Sí, réquiem quiero decir. ¿Qué ha sido del 1.500, mi prueba favorita? Desde la olímpica de Atenas, en 2004, no he vuelto a ver una final en condiciones. Allí se despidió El Gerrouj, el último grande, quizás el más grande, con su oro al fin, el que se le había negado en Atlanta y en Sidney. Se fue tranquilo, pero nos dejó solos. Aparte de que echemos de menos a los españoles en la élite, ¿quién hay en el plano mundial que enganche a la audiencia? No es problema de nivel, ya que de los que corrieron ayer cualquiera te hace un 3.30 sin despeinarse. Es falta de personalidad, de clase si se me apura. En la carrera de los matices por excelencia, del culto al ego campeón y a la rivalidad más acérrima, hoy vivimos un escenario anodino. El mejor especialista actual es sin duda Kiprop, y vaya carrera tácticamente infame se marcó ayer el chico. Ganó Kamel, ochocentista keniano hijo de un gran ochocentista keniano, Billy Konchellah, y ahora mercenario de Bahrein como el proscrito Ramzi. Segundo un etíope, algo nunca visto en esta prueba, los del cuerno siempre han sido gacelas de estepas más largas, no de medias distancias, más parecidas a la sabana, donde hay que correr provisto de machete, con la cabeza despejada y mil ojos para prever las emboscadas. Tercero Lagat, este sí que tiene clase para dar y tomar, lo que pasa es que también tiene 34 años. Y desparecieron el combate el mejor europeo de los últimos años, el francés Bala, y los marroquíes, quién les ha visto y quién les ve también a ellos. Y así nos va. El milqui siempre fue, con los 100 metros, el acontecimiento más esperado y seguido en Mundiales, Olimpiadas y Europeos. Hoy, en los papeles, la sosa final de ayer aparece en cuarto plano, precedida por los 800 femeninos, las semifinales del 200 y el lanzamiento de disco. Muy sintomático. Al medio fondo le urge encontrar un Usain Bolt, o mejor dos, ya que esta prueba que se engrandeció con los binomios: Coe-Ovett, Cram-Aouita, Morcelli-Cacho, El Guerrouj-Lagat… Y a nosotros nos urge redescubrir a González y Abascal.