Que hayan dejado de caer las bombas sobre Gaza es, al menos, un alivio. Que la gente pueda volver a sus casas derruidas y dedicarse a buscar a los suyos entre esas ruinas, es muy triste, pero hasta ahora, ni eso podían hacer. Que empiece a entrar toda esa ayuda humanitaria durante meses varada en los pasos, es todavía insuficiente, pero algo irá arreglando y habrá que seguir presionando para que llegue todo lo que tiene que llegar. Que reabran colegios, panaderías, establecimientos… que se empiece a hablar de reconstrucción, es una esperanza. Pero para que esto sea una verdadera paz, todavía falta mucho.
Lo que se escenificó el pasado lunes en Egipto no fue un acuerdo de paz. Fue un espectáculo. Más propiamente: un esperpento. Quienes más o menos sabemos o tenemos noción de otros históricos actos con los que se ha oficializado el fin de guerras, vistos por televisión o en las fotos en los periódicos, leídos en los libros de historia, siempre hemos creído que eso es otra cosa. Si nos referimos a los firmados en Oriente Medio en el último medio siglo, podemos recordar los de Camp David, Oslo, Wye River, el tratado Israel-Jordania de 1994… en todos ellos estuvieron los jefes de Estado o primeros ministros de los países en conflicto –Egipto, Jordania, organizaciones palestinas, siempre Israel…- y los presidentes de EE UU que actuaron como mediadores, Jimmy Carter o Bill Clinton. Pero, ante todo, fueron actos solemnes.
Eso, independientemente del devenir que esas paces firmadas tuvieran después. Recordemos que después de Camp David fue asesinado el presidente egipcio; el primer ministro israelí lo fue un año después de firmar con Jordania y de recibir el Nobel de la Paz; y los sucesivos tratados y hojas de ruta pactados entre Israel y las autoridades palestinas saltaron por los aires al poco tiempo de establecerse. Por eso, hay que ser muy prudentes, extremadamente cautos con lo que va a resultar de este acuerdo forzado y con pinzas que, al menos en lo formal, más está pareciendo un sucedáneo que lo que dice ser.
Porque lo que se nos ofreció el lunes nos habla de en qué estado de catarsis se encuentra este mundo. Que después de una catástrofe humanitaria, un asesinato masivo que sabemos que ha causado muchas más de las casi 70.000 muertes que se dan como oficiales -y cuento entre ellas a las victimas israelíes del atentado de Hamas-, aparezca no el mediador, sino el autoerigido ‘hacedor’ de la paz, él solo, dándose quizás el homenaje que no pudo darse por no haber recibido el Nobel unos días antes, produce grima a cualquiera que lo pretenda mirar con ojos sensatos.
Ahí no estaba el primer ministro ni nadie del gobierno israelí. No había ningún representante de Hamas ni de la Autoridad Palestina. Al que veíamos a todo plano era a un eufórico Donald Trump sobre un escenario con un enorme rótulo –Peace 2025, como si se tratara de un festival de música- desatado, sonriente, repartiendo dádivas y, eso sí, agasajado por todas las celebridades -no solo autoridades- invitadas al acto. ¿Qué pintaba ahí el presidente de la FIFA? Cualquier que viera esas imágenes sin tener el contexto, pensaría que lo que el presidente de Estados Unidos estaba celebrando no era un acuerdo transcendental, sino su boda.
Es cierto que, del personaje en cuestión, ni esto ni nada nos debería sorprender. Es su manera de entender la política. Lo más preocupante, quizás, es la normalidad con la que muchos lo han recibido. Se nos ha retransmitido un evento de alcance mundial, que esperamos que lo tenga, como si fuera un show televisivo. Por faltar, y no estoy tan seguro de que haya faltado, algún reportaje gráfico sobre los looks de los asistentes a la gala. Y mientras, llamarle paz a lo que ha seguido sucediendo durante esta semana en lo que queda de Gaza, más que ilusión, parece ilusionismo.
Y ahora pretenden que, una vez Trump ha decretado el final de partido, las protestas contra Israel paren en seco, los exiguos embargos se levanten, no se pidan responsabilidades penales por lo perpetrado y ya todo se olvide y vuelva a ser normal. Pues no, miren. Cuando terminen de construir algo que podamos llamar paz, veremos. Y eso lleva muchos años, al contrario que las guerras, que se desatan en minutos. De momento, a día de hoy, lo que tenemos es espectáculo. Bastante grosero, hay que decirlo.
P.D. Y, por cierto, poco se ha hablado de que, durante las últimas semanas, se han organizado carreras ciclistas en Italia y no se ha permitido la participación del equipo de Israel. Los organizadores han hablado con sus responsables, les han hecho ver que era por motivos de seguridad y ellos lo han aceptado. ¿No podía haber hecho la Vuelta España lo mismo?