Como decíamos hace poco, teníamos dados de distintos colores, pero la variedad ha sido efímera y en estas próximas y sobrevenidas elecciones generales se va a jugar todo a dos: al rojo o al azul. Sí, con un dadito verde (Vox) y otro malva (Sumar) que estarán, sin duda, pero nada más que para apuntalar a uno u otro. El gobierno de España que salga de las urnas será eminentemente rojo (PSOE) o azul (PP). Y ahora vamos a proponer una reflexión para los que jugamos al rojo.
Si uno hace el ejercicio de tomar distancia, salirse del ruido político, olvidarse de colores y pasiones y aplicar perspectiva cirujana, podría observar algo parecido a esto:
- Un país que arroja unos indicadores económicos -empleo, PIB, inflación, exportaciones…- mucho mejores de lo vaticinado. En algunos términos todavía mejorables, pero por buen camino, y en otros, a todas luces excelentes.
- Donde el salario mínimo ha crecido de 735 a 1.080 euros y las pensiones se han revalorizado un 8,5% en 2023, tras muchos años de subidas inferiores al 2% y casi siempre del 0,..
- Mientras, las empresas están presentando formidables resultados en prácticamente todos los sectores. Incluso bancos y energéticas, una vez descontado el nuevo impuesto que se les ha aplicado, que además ha supuesto una buena contribución a las arcas públicas.
- Con unos indicadores sociales en ascenso, todavía con mucho camino por recorrer, pero que en algunos casos ya igualan los previos a la gran recesión de 2008, como es el caso de los que atañen a la desigualdad económica.
- Que ha sacado adelante leyes encaminadas a mejorar la convivencia, la inclusión y los derechos de un gran número de colectivos, así como para aumentar la protección social.
- Que ha mitigado y destensado los conflictos territoriales, principalmente en Cataluña.
- Que con todas las dificultades y dramas que hubo que afrontar durante la pandemia, fue modélico en la gestión de los ERTEs y en la campaña de vacunación de la población.
- Con una imagen internacional reforzada, un protagonismo en las instituciones europeas como pocas veces se ha alcanzado y un presidente que ha desarrollado una ambiciosa agenda de interlocución con los principales mandatarios mundiales.
Bien, alguien que contemplase analítica y desapasionadamente este paisaje, que hiciese balance entre estos logros y otros aspectos menos lustrosos de la legislatura -que también los ha habido, claro está- y que posiblemente no fuera español, pronosticaría que el partido que ha gobernado estos años aspiraría a revalidar por mayoría absoluta. Y sin embargo, pareciera que aquí lo que queremos es quitarnos de encima una plaga llamada ‘sanchismo’. ¿Cómo se explica esto?
Lo fácil sería achacarlo a la desinformación y a la manipulación que se practica desde ciertos sectores, así como al poder de influencia y amplificación de la derecha mediática. Ambos existen y están ahí, pero ya estaban también hace 20 años. Cierto que las redes sociales tienen hoy una capacidad infinitamente mayor de extender todo tipo de cosas y también las mentiras. Que éstas ya no se viralizan por Twitter o Facebook, sino que vuelan por whatsapp, se explayan en los vídeos manipulados en Tik Tok y se sofistican en los emergentes deepfakes. Y que más allá de los medios y plataformas que informan y opinan sobre política, tenemos influyentes líderes de audiencia que, aunque no se dediquen propiamente a los contenidos políticos, lanzan mensajes políticos. Casualmente, siempre en la misma dirección.
Pero esto está ahí y difícilmente va a cambiar, son los tiempos que tenemos. Suponemos que habrá más razones por las que uno de los gobiernos más activos y resolutivos de nuestra democracia moderna parezca ser uno de los más detestados. Habrá que convenir que, de la lista de logros o buenos resultados como los antes enumerados, no siempre y no todo es consecuencia directa de las acciones de los gobiernos, ya que entran en juego factores externos, especialmente los de coyuntura económica. Pero también habrá que reconocer que ésta no ha sido precisamente la más idónea durante los años que van de 2019 hasta hoy. En cualquier caso, lo normal es que los partidos de gobierno resulten reelegidos cuando las cuentas más o menos salen y los proyectos de país más o menos avanzan. Así sucedió con los de Felipe González en 1986 y 1989, con el de Aznar en 2000 y con el de Zapatero en 2008. Éste último, sin embargo, sucumbió con el sunami de la crisis desatada justo al comienzo de su segundo mandato.
Pero a este Gobierno, y en especial a su presidente, no los quieren. Ya puede salir Pedro Sánchez a vender su hoja de servicios, la economía como una moto, la proyección internacional, la convivencia o los derechos sociales. Para una significativa -y parece que mayoritaria- porción de españoles es un arrogante, autoritario, filoetarra, proindependentistas… y un sujeto que no se preocupa más que por su agenda y sus aspiraciones personales. Que vendería su alma al diablo -de hecho, la ha vendido cien y miel veces- por aferrarse al poder (¿y quién no?, podríamos añadir). Así, este país podrá ir razonablemente bien, pero la percepción que cala es que va de desastre en desastre y además se rompe. Luego hay que derogarlo todo, empezando por su presidente y después todo lo que su gobierno ha hecho. Y cuidado, que lo piensan, lógicamente, todos los que juegan al dado azul y por supuesto los que lo fían al verde. Pero es que no pocos que jugaban al rojo, también.
Si hablamos de percepciones, estas son muy difíciles de trazar. Hay muchas razones, de muchas índoles, que nos pueden haber llevado adonde estamos hoy y a la encrucijada en la que se encuentra el presidente del Gobierno -dice que remontando, pero eso habrá que verlo. Sí, la propaganda, el ruido mediático y la infamia dirigida hacen mucho, y lo vemos hoy en muchos países. Pero también podríamos, o podría Pedro Sánchez, mirarse quizás algo, por si tuviera una nueva oportunidad. Aquí algunas cosas:
- Superman no cae bien en España. Cuando apareció en una televisión en Estados Unidos, mucha gente dijo que se parecía a Superman. Ese es un atributo positivo en ese país, de hecho, les gusta que su presidente se parezca al héroe y ya quisieran tener hoy uno así. En otros países de Europa, puede que también les dé buena onda. Pero en España, no. La gente aquí lo asocia a arrogante, a “¿qué se ha creído este tío?” y generalmente rechazamos a tipos así. Para el cometido de presidente, posiblemente guste más otro tipo de perfil, si se quiere, más del montón.
- Podemos no le habrá quitado el sueño, pero sí votos. Fue lo que dijo Sánchez si gobernaba en coalición con el partido entonces -y todavía- de Pablo Iglesias, que le costaría dormir por las noches. Bien, pues no sabemos cómo las habrá pasado una vez consumó la coalición, pero es verdad que la mayor parte del ruido levantado durante su legislatura se ha concitado en torno a leyes e iniciativas lanzadas desde los ministerios ocupados por sus socios. Estos, en realidad, gestionaban una parte mínima y testimonial de los presupuestos generales, pero sí tocaban algunas de las fibras más ideológicas. Y el problema, a veces, es que no todos han sabido explicarse con el tacto y elegancia con que lo ha sabido hacer Yolanda Díaz. Más bien han defendido sus políticas utilizando el tono de ‘papagayo revolucionario’ que le reprochara en su día la periodista Lucía Méndez a Irene Montero y que también han empleado Belarra, ‘Pam’ y otros cargos del partido morado. Y ese tono, lo siento, en vez de empatía, genera rechazo. Independientemente de que también hayan tenido meteduras de pata, hasta cuando han podido hacer algo bien, lo han contado de mala manera, o no de la mejor.
- Demasiado intenso. Podría ser una virtud que un presidente pretenda demostrar que tiene siempre tomadas las riendas del país (o el toro por los cuernos, para quien lo prefiera decir así). Por ejemplo, en Francia les gustan estos presidentes ‘machotes’ que están en todos los fregaos e intervienen en cualquier asunto sin que los tachen de intervencionistas. Pero aquí, a mucha gente le puede agobiar o le puede resultar cansino. Entre la dejadez y el no hacer nada ‘para que las cosas dejen de pasar’ que prefería Rajoy y la omnipresencia e hiper actuación de Sánchez, puede haber términos medios, pero da la sensación de que muchos ciudadanos de a pie prefieren lo otro. Más cuando, durante el confinamiento por la pandemia, cada vez que compareció en televisión -y fueron bastantes veces-, sabíamos que no era para anunciarnos nada bueno.
- ¿Se le ha ido la mano? Esa especie de obsesión por aparecer siempre al mando de la nave le ha llevado también a dar algunos bandazos. También puede ser una virtud que a un presidente no le tiemble la mano a la hora de tomar decisiones, pero el riesgo a veces es que esa mano se le vaya. Algunos golpes de timón no se entendieron bien, y por ejemplo, cuando decidió súbitamente prescindir de Iván Redondo, su gurú de estrategia y comunicación, se antojó un error que quizás ahora esté pagando.
- ¿Y qué comunica? Posiblemente sea consecuencia de aquello. Sí parece acertada la estrategia de dar la cara en los medios, ir a jugar a campo contrario y hasta a espacios televisivos de máxima audiencia, no políticos y desde los que sin embargo le atizan. Lo que no parece tener tan claro es el contenido de la comunicación y hacia dónde dirigir su mensaje: si azuzar el miedo a una derecha dura, si vender sus logros y el riesgo de que se echen a perder, si el recurso típico de anunciar nuevas promesas o si apelar a la movilización y unión de la izquierda. Quizás porque, realmente, no sabe de dónde y, sobre todo, por qué le vienen las tortas.
En fin, podría pensarse que estos pecados son tal vez menores y que deberían pesar más los aciertos -los que haya tenido y que cada uno que considere cuáles lo son. Cierto es que, tradicionalmente, el votante de izquierdas tiende a penalizar más los errores y dislates de los suyos, mientras que los de derechas los amortizan con más facilidad. Y luego, en política entran en juego muchos intangibles. Cada vez más. Algunos hasta es posible que se nos escapen, que ni seamos capaces de detectarlos. Lo único tangible, a día de hoy, es lo que muestran las encuestas. Otra cosa es que sea cierto.
Y cierto es que muchos en Europa se sorprenden y extrañan -lo hicieron cuando vieron los resultados del 28-M– de que un Gobierno que, visto desde sus casas, parece solvente y avalado por resultados, esté a punto de ser derrocado en las urnas. De que a los españoles no les guste Pedro Sánchez y estén deseando quitárselo de encima. Pero claro, es que ellos no son españoles. Y cómo van a entendernos, si nosotros mismos tampoco.
Si todo va bien, la semana que viene hablaremos de los que juegan al azul.
(Foto: blickpixel)