Roger Federer, Rey con Tierra

La vida da vueltas, sorpresas, y a veces es hasta justa. ¿Quién se lo iba a decir a Roger Federer, hace un año, después de salir vapuleado en su tercera final de Roland Garros ante el mismo Nadal que ya  le había derrotado en las otras dos? ¿Quién se lo podía augurar poco después, al ver perdido su imperio de Wimbledon y luego el número uno a manos del manacorí? ¿Quién después de verle llorar de impotencia a comienzos de este año, cuando también Australia caía en los dominios de Rafa? Era el Rey sin tierra que además se quedaba sin sus prados reales, sin sus posesiones antípodas… y de pronto, cuando ya nadie lo esperaba, conquistó la tierra. Ya tiene su Roland Garros. Ahora puede llorar con fundamento. Ahora ya se le puede llamar el mejor tenista de todos los tiempos.

Federer es el sexto hombre que consigue ganar los cuatro Grand Slam. Pero cuidado. Cuando lo lograron los cuatro primeros, tres de esos grandes torneos se jugaban sobre hierba. Y el quinto hombre en lograrlos, el fantástico Andre Agassi –este sí, sobre las superficies sobre las que se juegan actualmente- sumó en total ocho grandes con doce años de diferencia entre el primero y el último. Federer ha ganado 14 en siete años. Sólo Pete Sampras tiene también 14, ganados en 13 años, y nunca triunfó en París. Y otro dato verdaderamente demoledor que acredita al suizo: este hombre lleva desde 2004 -cinco años- llegando a las semifinales de todos los Grand Slam que se han disputado, 20 en total. Se dice pronto. De esas veinte semifinales, sólo perdió tres. De las 17 finales a las que ha llegado en ese período sólo ha perdido cinco, todas con Nadal. Y en las 12 restantes finales ganadas –más las de Wimbledon 2003 y Australia 2004, que ya las traía de antes-, la nómina de jugadores a los que ha vencido es la siguiente: Safin, Philipousis, Agassi, Hewitt, Roddick, Baghdatis, Fernando González, el propio Nadal, Djokovic, Murray y Soderling. Me salen tres generaciones de tenistas.

Y sin embargo, dicho todo esto, lo más grande de Roger Federer siempre ha sido su juego. Su tenis cristalino, diamantino si se prefiere. Pulcro, elegante, pleno de recursos y golpes de toda la gama ejecutados como en un valls, sin esfuerzo aparente. Yo siempre he dicho que para mí, modestamente, la de Borg, Connors y McEnroe ha sido la mejor generación de tenistas que he conocido. Del sueco, Federer tiene la precisión, el passing con tiralíneas; de Jimbo, la agresividad, la capacidad para abrir ángulos imposibles; y del Zurdo de Douglaston son la sutileza, el arte de hacer este juego pasmosamente fácil. A ello suma el suizo su sentido táctico, su versatilidad para golpear de derecha y de revés, esas bolas que le corren como por una pista de hielo. Y una constancia y un físico que le han permitido mantenerse en lo más alto durante estos siete años que lleva, algo realmente muy difícil en el tenis de hoy.

La carrera hacia el triunfo en Roland Garros ha sido penosa, un camino de espinas y decepciones. Se topó Federer con Rafa Nadal, que le amargó la existencia. Cuatro años seguidos. Uno en semifinales y tres en la final. En la última sólo le dejó ganar cuatro juegos. Pero Roger ha tenido la virtud de la perseverancia. Siempre volvía. Otra vez a la final, otra vez contra Rafa, otra vez con el rabo entre las piernas. Pero al año siguiente volvía. Hasta que este año Nadal, que le había cerrado todas las puertas de París, le abrió una de forma inesperada. “Ahí la tienes”, debió de decirle. Y Federer la vio, sufrió, corrió como pudo hasta ella, se agarró a su última esperanza. Se le hizo un mundo contra Haas, contra Del Potro en semifinales, pero cuando vio que tocaba el pomo con la mano, ya nadie le pudo parar. Ni Soderling, ni la lluvia, ni el espontáneo… ni sus propios nervios al final. Y aquí está. En el París que, más que una misa, para él bien ha valido un Via Crucis.

Y para terminar, pido permiso porque me voy a apuntar un tanto. Daban bien poco por Federer este año. A gente que de esto sin duda sabe más que yo, escuché decir a principios de temporada que los mayores rivales de Nadal para conservar su número uno iban a ser Djokovic y Murray, pero no el suizo, que ya iba cuesta abajo. Pues es que yo le estaba viendo mejor que el año pasado. Ya en el Open de Australia. Allí jugó un gran torneo, solo que la escena final de su llorera tras la derrota terminó por empañar cualquier otra sensación. En los siguientes Master 1000 ha estado en la brecha excepto en Montecarlo, donde creo que jugó obligado, se acababa de casar. Pero en Madrid ya dio un serio aviso. Pidió respeto. Hoy nadie se lo niega. Federer es el Rey… y desde ayer el Rey con Tierra.