El otro día alguien, naturalmente de otro país, me preguntaba cómo los periodistas españoles pueden seguir soportando la humillación a la que son sometidos constantemente por los personajes públicos. Fundamentalmente los políticos, pero el asunto es perfectamente extensible a otros. No conceder preguntas, no responderlas, tratar de dirigirlas, soltar impertinencias, vetar a determinados periodistas o medios, tratarles con prepotencia y desprecio, no comparecer, hacerlo “en diferido” o “por plasma”, delegar en subordinados, decretar silencios informativos hasta nueva orden….
¿Por qué los periodistas no se levantan masivamente de una rueda de prensa cuando ven que no se respeta su trabajo?” Que, efectivamente, sería lo más digno en no pocos casos, pero además lo que más le dolería en el alma y a la postre perjudicaría en su imagen al personaje en cuestión.
“Sin preguntas no hay cobertura” era el lema que propugnaban algunos profesionales de la información, incluso asociaciones que les representan como la APM. Esto fue hace unos años, y que se sepa nunca se llevó a cabo, al menos en eventos de cierta repercusión. Hoy queda muy poco de aquel amago de campaña, por no decir nada. Se decía entonces que los periodistas éramos cómplices por aceptar ruedas de prensa sin preguntas. Pues nos hemos amoldado a esa condición, y a callar. El otro día un futbolista se sobraba y se mofaba porque le negaba la respuesta a un medio supuestamente afín a otro club. Y los demás se limitaron a comentarlo con sorna. “Nos tendríamos que haber ido” esbozó alguno. “Pues la verdad es que sí…”, respondió otro. Pero ahí se quedaron. Y no faltarían los que aplaudieran, que hasta eso era lo nunca visto y estamos llegando a ver.
Los periodistas hemos aceptado que nos la metan doblada. Los políticos y las estrellas comparecen cuando les interesa, y dan la callada por respuesta cuando los vientos no vienen a favor, que es precisamente cuando el público estaría más interesado en conocer su explicación o su punto de vista. Porque no olvidemos que estas actitudes despectivas hacia la prensa lo son, en realidad, hacia la opinión pública, que es la que se informa a través de los medios y obtiene elementos para formarse una opinión. Las preguntas del periodista son, debería suponerse, las que haría la gente de la calle. Las explicaciones que se den a los medios de comunicación ante un hecho trascendente son las que necesitan y demandan los ciudadanos.
Por lo tanto, el periodista que acepta que se denigre su derecho a informar está dimitiendo no ya de su deber profesional, si no de su papel en la sociedad. Si se le priva de ejercer debidamente su trabajo no informará bien. Y no debería conformarse con ello ni debería limitarse a protestar. Lo que ocurre es que uno o unos pocos no pueden solos, llevarían las de perder. Si dos se levantan de una rueda de prensa, quedarán dos sillas vacías, y luego posiblemente tendrán que vérselas en la mesa del redactor jefe porque su información no llegó; en el despacho del director porque no ha sido fiel a su obligación; en la planta noble del editor porque su comportamiento ha molestado profundamente a una entidad relevante.
La única posibilidad de éxito, y de que los personajes públicos se lo miren, sería que reaccionaran todos y además actuaran sistemáticamente. Que la sala de prensa se quedara vacía un día sí y otro también; que no aceptaran ninguna entrevista que se les ofrezca; que no escribieran una línea de las notas de prensa que reciban de esa institución, club, partido o gobierno. Por muchos intereses a los que se deban, las empresas informativas tendrían que vérselas con toda una plantilla, no sólo con dos redactores contestatarios, y no tendrían más remedio que darles la razón y presionar a esas instituciones, clubs, partidos o gobiernos. O cambian su forma de proceder o esto no funciona.
Pero es imposible, siempre alguno abdicará, le podrán el miedo o la resignación, o simplemente no estará de acuerdo con sus compañeros y se desmarcará. Por no decir el que esperará recibir un reconocimiento a su “valiente” disidencia del colectivo. Conociendo el estado de la profesión en España, no cabe esperar actitudes masivas y solidarias. Además, eso lo saben bien los poderes en cuestión. Y sabrán premiar debidamente a unos, castigar a otros, recolocar la publicidad en un medio o administrar sus grandes exclusivas entre sus afines. Divide y vencerás, y a la prensa española la tienen bien dividida.
Por lo demás, qué se puede esperar si lees estos días a periodistas que vienen a justificar –más alto o más claro- que todo un presidente de un país rehúse presentarse a debates electorales en los medios de comunicación. Y así vive o sobrevive esta profesión nuestra, humillada y dando palmas.