Hoy traemos otro término o expresión recurrente en nuestros días, que sale casi a diario en los medios de comunicación: la cacería política, pero más propiamente, la supuesta o denunciada. Es un tema habitual, un tópico discursivo, una letanía. La proclamación de haberla sufrido une a personajes públicos, fundamentalmente políticos, de todo color y condición.
De Donald Trump a recientemente Rocío Monasterio, de Isabel Díaz Ayuso y Martínez Almeida a Irene Montero e Ione Belarra, pasando por la ex presidenta del Gobierno valenciano Mónica Oltra, imputados y condenados por el caso ERE en Andalucía, alcaldes y ediles sospechosos o hasta Luis Rubiales, que no es político. Y más allá en el tiempo, Rodrigo Rato, Francisco Camps, Arnaldo Otegui… y en fin, figuras de todos los partidos, hasta de Ciudadanos, han manifestado alguna vez haber sido objeto de cacerías políticas.
Por supuesto que ha existido, existe y existirá la cacería política verdadera: las maniobras expresas o subterráneas para desprestigiar y denigrar, a fin de quitarse de en medio, a una figura incómoda, generalmente un rival político, pero que puede estar incluso dentro del mismo gobierno o partido. Se habla también de cacería mediática, pero esta suele no ser más que un instrumento de la otra. Los medios independientes, si ejercen como tales, no cazan, sino que informan y denuncian cuando toca, lo que pasa es que a veces esas denuncias pueden estar al servicio de un interés político, luego entonces ya no hablamos de medios independientes.
Esto hablando de democracias y de la contienda política, porque en otro tipo de regímenes, mas que cacería es represión, y el rival no es que sea atacado, es que se entiende que no debería existir. Luego la cacería no es política, sino humana, caso de Navalny en Rusia y de todos los opositores, disidentes y opinadores encarcelados, asesinados y perseguidos en el mundo.
Hecho el paréntesis, volvamos a nuestro plácido sistema de libertades y a nuestras entrañables trifulcas políticas. Ya decimos que el hostigamiento al rival existe y ha dejado no pocos damnificados en forma de brillantes -o no- figuras condenadas al descrédito o al ostracismo. Pero cuando es uno el que sale presto a decir que está siendo víctima de una ‘cacería política’, el enfoque cambia. Y cuando lo hacen tantos, tan a menudo y con tanto desparpajo, la cosa ya huele. Entonces, deberíamos aplicar otra definición a este tipo de denuncia, a saber: “dícese de la estrategia de huida hacia delante que toma aquel que se ve acosado ante la opinión pública como consecuencia bien de un error, bien de un acto indecoroso que, por lo general, sabe que en efecto ha cometido”. Está relacionada, claro, con la falta de autocrítica, la incapacidad de reconocer un error y, mucho menos, de admitir un comportamiento indecente. Y está sustentada no ya en la existencia de una importante corriente de opinión crítica, sino también en la seguridad de contar con otra igual de fuerte -o más- corriente de partidarios.
Casi todos los que hemos mencionado al principio han sido en su momento, ahora o constantemente cuestionados. Por errores políticos, por pequeñas trampas, por faltas graves, por delitos de los que han sido imputados o condenados… Pero todos ellos -y más que no hemos citado- se han defendido tenazmente, con ayuda de sus partidarios e incondicionales, argumentando que no es que hubieran obrado dudosamente o indudablemente mal, sino que iban a por ellos. Y por supuesto, aun con años transcurridos, no se han bajado, nunca se bajarán de esa montura.
Se supone entonces que ellas y ellos no han sido más que inocentes aves en cuya persecución se han organizado implacables batidas de batidores, laceros y tramperos, hostigándolas por tierra y aire, hasta finalmente hacerlas presas o abatirlas para siempre. Políticamente hablando, decimos, aunque algunos han demostrado tener más vidas que los gatos, más recursos que un zorro y más peligro que un mamut. Esa historia de acoso y derribo se la creerán a pies juntillas no ya sus acólitos y escuderos, que saben perfectamente lo que hay y el papel que deben jugar, sino toda esa opinión pública adicta e incondicional, diligentemente alentada por una eficiente corte de fieles voceros.
De hecho, volviendo a la somera lista de nombres expuestos arriba, sé que casi nadie va a estar de acuerdo. Porque habrá quien identifique a unos, pero no a otros, y quien por contra exima a estos de aquí, pero no a esos de allá. Esto es, para según quien, unos serán cazadores y otros, cazados. Y yo pienso que todos, siempre o en un momento dado, de víctimas tienen poco. Es más, algunos, de arsenal no andan mancos.
Y para terminar con un ejemplo de rabiosa actualidad, mucho está tardando el exministro Ábalos en apelar al tópico falaz. Pero no tengo duda de que lo hará, y al tiempo. Porque su caso reúne todos elementos y condimentos. Eso sí, nos consta que a él la caza no le gusta lo que se dice nada.
(foto: Simedblack)