Nadal y Federer, ni relativos ni absolutos

Seamos realistas y a la vez agradecidos. A Roger Federer y a Rafa Nadal no tenemos que pedirles absolutamente nada más. Felicitarnos eternamente de haberles conocido, de haber vivido su tiempo y apurar lo que nos queda de vivirlo. Celebrar cada torneo, cada partido, cada juego que todavía nos regalan en pista. Si encima todavía levantan un Roland Garros o un Wimbledon, como aún demuestran que son capaces, maravillarnos y ponernos una vez más en pie, quedarnos sin palabras porque ya no sabremos realmente qué decir. Pero ni perdamos la perspectiva ni nos demos a vaticinios que son simplemente voluntaristas, quizás producto del deseo. A veces nos gustaría poder detener el tiempo… pero a veces parece que queremos hacerlo correr más deprisa.

De Federer decían periodistas y gurús del tenis, allá por 2014 o 2015, que ya nunca más volvería a ganar un Grand Slam. De Nadal en 2015 y 2016 que estaba acabado, que su trabajado cuerpo no daba para más. En enero de 2017 llegaron ambos a la final del Open de Australia, y se dijo que era una final vintage. ¿Vintage? A mí me entró la risa. Roger ganó ahí ese grand slam que le negaban. Ese verano se coronó por octava vez en Wimbledon. Rafa recuperó su trono en Roland Garros, ahí lo mantiene todavía, y también abrochó el US Open. Resulta que los dos tenistas “vintage” se lo llevaron todo ese año -a los cuatro grandes hay que añadir Indian Wells, Miami y Shangai uno, Montecarlo y Madrid el otro, por citar sólo los Master 1000. L’Equipe los eligió deportistas del año conjuntamente.

Pero entonces, los mismos sabios del periodismo y la tertulia deportiva se vinieron arriba. Los que les daban por terminados pasaron a darles por inmortales. Después de volver a levantar la copa en Australia este año, aventuraron que Federer podía ganar otros cuatro o cinco grandes más. Incluso algunos, entre ellos Mats Villander, defendían que este suizo de hoy es mejor que el de hace diez años. Del manacorí, vista su brillante temporada y tras sus imponentes ejercicios agonísticos ante Khachanov o Thiem en Nueva York, que estaba pletórico físicamente y no tenía fecha de caducidad. Resulta que el pobre Roger, que nunca sudaba, se derritió como una fondue dentro de su flamante polo Uniqlo en octavos (impagable publicidad para Nike). Y ayer Rafa, gigantesco en la adversidad, volvió a maldecir su traicionera rodilla, en la que se propinó un botellazo de rabia. Y nos dolió en el alma a todos los que lo estábamos viendo. Pero ¿qué queremos?

Roger Federer acaba de cumplir 37 años, y Rafa Nadal cumplirá 33 el que viene. Lo admirable es que sigan en la cumbre del tenis, disputando los grandes torneos, a menudo ganándolos y, sobre todo, deslumbrando con su tenis, cada uno a su particular manera y estilo. Pero no necesitan metas ni objetivos, y menos que les digamos hasta cuándo van a seguir o qué es lo que tienen que hacer. Escucho ahora a un reconocido especialista en la radio que Rafa puede recuperarse de este percance para ir a la gira asiática y defender allí el número uno que ostenta. ¿De verdad le importa ya el número uno al alguien, lo mismo que Roger, que lo ha sido tantas veces y tanto tiempo a lo largo de su carrera? Lo que les motiva, y lo dicen ambos por activa y por pasiva, es competir y disfrutar. Y por supuesto, ganar todo lo que puedan. Claro que, pensándolo bien, casi mejor que les den por acabados.

Nada puede ser relativo con estos dos iconos de la historia del deporte, pero tampoco absoluto. Más allá de pronósticos ventajistas o sensacionales, y respetando lo que ellos y nadie más decidan sobre su futuro, lo que nos queda a nosotros es seguir disfrutándolos todo lo que nos quede. Que puede no ser poco… pero con calma. Partido a partido, y cada uno ya es un lujo.

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