Dicen que San Patricio, que de nacimiento no se llamaba así, fue un inmigrante ilegal. Si algún día convierten en santos -o mártires- a todos los que circulan hoy por el mundo, no habrá días ni en un siglo entero para celebrarlos a todos. Eso sí, no estaremos nosotros para que se nos caiga la cara de vergüenza mientras los demás, ajenos a nuestra mezquina historia, se emborrachan en su honor.
Por lo demás, Irlanda es un país con un magnetismo especial del que pocos más podrán presumir. Está lleno de irlandeses, lógicamente, pero es que muchas naciones y ciudades de todo el mundo también lo están. Y muchos que no los somos nos sentimos irlandeses alguna vez en la vida o unas cuantas al año. Y por supuesto hoy. Para apuntalarlo con cifras, en la isla esmeralda viven algo más de seis millones de irlandeses -contando la República de Irlanda e Irlanda del Norte. Pero si contamos los británicos del resto de las islas, estadounidenses y australianos que llevan sangre irlandesa, del color que quiera que sea, suman más de 60 millones. Más lo que hoy nos apuntamos, nos vestimos, nos pintamos, nos teñimos de verde.
De hecho, la fiesta de San Patricio y lo que la rodea, no nació en Irlanda sino en Estados Unidos. Fueron los emigrantes allí instalados los que dieron en convertir su “morriña” en jolgorio y exaltación de las raíces. Luego ya se encargó la maquinaria de Marketing norteamericana de popularizarla y extenderla por todo el mundo, y luego llegaría lo de iluminar los monumentos en verde. Como Halloween y como tantas otras, como conseguirán un día con su semana de Acción de Gracias. Claro, en esa gran campaña de marketing mundial tuvo que ver una empresa emblemática, que menuda es Guinness. Como Heineken en Holanda, de una céntrica y entrañable fábrica en Dublín -en Amsterdam en el caso de la holandesa- evolucionó hasta el gran emporio empresarial que es hoy. Y ha conseguido que su imagen se asocie a Irlanda en todo el mundo, y que celebrar San Patricio sea sinónimo de ponerse ciego a pintas de la negra cerveza, hasta ahogar el trébol -según marca la tradición- o terminar de ahogarse uno mismo.
Pero ojo, que la Guinness es potente, nutritiva y hasta milagrosa. Me contaron que a las abuelitas y abuelitos de los pueblos de Irlanda el médico les recomienda tomarse media pinta al día… con una cucharadita de azúcar. Y me sé de alguno que alguna noche ha sustituido la cena por un espumoso peregrinaje por Temple Bar. Lo que quizás se echan de menos son aquellas monedas de 1 libra irlandesa que, al hacerla tintinear con el vaso, según sonara te indicaba si la pinta ya estaba lista para beberse. La de cinco duros española servía igual, según pudimos comprobar. Por cierto, que los irlandeses tienen otras costumbres y tradiciones culinarias para conmemorar sus fiestas o fechas emblemáticas -el Bloomsday, el Sahmain, la propia del 1 noviembre que derivó en Halloween…- pero esas ya nos interesan menos.
En fin, que desmitificaciones y escepticismos aparte, lo que nos queda es un día divertido, que al menos por un rato, sin mucho menos olvidarlas, nos alivie un poco de todos los dramas que tenemos alrededor, lejos o cerca. De entre todos estos titulares que día sí y día también nos sobresaltan, quedémonos hoy con uno del estilo: Si no fuera por San Patricio…
Y quede por hoy este post intrascendental. Sláinte!!!