Parece mentira, pero hace ya más de cuatro años que publicábamos aquella relación de términos falaces. Esos que entonces creímos que era preciso desmontar desde el rigor y la información. De poco sirvió, porque hoy se siguen usando con esos mismos significados manipulados y con la misma mala intención. Y como han entrado en liza otros igualmente mezquinos, es hora de sacar una nueva edición de este diccionario necesario. También podríamos llamarlo una antología de la desinformación. Aquí van estos:
Antisemitismo. Literalmente, significa racismo hacia los judíos. Hubo mucho y posiblemente hoy también lo hay. Pero criticar lo que hace un judío o las actuaciones de un gobierno como el de Israel no tiene nada que ver con eso. Es juzgar la acción, no la condición del que la ejecuta. Hábilmente, los israelís y toda su legión de defensores apelan a este término cada vez que se dice algo de ellos que no les gusta. Pero si alguien opina que el gobierno y muchos dirigentes israelís son corruptos, que llevan décadas oprimiendo al pueblo palestino, están dando una respuesta desproporcionada al malvado ataque terrorista que sufrieron o están cometiendo crímenes de guerra, podrá acertar o estar equivocado, se podrá estar de acuerdo con él o no. Pero no es antisemita.
Golpismo. Referido a Cataluña. Esto salió ya en la anterior edición, cuando todavía no se había dictado la sentencia sobre el procés. Y salió sedición, no rebelión. Por lo tanto, sus perpetradores serán muchas cosas y casi ninguna buena, pero no son golpistas y no es propio llamarlos así. Pero da igual. La mayor parte de los políticos de la derecha españolista y su prensa afín no se han bajado de la burra y siguen usando el término con profusión y desparpajo. Y claro, mucha gente de a pie los sigue y lo repite de carrerilla. Por más que se llame al rigor, es inútil.
Por cierto, hablando de Puigdemont, estaría bien recordar que si ha seguido todo este en tiempo huido de la justicia es porque un juez español se empecinó en extraditarle por rebelión. El juez belga le dijo que no. El juez alemán le dijo que tampoco. Se lo hubieran mandado con lacito por sedición y hubiera sido condenado por tal como los demás. Con ellos hubiera pasado tres o cuatro añitos en Estremera, le hubieran indultado, hoy estaría en su casa y, seguramente, no estaríamos hablando de todo esto que hemos tenido estos meses. Sí, ya sabemos que la famosa, discutida y discutible amnistía compete a otros muchos casos más. Pero no nos engañemos, este ha sido el amnistiado estelar.
Terrorismo. Sea cual sea la causa, terrorista es quien la defiende con armas mortales y en su nombre comete delitos de sangre. Tanto Hamas como ETA, el IRA como Al Queda. Se diferencian de una organización mafiosa en que la causa de ésta no suele ser otra que un negocio. Y se parecen en todo lo demás. Bajo ningún concepto es defendible lo que haga ninguna de ellas, y quien lo defiende incurre en apología del terrorismo. A partir de ahí, saquen de ahí todo lo que no es terrorismo, aunque sea también condenable: gamberrismo, vandalismo, corrupción, incluso extorsión y violencia. Pero estos delitos tienen otra categoría y otro nombre. Lo que parece mentira es que esto haya que intentar explicárselo a ciertos jueces.
Dictadura. ¿Tenemos que definirlo a estas alturas? Pues vamos allá: se entiende por tal un régimen autoritario que no admite la posibilidad de desplazar del poder al líder autoerigido. Tampoco la de criticarle, y de hecho, están prohibidas organizaciones políticas que no sean la propia del dictador. No se permite opinión ni prensa que se opongan a sus designios. El pueblo no tiene voz. Y, en la mayoría de las naciones que las sufren, se aplican restricciones que afectan a la vida normal de sus ciudadanos. Ahora, salgan a la calle, hablen con la gente, sigan los medios de comunicación, vayan al cine, al teatro, vean lo que hay… Y díganme en qué tipo de país vivimos.
Sostenibilidad. Seguramente, el gran palabro de estos tiempos. Que se refiere a cosas muy bienintencionadas y muy justas, pero que me temo que hemos desgastado de tanto usar hasta desvirtuarlo. La ONU la definió en 1987 como “lo que permite satisfacer las necesidades del presente sin comprometer la habilidad (capacidad) de las futuras generaciones de satisfacer sus necesidades propias”. Seguramente a rebufo de esta, la RAE incorporó una segunda definición, que dice: “especialmente en ecología y economía, que se puede mantener durante largo tiempo sin agotar los recursos o causar grave daño al medio ambiente”. Pero la primera y original definición de sostenibilidad era y es: “que se puede sostener”. Entonces, introduzcan la palabra en Google u otro buscador y repasen la lista de entidades que aparecen. Pues a ver quién lo sostiene…
Ilegítimo. Como aquí la RAE no se explaya mucho, acudimos al Diccionario panhispánico del español jurídico, que nos dice: “que carece de legitimidad, título válido o justificación suficiente en derecho”. En España, desde hace cinco años y medio, se aplica política y mediáticamente al Gobierno español y a su presidente. Bien es cierto que Pedro Sánchez ha sido el primero que llegó al Gobierno de España a través de una moción de censura; el primero que ha gobernado en coalición con otro partido; y el primero que gobierna sin que su partido haya sido el más votado en unas elecciones generales. Pero nada de esto es ilegítimo, sino contemplado en nuestro sistema democrático. De hecho, ya había sucedido y sucede en comunidades autónomas y en ayuntamientos. Y en más países. Da igual, lo mismo que sucede con los golpistas, se lo seguirán llamando y no se van a privar de llenarse la boca los que desahogan su frustración. Sin embargo, no vamos a renunciar al rigor. A este presidente del Gobierno, como a todos, se le podrán decir muchas cosas poco o nada bonitas. Pero esa no.
Constitucionales y constitucionalistas. Referido a los partidos políticos. Les pese a unos o a otros, todos los que concurren a las elecciones en España son constitucionales, cumplen los requisitos legales que se les exigen -y cuando alguno no los cumplió, fue ilegalizado-, luego pueden presentarse y la gente los puede votar. Pero no todos son constitucionalistas, es decir, defienden la Constitución tal como está. De hecho, sólo lo son tres: PSOE, PP y la mayoría de los grupos que conforman la coalición SUMAR. Porque todos ellos la asumen en esencia -y si me hablan de los comunistas, les recuerdo que la acataron y hasta uno de aquel partido fue uno de sus siete ponentes. No son constitucionalistas los partidos nacionalistas ni los independentistas, porque no la aceptan y propondrían derogarla. Y no lo es VOX, porque su organización antecesora e inspiradora, Fuerza Nueva, se opuso firmemente a ella, y porque, aunque no manifiesten explícitamente su oposición a la Carta Magna, sí propugnan eliminar algunos de los títulos esenciales de ella, como es el VIII sobre la Organización Territorial del Estado, o lo que es lo mismo, suspender las autonomías.
Republicanos. Varias falacias que desmontar respecto a este término. Lo primero, que republicano no significa ser ni de derechas ni de izquierdas como mucha gente cree o intenta hacer creer, sino defender un modelo constitucional en el que no existe un rey sino un presidente de la república. Ahí están Alemania, Francia, Italia, Irlanda… países algunos que fueron de larga tradición monárquica y donde han gobernado formaciones de diferente signo. Republicanos los hay por supuesto en el PSOE y en los partidos a su izquierda, pero también en el PP. Y aquí enlazamos con lo segundo: ser de convicciones republicanas no impide necesariamente respetar el sistema constitucional vigente en España. Porque fue en la transición cuando aquellos partidos que eran republicanos en esencia, principalmente socialistas y comunistas, decidieron acatar la constitución, y con ello, el sistema de monarquía parlamentaria que rige desde 1978. Luego, puede salir cada uno a opinar por su cuenta lo que dé la gana, para eso estamos en una… ¿dictadura?
Podemitas. Así, con el sufijo. Claro, para referirse a los miembros y afines a Podemos. Para asociarlos a una secta o a una banda de malhechores. Vale que la construcción es correcta gramaticalmente, pero denota la intención. No extrañe que la primera en acuñarla, allá por 2015, fuera la periodista Isabel San Sebastián en ABC. Le siguió La Razón y ya se extendió a todos los medios y a la calle. Con el tiempo, ha derivado en poco menos que un insulto. Cierto que algunos líderes de esta formación no la han dejado en un muy buen lugar, pero en su pecado está su penitencia, y así han pasado en siete años de sumar 70 diputados en el Congreso a convertirse en una fuerza marginal y diluida en la coalición que lideraron. Pero no deja de ser un partido político que sigue teniendo derecho a expresar sus ideas y la gente a seguirlas o no. Sin embargo, ahora te llaman podemita como si te llamaran sinvergüenza. A mí me lo llamó una vez uno que quería pegarse conmigo. Y no tenía ni idea de lo que yo pensaba. Yo sí adiviné lo que pensaba él.
Antiespañol. Se supone que se diría de aquel que odia a España y/o que desea que a este país le vaya mal en cualquier aspecto. Desde la economía, la cohesión territorial y las relaciones internacionales, hasta el fútbol, Eurovisión y qué más… Ahí, que cada uno se lo mire y se retrate.
Y hasta aquí esta muestra de vocablos de uso común que hemos traído esta vez. Seguro que nos dará para una tercera edición, porque la inventiva y la insidia no paran. Cuando decimos que además de falaces y falsos, estos términos son mezquinos, es porque la mayoría de los que los usan y extienden conocen perfectamente su significado real. Pero les interesa difundirlos así, adulterados y con aditivos ideológicos para que la gente los compre. Y claro, muchos los compran. Seguiremos intentando desmontarlos, aunque todo indique que será una tarea condenada al fracaso.
(Foto: PDPics)