Prohibido prohibir

prohibido

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Este verano han proliferado los reportajes, en prensa, radio y televisión, sobre las singulares prohibiciones establecidas en según qué playas españolas, de acuerdo con “originales” ordenanzas municipales. Por hacer una breve recapitulación de las que me han parecido más sonoras, a saber:

–          Hacer castillos de arena.

–          Colocar una sombrilla a menos de seis metros del mar.

–          Jugar a las palas o a cualquier juego de pelota.

–          Tanto en la arena de la playa como en el agua del mar, la realización de actividades deportivas, musicales, juegos o ejercicios (textual).

–          Escarbar en la arena.

–          Aparcar un coche tuneado.

–          Aparte del nudismo, el top less, llevar tanga…

–          Comer, tomarse un helado, vender alimentos.

–          Tomarse una cerveza.

–          Estar en la playa de 0.00h a 7.00h (la playa está cerrada).

–          Escuchar la radio o casetes, discos compactos…

–          Fumar, of course.

–          De sexo, ni hablamos.

También estos días, la ministra de Sanidad nos ha recomendado, para prevenir el contagio de la gripe A, evitar los besos, el contacto cercano, compartir cubiertos, incluso sectores de la Iglesia se rasgan estos días las vestiduras –bueno, las sotanas- por si a los fieles no les dejan santiguarse, comulgar o besar a los Santos. Hace ya tiempo que los aeropuertos de todo el mundo son una tortura y un desafío a la paciencia, principalmente en aras de la seguridad, si bien hay ciertas medidas y restricciones –o consecuencias de las mismas- que ya me dirán qué tienen que ver con esa pretendida seguridad. Luego están las leyes antitabaco, que en cada vez más países van ganando terreno y ya no se conforman con actuar razonablemente en centros de trabajo y ciertos locales públicos, sino que se expanden al aire libre y hasta amenazan con meterse en tu propia casa. Y en fin, podríamos seguir. No sé si todo esto respondería a una plasmación cotidiana de aquel “Miedo a la libertad” que describió Erich Fromm, o más bien a la necesidad humana irrefrenable de ejercer la autoridad, y que en sociedades democráticas y “libres” ha de manifestarse por otras vías menos rotundas, más sutiles, más absurdas en muchos casos. O también, me temo, es que educar resulta una tarea complicada, de resultados a largo plazo, y prohibir es fácil, rápido y barato. Porque en realidad, muchas de estas normas “tocapelotas” se instalan en nuestras vidas –o son instaladas y las aceptamos-, porque se conciben en beneficio de la convivencia, el respeto mutuo y, en definitiva, de preservar una sociedad libre y justa para todos. Ya. Pero yo, ingenuo de mí, me había creído que la libertad era algo parecido –lo más parecido posible- a aquello de “prohibido prohibir”.

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