Aguas y moles de Colonia (I)

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Tal que 20 veces pasaría la maleta por delante de mí en la cinta y no lo advertí, no la reconocí. Nunca la había facturado, y en esto me di cuenta de que tanto abrirla y cerrarla, llenarla y vaciarla, y ni siquiera sabía cómo era por fuera. Iba a ser el principio de un constante ir y venir. En cuestión de días, no menos de 100 veces pasaría yo por delante, por detrás y por los flancos de la aplastante mole. Y no puedo asegurar que terminara reconociéndome, a pesar de que presidió solemne todos y cada uno de mis paseos, deambulares y derrotes por la ciudad.

Köln suena más rotundo que Colonia, porque en vez de perfume sugiere campanazo, aldabonazo. La propia entrada por ferrocarril es ya una declaración de intenciones, al primer vistazo te avisa de quién es y de lo que hay. Es que la estación parece que viviera –y vive de lo lindo- adosada al deambulatorio, y sí, diríase que la dominante te recibe de espaldas, pero ya al bajar del tren y salir del hall se te presenta de frente con toda su fachada, esto es, con sus bien elevadas arquerías, su triforio, su clevistorio… y sus agujas, que parece que en efecto conectaran con el mismo cielo. Objetivamente hablamos de la tercera catedral más alta del mundo –con esto deshacemos el entuerto del último post antes de partir– pero en realidad la primera, también en Alemania, le saca apenas unos pocos metros de aguja.

Uno va tirando de su despechada y aún dolida maleta por el empedrado, tratando de concentrarse en el mínimo plano que debería llevarte derechito al hotel. Pero no hay forma de reparar en otra cosa que en la imponente que se levanta por donde miras, que vas rodeando sin terminar de abarcar, la vista no es capaz de bajar a tierra, vas como poseído, y si finalmente das con la entrada de tu nueva ocasional morada será no por otra cosa que por pura casualidad. Y porque era realmente fácil, la verdad. Mr Reimann (1) te recibe con una sonrisa, te da la llave y te dice que estás en casa, no tienes que preocuparte de nada más.

Instalados, recuperados ya del primer impacto y con el pulso en su estado propio, buscaremos otras cosas y trataremos otros asuntos de importancia. Con carácter de urgencia la primera cerveza, y aunque te han avisado de que los camareros de por aquí son genuinamente bordes y además se jactan de ello, Manfred Neumann parece un tipo bastante normal, que te sirve y te cobra sin más muecas ni aspavientos. Con el regusto de la primera Kölsch en el cuerpo será mucho más fácil elegir los caminos, que sin duda los va a haber.

Y no podía ser de otra forma que flanqueando el ala Sur de la imperturbable, jalonando un estrecho pasaje entre obras, sorteando decenas de turistas que vienen de frente y no tienen por qué verte. Un recodo, la singular estructura de acero del Hohenzollernbrücke… y en fin, el Rin. Que no sólo de catedralona presume esta ciudad. En su kilómetro 688,5 de curso –o eso dicen-, no lejos ya de su desenlace, que no ocurrirá exactamente en el mar, fluye paciente y distraído, como si ya nada le pudiera sorprender. Este no entiende de Heráclito, es el mismo río siempre, tantos años, tanta vida, todo lo que ha visto, le haya enamorado o le haya espantado. Es el eje fluvial del país pero son las aguas de Colonia, posiblemente en ninguna otra a su paso llegue a mostrarse con esta madurez y esplendor. Puede que sea el efecto del agua y la mole, tan contrapuestas y sin embargo tan socias y bien avenidas.

Es cuando toca pararse, recrearse, empezar a andar más despacio y aprender del aprecio a la vida que caracteriza a cualquier colonés que se pinte. Por la ribera pulula el turismo de cena familiar a las siete, pero por las menos expuestas Alter Markt y Heumarkt burbujea el atardecer en vasitos de dosis reducidas, como si la felicidad se degustara mejor a tragos pequeños, pero muchos. Cenar un schnitzel en versión reducida ni es lo más típico de por aquí ni lo más original, pero no pretendíamos ni una cosa ni la otra. Una caipirinha no digamos entonces, pero ya vendrá el eficiente Martin Müller a depararnos alguna kölsch de más, que no es para menos. Vendrán tiempos y camareros peores, por qué no vamos a disfrutar de lo que tenemos ahora. La noche será espesa, pero esto no ha hecho más que empezar, y seguirá.

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(1) Como siempre en estas historias, los personajes son reales pero sus nombres imaginarios

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