Verdades distintas, una realidad

Puede que, en efecto, la verdad no exista. No vamos a entrar en una discusión filosófica que nos llevaría desde Sócrates hasta nuestros días pasando por Hegel, Nietzsche… Admitamos que hay muchas formas de ver las cosas, y ahí entra la subjetividad, pero también la manipulación: la propia, que pretendemos verlo como queremos que sea; y la externa, que nos lo expliquen como pretenden que lo entendamos. Pero, exista o no la verdad, la pintemos de una forma o de otra, lo que sí existe es la realidad. Y esa es segura, inevitable, insobornable. Incluso cuando no la conocemos.

Lo que pasa es que a veces sí la conocemos. Lo que el gobierno de Israel está haciendo con los palestinos de Gaza desde hace dos años es una realidad. Y puede tener muchos nombres: genocidio, desde luego, es uno de ellos; también exterminio, asesinato, masacre, barbarie, matanza… podemos recrearnos o enredarnos con la semántica, como están haciendo muchos políticos y analistas antes de que se pronuncie -si es que lo hace un día- la justicia penal internacional. Pero lo real, a día de hoy, son casi 70.000 muertos oficialmente por bombas, disparos o de hambre, que fuentes acreditadas avisan de que podrían ser más de 600.000. ¿Hacen falta más nombres y calificativos?

Pero siempre, y hoy más que nunca, tenemos a los que intentan explicar a su manera cualquier realidad, incluso esta. Ahí sobrevienen lo que podríamos llamar las verdades de cada uno. Que muchas veces no son subjetivas, parciales o percibidas, sino inventadas. Es decir, mentiras. Una cosa es la interpretación de los hechos; otra, la manipulación intencionada de esos hechos; y después viene la opinión que cada uno se forme, pero teniendo en cuenta una opinión que parte de una premisa falsa no es tal, sino más mentira.

Los hechos en Gaza están bien claros. Cualquiera los ve. A día de hoy, no encontramos motivo para desconfiar de la información que estamos recibiendo, porque nos la están transmitiendo desde allí dentro y casi en directo, a través de los testimonios, las cámaras, los móviles… lo que no sucedió en otros genocidios, exterminios o barbaries de nuestra historia, de los que tuvimos noticia, y también damos por ciertos, a través de testigos indirectos y, en el caso de algunos de ellos, transcurrido ya un tiempo.

Pero la capacidad de formular interpretaciones distintas -verdades- de esos hechos -realidad- es ilimitada. Y la de fabular, no digamos. Una cosa y otra valen con tal de alimentar intereses políticos, económicos o personales. Para sacar partido hasta de una realidad como la de Gaza. Y en torno a ella tenemos circulando toda esta profusión de mensajes cruzados y encontrados. Desde los que nos tildan de antisemitas a quienes criticamos al gobierno de Israel -no al pueblo ni a su religión y cultura, ni siquiera al Estado- hasta los que nos exigen ir a los eventos y hasta por la calle con una bandera palestina, porque si no, nos acusan de ser cómplices de lo que se está perpetrando. Esas pueden ser las verdades más extremas, pero hay y van mucho más allá. Podríamos dar la vuelta al mundo y llegan a todos los ámbitos, entre otras cosas, porque los intereses y el dinero israelí están metidos en prácticamente todas las cestas, del deporte y el espectáculo a las finanzas y negocios como el inmobiliario. Y allá donde hay adhesión, hay contestación; donde hay ataque, hay defensa. Pero no hace falta irnos muy lejos. Quedémonos en España.

El Gobierno, con su presidente a la cabeza, se ha manifestado claramente en denuncia de lo que sin paliativos llama genocidio. A unos les parecerá lo correcto y lo que hay que hacer. Para otros, sin embargo, es una estrategia para promocionar su figura en la escena internacional, dicen que últimamente algo de capa caída; o es para echar humo que difumine los escándalos que le acechan y disimular la debilidad de su gobierno; para los de allá, en cambio, no está siendo suficientemente beligerante en la defensa del estado y el pueblo palestino y además debería romper relaciones diplomáticas con Israel; y para los de más allá, el presidente es un hipócrita, porque su gobierno sigue manteniendo acuerdos y relaciones comerciales con Israel y su gobierno, incluida la venta de armas.

Mientras, el principal partido de la oposición se debate entre otras verdades. Por un lado, están los que asumen, sin alzar mucho la voz, que lo que está haciendo Israel es indefendible. Pero claro, bajo ningún concepto pueden respaldar ninguna decisión o iniciativa de un Gobierno al que pretenden hacer caer un día sí y otro también. Además, tradicional e ideológicamente, ellos han estado siempre de parte de Israel. Y esa bandera la esgrime sin ningún complejo su principal barón a día de hoy, la presidenta de la Comunidad de Madrid, que desde el minuto uno no ha dudado en alinearse con el sionismo más radical, ella sabe bien por qué. Teniendo en cuenta que esa es, además, la postura que defiende fervientemente el partido de la extrema derecha, socio en varios gobiernos autonómicos y se presume que necesario también si un día quieren gobernar el país.

Tenemos luego a la izquierda más a la izquierda del partido del Gobierno. Maltrecha y endémicamente fragmentada, ve, por un lado, una oportunidad de salir de su irrelevancia. Por un lado, alzan la voz exigiendo ser más duros y poco menos que declararle la guerra a Israel. Por otro, se dan al postureo compulsivo, apresurándose a salir a hacerse la foto en concentraciones y manifestaciones, bajo las banderas y tocadas sus líderes con su pañuelo de rigor, supuestamente brindándoles su apoyo, y la realidad es que desvirtuándolas. Ah, pero una de sus facciones forma parte del Gobierno, y a estos les toca hacer equilibrios entre ser irreprochablemente pro palestinos, pero no pedirle a su presidente ir más allá, como sí demandan sus compañeros de banda izquierda, que no amigos.

Por su parte, el Rey ha pronunciado un rotundo discurso en la ONU que no deja la menor duda sobre la toma de posición de España. A unos les ha parecido impecable. A otros les ha dejado descolocados, incluso hasta el punto de dejar caer la baronesa, ¿quién si no?, que se equivoca el palomo. Por no hablar de los que veladamente le han puesto a caldo. Sí, pero también hay los que sólo se fijan en que, con todo lo que dijo, no pronunció la palabra clave, genocidio.

En fin, podemos pasar por muchas cosas más. Por la Vuelta a España, que comenzó con manifestaciones espontáneas porque ni la organización ni la Unión Ciclista Internacional impidieron, aunque fuese sólo por motivos de seguridad, la participación de un equipo que promociona la marca Israel. Unos estuvieron muy de acuerdo, otros también pero pedían no mezclar deporte y política, otros manifiestamente en contra. Éstos, cuando las protestas fueron a más y obligaron a parar la etapa de Bilbao, ya salieron a llamarles proetarras; cuando la pararon en Galicia, ya eran perroflautas y activistas de extrema izquierda. Pero el día antes de llegar a Madrid, todos, de izquierdas y de derechas, estuvieron de acuerdo en que les convenía que la carrera reventara. Ya sabrían cada uno cómo sacarle rédito al follón que se iba a montar.

Por qué no hablar también de la flotilla humanitaria. Es lo que es, su función pretendía cumplir y ha terminado -o está terminando- como era previsible, con su loable intención de visibilizar el bloqueo a la ayuda y los inevitables tics de postureo, alentados por los medios, que es lo que pasa cuando hay políticos que se apuntan a estas cosas. Pero desde que zarpó hasta su esperado final, no ha dejado de estar rodeada de ruido. Que ha alcanzado sus máximos decibelios esta semana, con unos -ya imaginan quién- tachándoles de “asamblea de facultad flotante” que iba poco menos que en barcos de recreo, y otros reclamando al gobierno una intervención militar para protegerlos. Que es justo lo que nos faltaba.

También podríamos verter líneas sobre Eurovisión, sobre el fichaje del Villarreal FC que ahora ‘sólo quiere hablar de fútbol’ o sobre los conciertos de Radiohead. Las verdades, enteras o a medias, tan distintas unas de otras, están en el aire y a menudo, o casi siempre, lo hacen irrespirable. Pero la realidad sigue siendo una. Hoy, cuando se anuncia un teórico alto el fuego, han muerto 40 palestinos más.

(foto: Save_Palestine)

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