, que se nos ha ocurrido en estos días. Aquí van y no se os hará largo, espero:
Compasiva
El bosque estaba ahí, esperando. Pero nunca querías venir, te servía cualquier excusa con tal de no acompañarme. Además, decías que no había que precipitarse, ya llegaría el momento deseado. Yo ardía de impaciencia. Todas las noches acudía a buscarte a tu portal, bajabas corriendo, paseábamos divertidos, luego ya nos quedábamos varados en cualquier camino, fundidos en abrazos atropellados, frenéticos… Hasta que decidías parar, debías estar a tu hora en casa. Yo te miraba ansioso, tú compasiva. Aún no imaginaba quién eras, el secreto que escondías… cuando supe, comprendí que me apreciabas de verdad.
Come Together
Quien se tomó primero el café, como siempre, fue John. Y quien se levantó de la mesa y salió escopetado sin decir adiós. Siempre era él el que rompía la baraja, el que ponía fin a las fiestas. Todo quería hacerlo rápido, adelantarse, solo que esta vez no había sido exactamente él quien había decidido terminar de esa manera tan brusca. Los otros tres se miraron. Ahora sabían que ya nunca sería posible la reunión. Pagaron la cuenta. Y tiraron cada uno por su calle. Por si algún iluminado venía a proponerles ese gran proyecto juntos: una y una y una… tres balas más.
Visita fatal
Cogí semillas de zanahorias y me puse a sembrar. El huertito del jardín me relaja al menos, así dejo de pensar en otras cosas. Entonces, entraste. Ni te esperaba tan pronto ni resultabas ser la visita que deseaba en ese momento. Me hice el ausente. Te acercaste sin decir nada, yo seguía a lo mío, aunque presentía que no tenía escapatoria. Cuando ya advertí tu sombra erguirse sobre mí, no tuve más opción que volverme y advertí la sentencia en tu mirada iracunda. “Por lo que más quieras”, supliqué. “¿5-0 al descanso?, dime que no”. Pero asentiste, fatal.
Siempre por noviembre
El bueno de Juan me miraba estupefacto; a Olga, tan mesurada, le mudó la cara. Siempre respeté a mis primos mayores, pero esta vez yo tenía la revelación. Al resto de la familia acordamos no decirles nada de momento. Era necesario contrastar los hechos. Esa niña que merodeaba sola en el portal donde vivió la abuela, decía llamarse igual. Y la mirada, el brillo, la sonrisa… eran esos mismos rasgos que recordábamos de ella. Decíamos ‘calma, moderemos las expectativas’. Hasta que me dio la mano… y temblaba, inconfundible, como la suya. Entonces supimos que era cierto: estaba otra vez aquí por noviembre.
Cauquenes en peligro
El segundo volumen de su preciada colección de aves curiosas, que repasaba a diario para distraerse cuando volvía del hospital, le habló ese día de los cauquenes: un ganso austral que vive siempre en pareja. Cuando la hembra muere, el macho no soporta la tristeza y sobrevive pocos días; si él fallece antes, ella encuentra un ejemplar más joven. Cerró entonces el libro, miró las paredes que se estaban quedando mudas, recorrió la casa que ya se le hacía inmensa. Le pareció flotar, torpe y sin rumbo, en un lago glacial. Y se supo verdaderamente solo y en peligro.
Cazador
Igual que el gato. De un zarpazo, gestó su obra maestra. Solo que ésta no era un suculento ratón, sino una macrooperación que sacudiría los tejados del mundo. Después, ya soltaría y agarraría la presa, compraría y vendería, haría subir precios o hundirlos a conveniencia, con felina vista y precisión. Una vez eliminada la competencia y todo el pienso en su poder, tendría tiempo de lamerse la cola y tranquilamente desparasitarse. Poca importancia iba a darle el cazador, satisfecho en su cojín favorito, a la visita de uno de esos congéneres famélicos y resentidos. A recordarle que ya iba por su séptima vida.
Inminente
Araceli esperaba ese dinero. De hecho, lo tenía gastado antes de recibirlo. Faltaba que Ambrosio le extendiera el cheque, nada más cerrara la venta del piso a Josué, en cuanto éste volviera de Cuba, donde el Estado había de abonarle la expropiación de sus terrenos. Hecho pendiente de la inminente firma de una operación comercial con Irán, sólo a expensas de un rápido movimiento de tropas del ejército de Kuwait, entonces Rusia debería pronunciarse… Cuestión de días, le aseguraban. El negocio estaba en buenas manos y así, sin dudarlo, llevaba todos estos años.
Y hasta aquí habéis podido leer. Os dejo también todos los publicados hasta ahora Microrrelatos a quemarropa – Byenrique. En 2022, si el tiempo y la inspiración nos lo permiten, tendremos más.