La hija de (.)uta

Cuando terminas un viaje como este, la hoja de ruta viene a transformarse en la hija de puta. Lo malo pasa, lo bueno se acaba. Bastan 13 horas de mal dormir para echar por tierra el sueño. Bastan dos horas más esperando tu maleta para darte cuenta. Ya no es hemisferio Sur, es la puerta de tu casa. Te gustaría no estar viviéndolo, pero tienes que intentar aguantar todo el día sin dormir. Hay que pasar por esto también. En el fondo te alegras de reencontrarte con los tuyos, lo tuyo, lo de todos los días. Sí, en el fondo. ¿O sería más propio decir en la superficie? Mañana ya estarás maldiciendo de la rutina y deseando evadirte otra vez. Sin embargo, llega el momento de empaquetar el viaje, recordarlo todo, recopilar las fotos, los apuntes, los tickets de los parques y las minutas de los restaurantes, los resguardos de las tarjetas de embarque… y el viaje ya pasa a ser algo de ti. Para siempre. Lo guardas con todo tu amor en la sala de trofeos donde viven todos tus viajes, le buscas un sitio especial como especial es el de todos y cada uno de los que hiciste. Y ya lo tienes ahí. Sí, la conozco bien a esta hija de puta. Ya me ha visitado otras veces. Le guardo cierto aprecio en el fondo. Sí, en el fondo. Ahora está bien dicho.

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