Perspectiva y pobres de espíritu

Mientras grandes extensiones de España se quemaban, y lo siguen haciendo, las perspectivas, como siempre, se quedaban cortas. Y, como siempre, los pobres de espíritu salían a escena y hacían gala de toda su capacidad expresiva.

Que las perspectivas se atonten es ya frecuente cuando acaece cualquier suceso o acontecimiento de especial impacto. La inmediatez y la necesidad de contar las cosas a toda velocidad y con la mayor amplitud de onda, hacen que la vista no llegue muy lejos. No hay tiempo de mirar más allá. A veces, tampoco hay demasiadas ganas, la verdad.

Ni ha sido este el primer verano de incendios ni nuestro país es el único que los sufre. Cierto que la crisis ha sido tremenda. No vamos a restar ni un átomo de gravedad a lo que hemos tenido, aún tenemos y, según vuelva a apretar el calor, tendremos. Pero la realidad es que, lamentablemente, y con contadísimas excepciones, llevamos ya muchos veranos seguidos con incendios de gran poder devastador por todo el territorio. Y parece el día de la marmota. Cada año lo contamos como si fuera la primera vez.

Esto debe ser porque no aprendemos. Porque llegado octubre, y hasta julio del año siguiente, nos olvidamos todos. No sólo los que deberían poner los medios para que, si sucede, suceda menos, y este invierno seguirán sin ponerlos. También los que deberíamos contar eso, que los responsables directos, nacionales, autonómicos y locales, no están haciendo los deberes. En noviembre o diciembre deberíamos salir a decir: ‘¿Lo ven? Ya les avisamos de que este invierno tampoco iban a hacer nada, y este verano lo volveremos a lamentar’. Porque la prevención es muchas cosas, pero también comunicación.

Luego están las perspectivas atrofiadas que, en cuanto pueden, salen a querer demostrarnos que vivimos en el peor país del mundo. Sólo hay incendios en España, como sólo aquí hay inundaciones, danas, apagones o cualquier tipo de fenómeno o catástrofe, porque así es este país catastrófico. Los pavorosos que vienen arrasando California estos últimos años y los hemos visto retransmitidos, se nos han olvidado; como los terroríficos de Grecia hace dos años, rematados por un diluvio universal que, en vez de llegar a tiempo para mitigarlos, sirvió para anegar todo lo ya quemado sin solución; este mismo año, Francia ha vivido el peor incendio en medio siglo, con una superficie calcinada equivalente a la ciudad de París; de hecho, 15 países de la UE presentan a estas fechas una superficie quemada mayor que su media anual. No es para consolarnos, porque nosotros tenemos lo que tenemos, y España, con Portugal, somos los países de Europa más expuestos a estos desastres por nuestro clima, nuestra orografía y nuestra vegetación. Razón de más para que invirtamos lo que debemos en prevención. Pero no nos pongamos siempre la funesta etiqueta de ser el país de las calamidades.

Hay afortunadamente expertos que hablan con conocimiento y aportan esa perspectiva. Que observan que, con lo que había llovido esta primavera, toda esa maleza desatada podía ser un combustible peligrosísimo; que intentan hacernos ver que los aumentos de temperatura están dando lugar a incendios mucho más agresivos y difíciles de extinguir; que advierten que la despoblación está contribuyendo a que no se limpien ni se preparen los terrenos para cuando prendan las llamas; que aclaran que no es lo mismo incendio provocado que intencionado, y estos son una menor parte, aunque existen; que detallan cómo están asignadas las competencias entre Estado y comunidades autónomas… Nos dicen cosas informadas y consecuentes. Pero su voz se oye muy baja, se pierde diluida entre las voces gruesas que se extienden, toman vuelo y copan los grandes titulares.

Y es donde emerge la pobreza de espíritu. Esa que encuentra caldo de cultivo en las situaciones más críticas. La esgrimen fundamentalmente esos que buscan aprovecharse de cualquier asunto que tenga graves consecuencias para quien lo padece directamente, pero además hiere la sensibilidad de mucha gente que lo ve desde más lejos. Ven ganancia de por medio y poco les importa lo que puedan llevarse por delante. Sí, es muy pobre de espíritu que no haya suceso, acontecimiento o tragedia que, en vez de unirnos, apelar a la solidaridad y a la suma de voluntades, no sirva más que para azuzar el enfrentamiento, la inquina… y sí, el más miserable de los oportunismos.

Pobreza de espíritu es la del que echa balones fuera cuando se le critica lo que él sabe que no ha hecho para evitar o prevenir crisis como estas. Pero también la del que lo critica sabiendo que él tampoco lo haría, y de hecho, en algunos casos, no lo hizo cuando ese asunto estuvo bajo su responsabilidad.

Pobreza de espíritu es la del que antepone su imagen y reputación a las necesidades reales e imperiosas de la situación. Ante todo, que no se cuestione su liderazgo y autoridad. Como la del que saca pecho cuando ve que controla la situación, ah, pero si ve que la cosa se le desmanda, se hace la víctima y argumenta que le han dejado abandonado a su suerte.

Pobreza de espíritu es la de los que practican la estrategia de resolver las crisis con una foto. Llega y hace que se la hagan reunido con el comité de emergencia, el gesto grave y la pose de acción y determinación; o relativamente cerca y suficientemente lejos de la línea de fuego, con el casco puesto, con el chaleco que le han prestado, la manguera en la mano… o una escoba si se tercia. O visitando, compadeciendo, abrazando a los afectados para visualizar su cercanía (aunque a eso ahora ya se atreven menos). Y con esas fotos, bien publicadas en portada, crean la percepción de que están al frente, al mando de la situación. De que ya han hecho lo que debían hacer.

Pobreza de espíritu es la del que se vale de estas tragedias o cualquiera otras para cimentar su argumentario ideológico. Si hay que decir que los incendios son consecuencia de las políticas medioambientales que tachan de ‘agenda ideológica’; si hay que propagar, para que cunda, la idea de que el Estado fracasa y es ‘el pueblo el que salva al pueblo’; si hay que extender la convicción de que todo se debe a una conspiración de pirómanos terroristas que se han propuesto quemar España o derribar al gobierno de turno, nacional o autonómico; si hay que demostrar que todo es consecuencia del sistema autonómico, que no funciona… Incluso si tienen que echar mano de mentiras y datos debidamente sesgados para refrendar sus tesis. Ya digo que al pobre de espíritu todo, absolutamente todo, le vale.

Y como la pobreza de espíritu no es exclusiva de políticos, aunque ellos se ganen a pulso la parte del león, también lo es la de las compañías aéreas que, ante el masivo incremento de la demanda de vuelos entre Galicia y Madrid por la suspensión de la línea de tren, deciden ‘estratégicamente’ multiplicar por cuatro el precio de los billetes. Y que nadie les pare los pies y muy pocos les hayan sacado los colores. Muy pobres…

En fin, ni es nuevo ni nos debería extrañar. Ya estamos acostumbrados a esta clase de gente, a sus declaraciones y a sus comportamientos. A lo mejor eso es lo malo, que nos acostumbramos y lo damos por normal. En todo caso, como de los pobres de espíritu no nos vamos a librar, apelemos a lo que en mayor medida depende de nosotros: la perspectiva. Por favor, informémonos bien cuando pasen estas cosas. Ampliemos el foco más allá de lo que nos llega en directo y por vía urgente. Busquemos información de fondo y, sobre todo, de fuentes fiables. Es la única forma de desmontar a todos estos que vienen a contarnos una película que no es más que su pobre, limitada y miserable película.

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