O todo al azul…

En este ejercicio previo a las elecciones generales sobrevenidas al que no nos hemos podido resistir, prometimos hablar esta semana del azul y los que decididamente juegan a ese color. Que se las prometen muy felices. Todo indica que en esta vuelta al bipartidismo -con satélites más o menos influyentes-, el azul es el que se va a llevar la mayor tajada. Y hasta puede que ni necesite la muleta verde descolorida para asegurarse cuatro años de hegemonía. Pues va por ellos. A la derecha de España y a mis amigos de derechas ya les aviso que intentaré ser riguroso y respetuoso. Pero, lo siento, no podré ser amable.

Es que a la derecha le cabe todo. Frente a la exquisitez de gran parte de la izquierda, que en seguida se decepciona, se desilusiona o se indigna con sus representantes y les da la espalda o cuando menos se pone de perfil, los de derechas en seguida lo amortizan todo, se lo perdonan siempre y no les fallan cuando toca pasar por las urnas. Aunque sólo sea una cosa, en última instancia, lo que les ponga de acuerdo: que no gane la izquierda.

Y les vale todo. Empezando por lo más reciente, poco orgulloso podría sentirse de haber ganado un debate quien sabe que lo ha hecho a base de verter chorros de mentiras. Cierto que su contrincante no tuvo una noche y feliz y fue incapaz de contrarrestar el temporal de ignominias. Los moderadores no ejercieron su función, no por culpa suya, sino porque fue el formato que se determinó y que todos aceptaron. Por eso, el presidente y los que le asesoran debían haber previsto que el candidato iba a recurrir a esa táctica, por otro lado, tan vieja y usada. Debían haber preparado algo para combatirla, aunque se sepa que es difícil, que se tarda mucho más en desmontar una falsedad que en decirla y que cuando vienen en tropel, simplemente no se da abasto para refutar toda la ristra de necedades. Pero el resultado fue que los seis millones de televidentes escucharon esa realidad malversada, nadie la desactivó y una gran parte de ellos se quedaron con esas coplas. Con ellas en mente irán a votar el domingo que viene.

Y sí, claro que Núñez Feijóo se siente orgulloso, satisfecho y exultante porque ha ganado el debate. Y no comparecerá en ningún otro más, no vaya a dilapidar el caudal obtenido. Nunca un tenista gana Wimbledon haciendo dobles faltas, un boxeador un combate a base de golpes bajos o un equipo la Champions marcando goles de fuera de juego. Pero aquí no hay árbitro, VAR ni ojo de halcón. Podría pensarse en una maquinita que pite cuando alguien suelta una mentira, que perfectamente se podría desarrollar con inteligencia artificial bien enseñada. Por mucho que luego haya intentado justificarse, buena carita se le estaría quedando a una de las moderadoras, Ana Pastor, directora como es de un medio de fast-checking. Pero al PP le vale, a la derecha le gusta y su corte mediática lo celebra. Las encuestas se disparan, pero por si acaso ya han metido al Rey Emérito en la partida y aprovecharán todos los vientos que les vengan a favor. Claro, la televisión pública, ni pisarla, algo que nadie ha hecho en la historia de los debates electorales. Da igual. Van ganando y nadie los va a parar.

Pero esto es sólo un botón. A mis amigos de derechas les molestará profundamente que diga que, desde 2004, el PP se ha comportado como el partido más deshonesto de nuestra democracia moderna. Y no me refiero a la corrupción, sino a la pura política. Un día de marzo de ese año se terminaron las políticas de Estado y los consensos en los grandes asuntos nacionales. Excepto cuando han gobernado ellos. Entonces sí han pedido apoyo y en situaciones de extrema trascendencia lo han tenido. El PSOE se sometió a una auto amputación con dolor para que una parte de su grupo parlamentario se abstuviera en la investidura de Rajoy y se evitaran unas terceras elecciones –‘ellos nunca lo harían’, dijeron entonces algunos socialistas, y claro que acertaron. Cuando la crisis en Cataluña alcanzó su punto de máxima gravedad y hubo que aplicar el 155, Pedro Sánchez se puso al lado del presidente del Gobierno y no rechistó -aunque pensara que se podía haber hecho de forma diferente, como luego él ha hecho. Pero cuando al PP le han tocado ese tipo de asuntos en la oposición, nunca, nada, en absoluto, ni de coña. Ni agua. Y a todos ellos, a sus fieles y a sus medios amplificadores, les ha parecido siempre muy bien.

Así ha sido durante la legislatura que ahora concluye. Ha habido una pandemia que ha deparado una situación insólita en el mundo, en España y en nuestras vidas, además de una crisis energética y una guerra en Europa. En medio de todo eso se han sacado adelante, entre otras, una reforma laboral, una ley de vivienda, varias subidas del salario mínimo, una revalorización de las pensiones, los presupuestos generales cada año… Nada de todo de eso ha salido con el apoyo del Partido Popular. Ni con Pablo Casado ni con Alberto Núñez Feijóo. Sí, también ha habido leyes a las que es normal y lógico que se hayan opuesto porque no entran en su ideario y se entiende perfectamente. Pero en otras, sobre todo las de índole económico o las de gestión de la crisis, es impresentable. Cuando se anunció la campaña de vacunación, vaticinaron que se tardaría cuatro años en vacunar a la población española, y no consta que nadie pidiera perdón cuando se completó en el plazo previsto, que fue en menos de un año. Se fueron a Bruselas, no una sino varias veces, a pedir en la UE que no nos dieran todos esos fondos europeos y a decirles que el Gobierno de España les estaba engañando. No se espera que los devuelvan cuando estén ellos en el poder. Pero bueno, a todos estos y a mis amigos les parece todo requetebién.

Pero al final han conseguido que mucha gente en este país deteste el ‘sanchismo’ y dicen que lo vienen a derogar. O quizás no tanto. Según pasan las semanas, el señor Feijóo ya ha reconocido que la reforma laboral le parece “sustancialmente buena”, cuando por supuesto el PP no la apoyó. Luego ha dicho que no quitará el impuesto a los bancos, que en todo caso lo reformará. Que ahora el salario mínimo le parece que está bien, y hubo que oírlos cada vez que se subió. Y hasta que mantendrá la mesa de negociación en Cataluña, busquemos en las hemerotecas todo lo que su partido ha opinado de ella. Esto no es nuevo, ya se sabe. Martínez-Almeida hizo campaña a la alcaldía de Madrid prometiendo que iba a suprimir Madrid Central, y una vez fue alcalde, lo mantuvo y hoy hasta saca pecho. Es decir, vienen a derogar, pero lo que está funcionando bien lo mantendrán. Entonces, ¿para qué este viaje? Bueno, a no ser que les toque gobernar con Vox, entonces ya veremos. O a lo mejor esa presión le viene desde otros flancos internos, por ejemplo, desde la Puerta del Sol.

Como les cabe todo, no se ponen colorados ni se les contrae el gesto cuando dicen que debe gobernar la lista más votada, claro, cuando es la suya, porque de ser así siempre, hoy a lo mejor seguiríamos sin saber quién es Isabel Díaz Ayuso, ¿verdad? Cuando ganan, las elecciones han sido limpias y ejemplares, pero si pierden o prevén hacerlo, ya insinúan la conspiración. Si gobiernan ellos en minoría es perfectamente democrático, pero si gobierna otro, es ilegítimo, okupa y Frankenstein. Pactar con nacionalistas es completamente razonable y a veces necesario, pero si pacta el PSOE, está rompiendo España. Y cuando negociaron con ETA -como todos los gobiernos de la democracia hicieron- y acercaron presos, era política de Estado para alcanzar el fin de la violencia, pero cuando vieron hacerlo desde la oposición, era una traición a las víctimas y a todos los españoles. Y con todo esto comulgan todos en la derecha y amén, no hay quien los baje del burro.

Ya expusimos aquí la semana pasada en lo que puede haber fallado la izquierda -y en concreto Pedro Sánchez- para que esté pasando esto y se venga lo que todo indica -salvo gran sorpresa- que se va a venir el 23-J. Pero alguien de derechas convencido jamás haría una autocrítica así. Porque ellos nunca se han equivocado, nunca han hecho algo mal ni reconocen nada. En Valencia, a Rita Barberá la acaban de nombrar alcaldesa honoraria. ¿No estará pensando Feijóo como ministro de Economía en Rodrigo Rato? Porque el presidente de RTVE, con casi toda seguridad, volverá a ser José Antonio Sánchez y a lo mejor hasta lo compagina con Telemadrid. Ya saben, sin complejos.

En fin, es lo que tenemos y será lo que voten los españoles. Y si cuando se conozcan los primeros resultados la cosa pinta mal, tranquilos, que con el paso de las horas y el recuento, irá peor. Porque la derecha siempre remonta al final, y sobre todo en Madrid.  Yo ya he hecho intención de reunirme con unos amigos para llorar y quizás emborracharnos juntos esa noche. Pero antes, por si acaso, iremos a votar. Que es lo que podría hacer todo el mundo, ¿no les parece?

Porque como no lo paremos entre todos los que no lo somos, si es que somos bastantes, esto va a ser todo al azul… y cierra España.

(Foto: Dieter444)

1 comentario

  1. Cualquiera bien informado y con un mínimo sentido de la justicia debe estar de acuerdo con lo expuesto porque son hechos comprobados. Las mentiras y la corrupción no son nuevas en los políticos pero lo preocupante es que en España a la derecha no sólo no le importa sino que celebra que ganen los suyos con trampas aunque en mentiras y corrupción son campeones. Y encima luego presumen de valores….

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