Mi cuartel general en Nueva York

Claro, si estás en la Times Square Brewery, esto no va a ser Soria.

Pero vamos a contarlo bien. Fue tal el chaparrón que se vino encima que creí que ya se hacía de noche. Empezó a jarrear justo cuando salía del hotel, pero todo estaba previsto: ni un minuto tardó en aparecer un espontáneo vendedor de paraguas a cinco dólares. Desde la Séptima empezamos a caminar, pesados y casi temerosos, por la espectacular Calle 57, a duras penas alzando la vista a riesgo de empaparnos. Tomamos una sombría Park Avenue hasta que no permite avanzar más, y tirando a la derecha, cruzamos Madison y ya ganamos la Quinta. Semáforo a semáforo, manzana a manzana, apenas conseguíamos esquivar los ríos de gente que aporreaba a pisotones el brillante pavimento. Y entonces, como un milagro, paró de llover, aparté el paraguas y vi rayos de sol reflejarse en la cumbre del Empire State. Serían las siete de la tarde y quedaba mucho día por delante. Llegado a la altura del coloso, cambié de acera al primer ‘Walk’ y, ya más ligero, reemprendí camino en sentido contrario. Enfilé Broadway y, según me adentraba en el circo luminoso de Times Square, nada más mirar a mi izquierda, en el chaflán, me di con ella. Ahí empezó a ser verdad que sí, que era un hombre libre en Nueva York.

Sería la cerveza europea y propia, sería la música universal, sería la animación y esa gente que entraba y salía. Era de esos momentos en los que todo, lo que sea, te sienta bien. No sé cuánto estuve. Nada se me hizo largo, tal vez el tiempo se detuvo. Para nada pensaba volver al hotel, que estaría a unos 400 metros. Y ya tuve muy claro que la Times Square Brewery sería mi cuartel general. En esa barra, larga y ligeramente curva, me reconocía y me encontraba en casa estando tan lejos.

Y así fue los tres días que campé libre por Nueva York. Al siguiente, tras unas cinco horas pateando el alto Manhattan, paré justo cuando ya se hacía hora de comer. En la carta fui directo a las hamburguesas y me llamó una que rezaba: black angus. Best in town!. Yo por entonces no tenía ni idea de qué era eso negro que más bien me sonaba a AC/DC. Sigue siendo la mejor que me he comido en mi vida. Después de otras seis horas de ruta por el bajo Manhattan que terminó al otro lado del Puente de Brooklyn, el taxi me devolvió, no podía ser de otra manera, al cuartel general. Y desde allí empecé a preparar una noche que iba a ser muy larga. En la que volví a pasar por allí, pero ya viéndolo desde la ventana de un taxi que cruzaba deprisa la Gran Manzana vestida de sábado y luces mientras sonaba Barry White: ‘The first, my last, my everything’. Era real, no estaba soñando.

Ya conté que en mis dos siguientes estancias breves en Nueva York no fue lo mismo. En la última ni siquiera lo encontré y el edificio estaba en obras. Fue un 8 de septiembre de 2001, tres días antes de que algo en esta ciudad cambiara para siempre. También parece que ha cambiado el sitio. A juzgar por las fotos que encuentro, lo han remodelado, quizás ampliado y hasta puede que lo hayan cambiado de ubicación, sin dejar de estar en Times Square. Nada como ir para comprobarlo. Porque, si bien he estado años algo remiso a volver, ahora voy sintiendo el gusanillo de un back in New York.

P.D. No sé cómo se las habrá arreglado Jacinto para acertarlo tan rápido y con tal precisión. A lo mejor le conté algo y no recuerdo. O dejé alguna pista demasiado evidente o la foto que puse tenía algún gato encerrado. O bueno, que el tío es listísimo, eso ya lo sabíamos. Como ya no hay que ir a Nueva York para que te den black angus, le invitaré a uno en Madrid. En hamburguesa o chuletón, como él prefiera.

(Foto: graphicsdays1989)

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