Oigo decir que él no hubiera querido entrar en polémicas, y además tampoco le ha debido importar mucho. Por eso no voy a dedicarle más de lo necesario al asunto. Pero es que no me puedo quedar sin decir nada de esto. Vicente Ferrer ha tenido una despedida universal, creo que muy pocos en este país, y yo diría en todo el planeta, han dejado de dedicarle estos días al menos un comentario, un recuerdo, una frase de homenaje o una acción de reconocimiento. Con la excepción de la Conferencia Episcopal. Su silencio ha sido clamoroso. Silencio que no creen oportuno mantener cuando se trata de otros aspectos de la realidad de este país. Posiblemente, todo lo que Vicente Ferrer ha hecho en sus 89 años de vida –y me remito a cualquier crónica, reportaje o especial publicado estos días en papel y on line- no se corresponde exactamente con lo que la jerarquía eclesiástica española entiende por derecho a la vida. El calificado como mayor cooperante mundial del siglo XX y XXI no ha hecho tanto por el derecho a la vida como estos que se creen los dueños y garantes del derecho y de la vida de los demás. Por eso ahora callan. No tienen nada que decir. Tienen cosas más importantes sobre las que opinar. Muy decepcionante.