Frazier y Ali, aquellos debates

Getty Images, publicada en ESPN Deportes

Elvis Presley, Richard Nixon, el hombre en la luna… Jesús Hermida o Cirilo Rodríguez que lo contaban… Imágenes empastadas en blanco y negro, esto era la primera América que conocí, mucho antes que el Marlboro y los Lewis, que ya fueron en color. Por televisión, ya muy de noche, el campeón destronado en los pronósticos intentaba romper la barrera y entrar a saco mientras el aspirante favorito trataba de escabullirse del cuerpo a cuerpo y moverse a su alrededor recibiendo el menor daño posible. Mal homenaje les haríamos a los dos si lo comparáramos con lo de anteayer. Porque esos eran debates de verdad. Porque uno, el más tosco y feo, tenía verdadero punch, sus manos eran como truenos; porque el otro bailaba con arte, fintaba, iba y venía y colocaba sus puños de oro con precisión de cirujano y devastación de gigante. Y los dos eran muy valientes. Historia de cuando el boxeo era boxeo, qué lejos aquellos tiempos. Tres debates celebraron Joe Frazier y Muhammad Ali, y de ninguno recuerdo el moderador, y mis imágenes son borrosas. Al primero llegaron los dos vírgenes, y el aspirante favorito –todavía llamado Cassius Clay– conoció la tersura de la lona por primera vez, aunque al final su derrota fue por puntos, no por ello menos dolorosa. En el segundo se tomó la revancha, llegó a tumbarle pero finalmente tampoco terminó de rematar a su eterno rival. Y en el tercero los dos hubieran ganado o los dos hubieran perdido, está en las crónicas y en las leyendas que al final Joe se rindió un segundo antes que su rival, que confesó “es lo más cerca que he estado de morir”. No les cuento más porque sobrado periodismo, literatura, cine y música hay de esos combates y de aquellos hombres. Luego muchos creyeron aprender de boxeo viendo a Tyson, a Lennox Lewis, y por supuesto a Foreman, que por cierto peleó, ganó y perdió con aquellos y con estos. Pero ya eran en color, como el Marlboro, IBM o McDonalds. Otros aprendieron viendo a Rocky. Pero como aquellos debates ninguno, no nos cuenten milongas.

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