‘Desagradable’ era, para la presidenta de la ANC, esa periodista pesada de Antena 3, “morena y española” para más señas, que pretendía sacarle un titular. Como desagradable le debió parecer al diputado de Vox por Castilla y León esa otra que insistió en preguntarle por las propuestas de su partido en materia de ideología de género para la región. Esos malencarados, molestos e insidiosos que no saben hacer otra cosa que incordiar a las personas respetables. ¿Qué se habrán creído? Que no se conforman con lo que se les dice. Y es verdad. Sobre todo, no se conforman cuando no se les responde y no se les dice nada.
La relación con el periodista puede ser compleja y da para varios capítulos, de hecho, algunos ya los hemos intentado contar aquí. Pero lo que no parece muy normal, ni desde luego muy sano, es la inquina -cuando no rechazo y cuando no verdadero pavor- que en ciertas altas esferas, y muy particularmente en las empresariales, suelen suscitar los periodistas. Salvo casos excepcionales en los que hayan conseguido establecer una relación amistosa con alguno, que frecuentemente tuvo como origen una trifulca que después generó roce y éste terminó tornándose en afecto mutuo. Pero por lo general, por defecto, muchos directivos manifiestan una desconfianza absoluta hacia estos profesionales. Como si dieran por hecho que van a venir predispuestos a sacar una noticia negativa, porque son las que más venden, y que va a dar igual lo que se les diga porque luego van a contar lo que les parezca. ¿Que exagero? Miren, como le dijo Woody Allen a Penélope Cruz sobre otro tipo de personas, estas existen y yo las conozco.
Uno intenta, y a veces hasta con éxito, convencerles de que no es para tanto. Al fin y al cabo, cuando se pongan delante de un periodista, simplemente se van a encontrar con un profesional de la información que va a intentar hacer su trabajo lo mejor posible, igual que él hace el suyo. Y suelo utilizar el símil ideado por el periodista y escritor argentino Jorge Halperín, quien comparó la profesión con la del psicoanalista y el cura. Decía que, con diferentes propósitos, ambos escuchan a su paciente o a sus fieles a fin de transformarlos, les prestan un servicio que les han solicitado, trabajan para ellos, les proveen revelaciones y establecen un vínculo en el tiempo. Pero el periodista, aunque también escuche a su entrevistado, no trabaja para él, no le presta un servicio, no tiene interés en transformarlo ni le va a proveer revelaciones, no aspira mantener la relación y además las confesiones las usará para otros. Pero ¿cuál es la otra gran diferencia? Que ni el psicoanalista ni el cura te van a dar presencia pública.
Cuando políticos, empresarios o celebridades de cualquier ámbito se quejan por sistema de los periodistas, siempre digo que el primer error es no entender su trabajo. El informador conoce perfectamente el de sus interlocutores porque es su deber. Pero esos interlocutores a menudo ni se preocupan por lo que motiva o preocupa al que tienen enfrente. Es más, los hay que presumen de saber lo que está pensando, y no tienen ni idea. Y sobre todo, no se han parado a preguntarse qué es lo que necesita y qué es lo que le puede ayudar. ¿Y qué necesita un periodista? Muchas cosas, entre ellas un mejor salario, más tiempo y mayor comprensión por parte de sus jefes. Esto no se lo podremos proporcionar, al menos directamente. Pero ya metido en su trabajo, lo que necesita es una noticia que llevarse a la redacción. Sí, una buena historia que pueda rematar con un buen titular.
Si el redactor de un medio viene a la rueda de prensa a la que se le ha convocado o a la entrevista concertada, y ve que lo se le cuenta carece de interés, o no parece relevante, buscará, esto es, preguntará. Y entonces, a lo mejor, parecerá desagradable. Según su estilo o carácter, le dará por interrumpir, dará la sensación de no estar escuchando, o que repite preguntas -la famosa y necesaria repregunta-, hasta se pone un poco borde… Y habrá quien llegue a pensar que es que viene de parte del enemigo (como en aquella célebre entrevista de Germán Yanke a Esperanza Aguirre en “su” propia televisión). Pero es que, si al final el redactor se vuelve a su mesa sin nada, tendrá la sensación de haber perdido el tiempo una vez más. A la vista del contenido informativo obtenido, posiblemente su jefe decidirá si merece la pena publicar o no. Y se determina que sí, la crónica será la que sea, pero el titular habrá que ponerlo, sí o sí. Y no podrá ser bueno, ni brillante, ni desde luego satisfactorio ni para el informante ni para el informador. Eso si éste no ha obtenido, por otras fuentes, otra información alternativa y mucho más rica sobre el mismo tema. Entonces, esa será la que primará, y seguramente la que no convenga a la empresa, partido o entidad que dio la rueda de prensa o la entrevista en cuestión. Además de desagradable, al periodista ya lo tacharán de canalla y difamador.
Y en realidad, no es tan difícil. Ni llevarse bien ni conseguir un buen tratamiento informativo. Basta con estudiar y prepararse las cosas. Cuando comparecemos ante los medios, sea en formato uno a uno o con muchos a la vez, en primer lugar, hay que tomárselo muy en serio; y en segundo lugar, hay que tomarse un tiempo previo para preparar el evento. Analizar los hechos que se difunden, la situación, saber con quién vamos a hablar y, sobre todo, qué queremos decir. Como advertía Halperín, el periodista va a utilizar lo que se le cuente para contárselo a otros, y esos otros son la audiencia a la que queremos llegar. Por lo tanto, debemos saber lo que queremos transmitir al público que está detrás de nuestro momentáneo interlocutor. Y mucho mejor lo haremos si además tenemos el detalle de hacerlo interesante. De aportar algún dato revelador, alguna idea atractiva que al periodista le sirva para construir esa buena historia que busca. Entonces se irá más contento porque sentirá que habrá aprovechado el tiempo, si hace un buen trabajo sus jefes quizás se lo reconocerán, y en fin, seguramente quedaremos más satisfechos con lo que salga publicado, porque saldremos mejor reflejados. Y ya no nos parecerá tan desagradable.
Al final, aunque parezca una obviedad -pero hay quien no parece tenerlo tan claro-, un periodista también es una persona, un humano, un ser vivo. Y como cualquiera, se portará mejor con quien siente que le ayuda que con quien nota que dificulta su trabajo. Y sí, se disgusta y puede llegar a ser muy desagradable cuando ve que no se le sabe o no se le quiere contestar.