Estamos en las fechas en las que los gimnasios se ponen hasta arriba –diez minutos me llevó anteayer encontrar simplemente una taquilla libre para guardar mis pertenencias. Es cuando se produce el abordaje de toda esa legión de bienintencionados que, con el nuevo año y ante el evidente efecto de las navidades, se han propuesto mejorar su estilo de vida y, ante todo, mejorar su cuerpo y su presencia. Y que, por lo general, se han acogido a las ofertas de inscripción anuales que con su mejor vista comercial ofrecen todos estos centros deportivos.
Esta oleada, que tanto incomoda a los que sí van asiduamente, dura apenas estos primeros meses del año. A las seis, cuatro o siquiera dos semanas, irá remitiendo. Por marzo las salas de cardio y musculación volverán a ofrecer un aspecto más normal y descongestionado. La gran mayoría de aquellos que llegaron llenos de determinación habrán terminado desistiendo. Porque no vieron los resultados que esperaban, porque no consiguieron compatibilizar la actividad con sus horarios, porque tras la ilusión de los primeros días sobrevino la imbatible pereza. Y la tarifa pagada por todo el año. Un pequeño impulso en junio, con la playa en perspectiva; otra ofensiva en septiembre, para intentar compensar el síndrome post vacacional. Y poco más, el dinero en la caja del gimnasio, los michelines tal cual. Ah, y les habrá dado igual si tuvieron la cautela de pagarlo mes a mes, porque al final esas cuatro mensualidades pueden haberle salido igual o incluso más caros que la oferta por los doce. Sólo aquellos que hayan sido constantes, conscientes de que los buenos resultados necesitan tiempo y dedicación, resistirán y, llegado el mes de diciembre, no tendrán duda en renovar su inscripción. A la larga les resultó rentable, y no sólo en términos de retorno de inversión.
Del mismo o parecido modo, es a principios de año cuando buen número de empresas –por lo general medianas y pequeñas- se apuntan a su particular gimnasio. Sí, se plantean invertir en Marketing o en alguna de sus vertientes, en Relaciones Públicas, en Redes Sociales… o en Comunicación en sentido amplio. Hacen cuentas, buscan en su tesorería, asignan un presupuesto y se comprometen con el que han considerado el mejor postor, el experto en cuyas manos se pondrán. Luego hay varias formas de articular su apuesta. Unas se fían a un plan anual; otras optan por el corto plazo, pongamos tres meses, o una campaña puntual. Unas aceptan seguir unos primeros pasos a fin de preparar “su cuerpo” para la nueva y se espera que intensa actividad; otras desean pasar rápidamente a la acción. Las hay que prefieren cardio, acciones continuadas de intensidad progresiva; o las que van directamente al peso libre, buscando un impacto rápido y notorio.
El caso es que si han confiado en un buen monitor (agencia, profesional de la Comunicación), éste habrá hecho un pormenorizado estudio de su estado, sus posibilidades y sus oportunidades de mejora. Y en función de ese punto de partida, les habrá asignado un plan de entrenamiento, incidiendo más en una serie de ejercicios que en otros, y estableciendo diferentes fases en los que la actividad se intensifique o se ponga más énfasis en la calidad. El músculo empresarial no es igual de unas organizaciones a otras, como tampoco los antecedentes de salud corporativa, los hábitos contraídos… y se trata de perseguir objetivos realistas… pero que al final sean reales y palpables.
Lo que pasa es que, tantas veces, chocamos otra vez con cierto fenómeno similar al de los que se apuntan masivamente al gimnasio en enero. Cualquier empresa, como cualquier persona, desea ver resultados inmediatos, tanto en términos de visibilidad y reacción positiva de su mercado, como al mirarse en el espejo. Lo que pasa que no todas las constituciones son iguales, no todas hacen la misma dieta, no todas evolucionan y progresan al mismo ritmo. Si no has hecho ejercicio en tu vida, no puedes aspirar a conseguir el cuerpo de Cristiano Ronaldo en un mes; si la empresa no ha comunicado nunca lo que hace, si no se ha dado a conocer en su sector y no es que haya patentado la primera televisión que permite oler y degustar los platos que preparan en Masterchef, no puede pretender salir en todos los papeles y que le entrevisten en todas las radios a la primera nota de prensa que envía. Si lo entienden, calibran expectativas, confían de verdad en su experto y siguen con el plan, terminarán viéndose y gustándose, y lo harán cada vez más. Si les puede la impaciencia, inevitablemente dan en suspender la actividad y la relación con su entrenador. Entonces el dinero invertido, mucho o poco, por un año o por unos pocos meses, lo habrán tirado por la borda.
Luego están los que funcionan según impulsos. Esos que van un mes, se entregan a fondo, endurecen y reducen volumen por los cuatro costados, y se cansan. O desarrollan una buena campaña, obtienen unos resultados satisfactorios en términos de cobertura mediática, percepción favorable y acercamiento de su público objetivo, y paran. Tanto uno como el otro suelen ser de los de cuota mensual. Y cuando se termina el presupuesto asignado, o surge otra prioridad de gasto, cancelan su actividad, por muy buenos efectos que les estuviera produciendo. Cuando decidan retomarla, tendrán que volver a empezar de cero, porque tanto el músculo como la reputación tienden a atrofiarse y a volverse flácidos cuando se dejan de trabajar.
En definitiva, ir al gimnasio es una inversión, y antes de apuntarse hay que pensárselo muy bien. Lo que se da y lo que se obtendrá a cambio, lo que buscas y a lo que te comprometes. Pero una vez que se ha dado el paso, siempre es una pena dejarlo.