Sale a toda prisa de casa, ya ha dejado a los niños en el cole, siempre le come el tiempo, ahora el justo para encenderse un pitillo hasta la entrada del metro, el único que va a fumarse en horas. Entonces le da hoy por recordar. Nora Pi estaba cimentando una prometedora carrera en un diario nacional. Se había hecho su parcela en temas de Defensa, y no eran años fáciles ni tranquilos, pero pronto aprendió a manejarse con soltura entre generales, coroneles o mandos intermedios que al principio debieron mirarla con extrañeza pero terminaron otorgándole su confianza, le contaban cosas, ella se había forjado una buena agenda. Su jefe de sección la tenía en buena consideración y el célebre director del periódico, cuando se encontraba con ella en el ascensor, la halagaba, la felicitaba por su trabajo y cariñosamente le recriminaba: “¿pero todavía no te has divorciado”? El becario de dos días que compartía espacio en ese ascensor se lo oiría luego decir varias veces más.
Pocos años antes, el pintoresco director de una micropyme de servicios relacionados con la información le exponía un día la situación que atravesaba la empresa, las nuevas oportunidades que se presentaban, los contratos que esperaban ganar, las expectativas de cada línea de negocio… Ella, preocupada por su futuro, le inquiría qué pasaría si, bueno, nos pusiéramos en lo peor al respecto de esas oportunidades, contratos y expectativas. El ocurrente director tiró de ingenio, se sintió gracioso, se creció y le respondió con una pícara sonrisa: “bueno Nora, entonces tendríamos que ir pensando en alquilar tu honra”.
Conoció también a Sánchez Frondoso, que presumía de ser un jefe de personal moderno, hombre de su tiempo, innovador en sus técnicas y hasta en el vestir, si bien no muy innovador resultara que su hermano Sánchez Poderoso fuera el director general. Como al final se daba cuenta de que los empleados más senior, la mayoría hombres, no le hacían mucho caso y le dejaban sin argumentos al primer cruce de impresiones en su despacho, pues se dedicaba a demostrar y ejercer su poder con las secretarias, todas mujeres. Jugaba a tener sus favoritas y sus castigadas, sus intachables y sus “contaminadas”. Nora era de éstas últimas y un jueves por la tarde el jefe de personal le llamó a su despacho y le presentó la carta de despido. Se recreó en la cara que ponía. Terció el director general: si al día siguiente aceptaba dejarse humillar laboralmente, rompería la carta, echaría a su compañera en vez de a ella “y luego nos tomamos una copa”. Ella aguantó el tirón, mantuvo su puesto, eso sí, a nadie consta lo de la copa. A su compañera la despidieron el viernes a mediodía. Claro que Frondoso tampoco tardó mucho en caer en desgracia. A su hermano.
De estudiante, cuando empezaba a ganarse unos euros trabajando de azafata en congresos, pudo oír a un directivo de peso de una conocida compañía que comentaba a uno de sus colaboradores: “mañana, esta que no venga vestida así con esos pantalones. Bueno, que venga desnuda, y si no, que se ponga falda”. Sentencia que le volvió a Nora a la cabeza aquel triste día que el director general de la empresa en la que trabajó un tiempo como directora de Marketing le soltó delante de todo el comité de dirección: “mañana vente con algo fácil de quitar”. Todos rieron a tirante suelto.
Apura el cigarro, se arropa con el cuello del abrigo. Ahora Nora Pi triunfa en otro importante diario nacional. Y sí, se ha divorciado, pero el otro se habrá enterado de oídas. No para, no le da la vida, pero siente que algo lleva ganado. No hay nada como la perspectiva. Y aunque ella pasó por el trance, le divierten las caritas que se les quedan a no pocos directivos –y directivas- cuando una de sus empleadas “de carrera” entra al despacho a anunciarles que está embarazada.
Esta de Nora Pi es la historia de muchas Noras Pi que he conocido de primera mano y que recuerdo ahora, entremezcladas en tiempos y situaciones. No debería haber motivo para acordarnos hoy, a veces el mayor síntoma de normalidad es que no se hable de las cosas. Pero se ve que aún no son todo lo normales…
Buena historia y muy a tiempo. Sólo una pega, imagino que lo que hacía su jefe era halagarla, porque como la alagara la iba a dejar hecha un asquito.
Solucionado, gracias Jacinto por la observación. Aunque tratándose de quien se trataba, je, a lo mejor todo hubiera valido.