Hace años nos sonrojábamos ante el resto del mundo civilizado por nuestras cifras anuales de muertos en accidentes de tráfico. Pero es que entonces no se difundían, como ahora, las de mujeres asesinadas por sus parejas macho. Porque no son masculinos en la acepción genérica, son machos en la más animal expresión del término. Y las cifras que estamos presentando, y no hay manera de que bajen año tras año, son no ya para ponernos colorados. Más bien para meter la cabeza bajo tierra.
Mucho se está escribiendo hoy, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, y mucho se ha escrito muchos días. Pero parece que da igual. Mañana o pasado conoceremos desgraciadamente otro caso, como se conocieron tres seguidos en diferentes puntos de España justo al día siguiente de la masiva y mediática concentración celebrada en Madrid hace unas semanas. Por más que se alce la voz, se prometan leyes y pactos de Estado o se anuncien nuevos servicios de ayuda a mujeres maltratadas… no dejamos de contar asesinos de mujeres.
Y lo peor, si es que en esta lacra puede distinguirse un caso o un aspecto más infame que otro, es que muchos de ellos son asesinos anunciados. Hierve la sangre cuando lo sabes. Son tantos los casos en los que, cuando leemos las crónicas más allá del titular, descubrimos que se veían venir. Que se lo temían los vecinos, que la familia ya avisaba, que esto iba a acabar mal, que la propia víctima lo presentía.
El lunes pasado sin ir más lejos, El Mundo publicaba este reportaje sobre una ex presentadora de televisión cuyo ex macho la había pegado y humillado. Pero es que durante su relación ya supo que el animal tenía denuncias por maltrato de su anterior matrimonio y también de la siguiente pareja que tuvo. Tras año y medio de cárcel por la suma de diversas condenas –además el “joya” está imputado en la trama Gürtel– ya goza de permisos, y en marzo saldrá en libertad. La chica, que está haciendo por reconstruir su vida, reconoce que está “acojonada”.
Porque sabe, y desgraciadamente sabemos, que son muchos, demasiados episodios así. No lo evita un juez, no lo para la policía, no la salva ningún teléfono de urgencia de los que no dejan huella. Hubiera denunciado o no, recayera sentencia de alejamiento o no, siguieran conviviendo o no. Aunque estuviera muy lejos, ella sabía que la bestia iba a volver, y volvía. El público que asiste a la fatal noticia se entera después de todo, pero el crimen había sido sobradamente anunciado y finalmente ejecutado. Entonces no es que te produzca vergüenza, es que te preguntas en qué sistema y en qué sociedad estamos.
Con el tiempo, el término violencia de género ha dado en parecernos un blando y cursi eufemismo que preferimos dejar de usar; violencia machista se está quedando ciertamente corto; terrorismo machista es una definición inexacta –el terrorista persigue otros objetivos además de matar. Lo propio sería llamarles directamente asesinos de mujeres, unos en potencia y otros consumados. Y muchos, lamentablemente y mientras no se haga nada más efectivo, anunciados. Especies a extinguir todos ellos, y mucho mejor si se extinguen ellos mismos.