Si algo nos ha salvado en no pocos momentos de nuestras vidas, ha sido el sentido del humor. Incluso en episodios dolorosos, frustrantes o de infinita pena, hemos sido capaces de tirar de él, y aunque no nos habrá sacado de nuestro estado, al menos nos habrá procurado apenas unos instantes de alivio. No digamos cuando se trataba de la actualidad, desde la más convulsa hasta la más dramática. En España siempre hemos sido capaces de hacer chistes absolutamente de todo, a veces más afortunados y otras con menos gracia, todo hay que decirlo. También con misericordia o con su dosis de mala baba. Pero no nos ha faltado la intención de sacarle punta a los acontecimientos, y muy a menudo, el humor ha servido para unirnos.
Sin embargo, parece que ya no son buenos tiempos ni para el humor. Esta semana hemos sabido de un cómico televisivo que ha sido defenestrado en Estados Unidos porque sus ocurrencias no gustaban a la Casa Blanca. No hace falta irse tan lejos. En este país, los inconmensurables Gallego y Rey, testigos y satirizantes de prácticamente toda la política que hemos vivido, han decidido dejar El Mundo después de 30 años. Y no es ni porque se jubilen ni porque, como aseguran, hayan tenido problemas con el periódico. Los han tenido con sus lectores, que desde hace un tiempo han dejado de admitir las viñetas que aludían a los que entienden que son intocables porque son los suyos. Cuando, a lo largo de todos estos años, G&R han hecho reír a costa de absolutamente todos, se llamaran Fraga, Suárez, González, Guerra, Aznar, Zapatero, Rajoy, Juan Carlos, Felipe… Pues no, ahora ya no vale mofarse de todos y con todos.
En realidad, no debe sorprendernos si somos conscientes de este nuevo clima. Baste darse una vuelta por las redes sociales, especialmente por la ahora llamada X, para darnos cuenta de la nueva percepción que cunde del humor: gusta el que satiriza, ridiculiza o hiere al adversario; el que viene en contra, indigna y su autor es objeto de insultos, amenazas y hasta no nos extrañe que de magia negra.
Sí convendría aclarar que, cuando hablamos de humor, uno dejaría fuera de esta categoría a ciertas salidas de tono que han alcanzado notable visibilidad en estos últimos tiempos. Que han concitado grandes polémicas y hasta contenciosos judiciales. Pero que, más que condenables en un marco de libertad de expresión, deberían quizás haberlo sido -figuradamente, conste- por la nula gracia que tenían. Habrá unos casos y otros, pero en algunos de los que recordamos, se trató más de oportunistas que de humoristas. Y alcanzaron notoriedad más por su desfachatez que por su ingenio. Humor se puede hacer de todo, hasta de los temas más sensibles. Pero hay que saber hacerlo.
Volviendo al humor de verdad, el puro y sano, y dentro de su vertiente política, pienso ahora en grandes humoristas que uno vio y me pregunto cómo se desenvolverían en este ambiente de hoy. Aquel Fernando Esteso, antes de forrarse con las películas con Pajares, que con la transición aún balbuceante, aguantaba la cámara con aquella cara de pan diciendo ‘que no pasa ná…’ y luego giraba la vista al control con inenarrable gesto de circunstancias. A Tip y Coll, de derechas uno y socialista el otro, que anunciaban que ‘el próximo día hablaremos del Gobierno’ y luego no lo hacían expresamente, pero soltaban sus pullitas a un lado y a otro. Al gran F. Ibáñez, que eventualmente dejaba agudas píldoras sobre la actualidad política entre peripecia y desmadre de sus personajes. O por qué no recordar a Pedro Ruiz, que no es que me hiciera tanta gracia, pero las imitaciones que hacía de los líderes políticos del momento eran realmente brillantes.
Y por supuesto, ha habido humoristas más significados políticamente, unos manifiestamente de izquierdas, otros decididamente de derechas. ¿Y qué…? Forges, Summers, Mingote, Gila, los citados Tip y Coll… dejaron viñetas deliciosas y gags desternillantes que a veces no eran nada blancos y hasta llevaban su mala leche… pero que nos hacían reír y gustaban a todos, independientemente de cómo pensáramos. ¿Qué reacciones suscitarían hoy entre cierta gente de un color o de otro? Aunque a mí me parece que a ellos les daría exactamente igual, suficientemente inteligentes eran. Y qué decir de aquellos Guiñoles de Canal +, en los años del cambio de siglo -cuando todavía se podía hablar de política con cierta normalidad, qué tiempos. Los propios políticos no se los perdían y a alguno se oyó decir ‘A mí me dan, sí, pero anda que a estos otros…”. ¿Habría que hacer hoy unos guiñoles para Telemadrid y otros para La Sexta, por ejemplo? Porque hay tanta peña que no soporta la chufla a los suyos…
En fin, creo que parte de lo que pasa podría explicarse fácilmente. Primero, la condición fundamental para tener sentido del humor es saber reírse de uno mismo. Y hoy hay mucha gente que no sabe. Segundo, tenemos a muchos ciudadanos que viven totalmente enajenados, que miran por sus tótems políticos más que por ellos mismos. Y si ven que los critican, satirizan o pintan con trazo grueso, lo toman como una afrenta propia. Cuando el político o la celebridad en cuestión lo llevan, se puede decir, en su sueldo, y ellos no cobran ni reciben nada. De estas dos premisas se puede deducir la tercera: cada vez hay y somos más tontos.
Y luego, habrá otras cosas que somos incapaces de explicar. El caso es que ya ni el humor nos reconcilia entre nosotros y con la vida.