Agredido, atrapado, perdido. Simplemente Pajares

Siempre he adorado los pueblos de montaña, pero ahora no me refiero a esos recónditos y accesibles poco menos que para quien ellos quieren y quien sabe cómo llegar. Me refiero en este casos a los pasos de montaña. Siempre me llamaron, me dijeron algo. Esos puertos por donde sube la vida y baja el misterio, tantas historias escritas o no, tantos tránsitos y veladas expuestas a lo que el tiempo, la nieve o los contubernios decidieran. Pajares ha sido en España uno de los emblemáticos, y hoy me encuentro aquí. Lo recuerdo imponente y temido, de la Vuelta a España, de los partes meteorológicos, de bajarlo hacia Asturias en un Renault 12, mi abuelo defendiéndose como podía del asedio del asma y la altura, mi tío pálido mientras negociaba, más bien rogaba piedad, a esas curvas que asustaban. De subirlo desde Asturias, esa penúltima rampa del 17%. Hoy he estado en ella. Pajares, el puerto y el pueblo, ya no son lo que eran porque abrieron la estupenda autovía. Sigue teniendo su tráfico, esos camiones que van echando el bofe o refrenándose con sudor. Pero el pueblo tenía hasta cinco bares, me acaba de contar un paisano, y mucha vida de paso, esos tránsitos que tanto juego, tanto han dado de sí y de que hablar y de que recordar. Hoy nada, sólo pasear y sentir un poco de lástima de que ese crítico enclave de montaña, esas casas severas a los costados de esas rampas estrictas, sigan teniendo tanto de lo que siempre fue suyo en sus fachadas y en sus silencios contenidos. Y que sin embargo tan pocos lo sepan ya. Pero sigue siendo Pajares, ese gigante. Doy fe. Lo he vivido y sentido en mis propias carnes, y sobre todo en mis piernas. A pie, que era lo que me faltaba después de haberlo sorteado en tren y en coche. Una de las etapas a camino más bellas no, la más bella que habré hecho desde que me enganché a esto de los caminos. Y resulta que a lo largo de casi ocho horas de tranco y mochila hoy me he sentido agredido, atrapado y perdido. Ya entraré en detalles, que ahora no es el caso. Pero no sé qué habrá sido lo peor. De lo primero, agredido, es de lo único que no tengo culpa, pero ha sido cuestión de un segundo y lo que me dura más es el susto. Lo segundo, atrapado, ha sido colectivo y angustioso pero al fin y al cabo un accidente casi necesario en estas aventuras. Lo tercero, perdido, ha sido totalmente innecesario y me lo he currado yo solito, al final la consecuencia no han sido más que unas cuantas horas y kilómetros de propina. Entonces, ¿qué me ha dolido más? Pues el tiempo dirá y posiblemente cada uno me duele en un sitio. La común consecuencia de todo, en estos momentos, es agotado. Pero esto es Pajares. A lo mejor es lo que me consuela, que ya puedo decir que yo también sufrí aquí. Y mañana estaré deseando volver. Simplemente Pajares.

3 Comentarios

  1. Aquí leyéndote después de otra experiencia memorable. Un camino termina siendo un verdadero camino cuando te pierdes y haces esos kilómetros de bonificación que decimos.
    Yo me perdí en los primeros que hice y vas poco quedándote más con la imagen de esas flechas o conchas que has dejado atrás y cobras un nuevo sentido para verlas donde otros no la ves, pura supervivencia.
    Ya he estado bicehando el del Baztán o el Primitivo desde Uvieu y los dos tienen muy buena pinta.
    Un placer volver a caminar contigo y que te guste esto de caminar, al finalo has caído, jejeje.

    1. Pepe, leí tu comentario ayer estando en Gijón y sinceramente me emocionó. Muchas gracias. Sí, creo que cada día soy más caminante. Pero todavía tendré que perderme muchas veces más para llegar a ser un CAMINANTE como usted. Un abrazo.

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