CristiaNO y Benzemeno…

Esta pretende ser la crónica personal de un PARTIDO DE FÚTBOL. Así se le puede llamar con todas las letras y con mayúsculas a lo que presenciamos ayer. Debo reconocer que, cuando supe de las alineaciones, ya me dio por pensar que la “entrenadoritis” se estaba manifestando por ambos lados. No eran de la partida Benzema ni Ibrahimovic, dos estrellas, dos grandes fichajes, dos delanteros centro. Guardiola se dio cuenta a tiempo y echó mano del sueco en lugar de un inútil Henry. Y fue ingresar en el campo y cazar el gol que decidió el partido. Pellegrini, que siempre se esfuerza por no darle la razón a nadie que se atreva a vaticinar una posible alineación suya, se empecinó en mantener a un Higuaín irrelevante esta vez, sólo cuando tuvo que cerrar el grifo de Cristiano por exigencias del guión –de los médicos quiero decir- recurrió al francés. Y no cazó nada, o mejor dicho, una que le cayó a los pies y la mandó al limbo. Y el Barça se llevó este clásico.

Y pongamos que esta vez hablo de un Real Madrid que sí convenció, que se pareció al menos al equipo que todos esperábamos este año. Baste decir que durante el primer tiempo fue capaz de convertir a este Barça en algo irreconocible. Una defensa adelantada y ordenadísima, atenta, por fin puedo hablar de un Sergio Ramos serio y competente; Xabi Alonso rozó la perfección en esos primeros 45, circuló el balón con categoría y buscó los espacios; Kaká intermitente pero brillante, en sus botas manaron las mejores acciones de ataque. Buena prueba del magnífico medio partido madridista es que Puyol, inmenso en los cruces, se estaba erigiendo en el mejor azulgrana. Y muy significativo que al descanso un atlético al que conozco bien me enviara un mensaje exaltando el partidazo que habían jugado Arsenal y Chelsea. Señal inequívoca de que el Madrid funcionaba. El partidazo estaba en el Camp Nou esta vez, y esta vez era blanco.

Pero las cuentas madridistas –y las ilusiones- cuadraban si el Barça no marcaba, o si ellos marcaban primero. Eso lo tuvo Cristiano, cuando Kaká le puso un balón de oro para definir y tomar la delantera. Pero el jugador que ha costado 94 millones no acertó en ese momento decisivo. Luego estaba Marcelo, desafortunadísimo todo el partido, pero su presencia se justificaba por el efecto de cortafuegos que ejercía sobre las subidas incendiarias de Alves. Lo estaba cumpliendo a la perfección, o casi, porque la única vez que se le escapó el lateral brasileño fue para poner el centro que valió el gol. Era la primera jugada que le salía al Barça, alguna estaba claro que le iba a salir. Y ahí estaba Ibrahimovic, el jugador que ha costado 46 millones más Eto’o, para conectar una volea letal. El partido estaba listo para sentencia. Con el marcador a favor, el Barça ya pudo jugar cómodo, aún con uno menos, tocar sin prisa, esconderla, crear espacios y aprovecharlos. Pero Puyol siguió siendo su hombre, el que tapaba todas las llegadas, ya apresuradas y no tan claras, que fue capaz de generar el Madrid, ya con toda la nómina de delanteros disponibles sobre el campo.

Así se escribe este PARTIDO DE FÚTBOL, que deja las espadas en alto para el duelo más importante, el que se desarrolla a lo largo de toda la temporada. Al Madrid le ha podido servir para aliviar su autoestima, pero poco más. Para bajarnos a la tierra de las miserias, un dato machaconamente aguafiestas: la tendencia no varía y este curso los blancos siguen contando todos sus exámenes importantes por derrotas. Por una razón o por otra, con mejor o peor cara, pero los ha perdido todos. Para el Barça, aparte el liderato y una victoria más en el clásico, supone haber superado con nota su semana de vértigo. No han de tenerlas todas consigo, porque no van tan insultantemente sobrados como el año pasado. Pero van, que no es poco.