El memorión cojonero, especie en extinción

El Memorión cojoneroEl Alzheimer es una enfermedad cruel donde las haya, pero la simple falta de memoria, para algunos y en ciertos casos, puede ser una bendición. Y hasta su salvación. Vivimos en un mundo muy rápido, en el que los hechos caducan muy pronto, y no es fácil retener todo lo que vemos y lo que pasa. A no ser que lo apuntemos, que llevemos un diario, que lo escribamos por un ejemplo en un blog –y aún así…-, que guardemos los periódicos o las web que hemos leído, pero además tendríamos que estar repasándolas casi a diario. Imposible. No somos una hemeroteca ni un almacén de datos viviente, y en cuanto a las herramientas Big Data, si las propias empresas no saben todavía cómo utilizarlas, qué vamos a hacer las simples personas.

De esa febril e irremediablemente crónica desmemoria a veces nos aprovechamos. O más bien pensamos que se aprovechan. ¿Quién me va a reprochar lo que dije hace seis meses, si hace mucho ya que se lo llevó el viento? Es más: si ni siquiera yo voy a admitir que lo dije, eso suponiendo que lo recuerde, que seguramente tampoco. O en cambio, ¿puedo recriminarle al colega que hablara de aquello, en los términos que lo hizo, y ahora me venga defendiendo fervientemente el argumento contrario? Si dice que no se acuerda. “Tendrá cara…”, pienso. Pero a lo mejor es verdad que el pobre sólo es consciente de lo que asegura hoy.

Luego está la memoria selectiva, la que nos hace recordar con toda precisión lo que refrenda nuestras ideas y teorías, así relacionamos perfectamente hechos pasados con las noticias de hoy; pero todo aquello que por el contrario nos las desmonta -qué casualidad- ha huido, se ha volatilizado, no nos consta en absoluto que aquello ocurriera, mucho menos haber escuchado o leído tal comentario. Es más, “te lo estás inventando, tanto que te gusta tergiversar la perfecta realidad en la que vivo y en la que todo cuadra a satisfacción”.

De ahí ya pasamos a la memoria mezquina. O mejor dicho, al mezquino aprovechamiento de la desmemoria ajena, y sobre todo colectiva. Cuántas incoherencias, mentiras, desvaríos o directamente engaños han pasado desapercibidas ante el público, simplemente porque nadie fue capaz de registrar el polo opuesto de la supuesta verdad que se proclama hoy. A eso contribuyen decisivamente los que se suponen gestores de las fuentes de conocimiento de las personas. Fundamentalmente ciertos medios de comunicación y determinados órganos de Comunicación, a veces perfectamente coordinados, que se encargan hábilmente de obviar u ocultar, o simplemente de desviar la atención para que no reparemos en la jugada maestra. O se perciba mínimamente, por parte de una minoría, algún loco de atar que salte “¿pero no dijo aquella vez…?”“Venga hombre qué cosas tienes, cómo iba a decir…” Y te quedas solo con tu perversa lucidez.

Queda Internet, que deja plasmado casi todo, pero no siempre es preciso, no todas las fuentes son fiables, y luego está la ordenación del tiempo y la circunstancia que determinan los buscadores. Aparte de que quien más y quien menos va teniendo ya medios para desindexar –no borrar- ciertas informaciones, cuidado, esto no significa defender el Derecho al Olvido del que hablábamos el otro día, sino sepultar la historia bajo capas de enlaces.

Frente a todo esto actúa, como un guerrero solitario e incomprendido, el memorión cojonero. Ese que, valga la anécdota, va ayer a la presentación de un nuevo entrenador y le pregunta por aquello que opinó del delantero del equipo al que entrenaba hace un año. Hay que tener mala leche. Como hay que tener verdadera mala uva para recordar –y recordarle, y si pudiera inquirirle mirándole a los ojos- al influyente periodista lo que preconizaba hace 10, 15 ó 20 años. Da igual, él no lo va a reconocer, ni siquiera le va a cambiar la color, y lo que es peor, sus lectores de hoy no lo van a admitir, claro, si no le leían entonces. Qué decir de las manifestaciones de cualquier personalidad pública, ay si las informaciones sobre ciertos sujetos fueran siempre acompañadas de enlaces a otras informaciones relativas al mismo personaje de tiempos y episodios anteriores. Pero ya sabemos, parafraseando a aquella reina del Imperio Británico, que ciertos potentados no tienen ideas permanentes, sino intereses permanentes. Y estos sí que no se olvidan nunca, nunca.

Hoy como periodismo de investigación se impone la práctica de desenterrar papeles e informes de vaya usted a saber la procedencia, presentándolos como irrefutables para comprometer al enemigo estratégicamente elegido. Yo recomendaría, mucho más sana e inocua, aunque no menos demoledora, la que simplemente consiste en bucear en el pasado, en lo escrito y en lo manifestado. Nos llevaríamos tantas sorpresas… Una pena que los memoriones cojoneros seamos especie tan rara. Y cada vez menos… quiero decir con menos memoria. Cada vez más peces y menos elefantes.

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