El Tour que se hizo largo

El Tour de Francia siempre es más fuerte y puede más que cualquier hombre, por enorme ciclista que sea. Ellos pasan y las carreteras y los puertos siguen. Pero a veces, el Tour también se equivoca, queremos decir las personas que lo dirigen. Lo que los organizadores plantean puede salir bien o regular. Este año habían diseñado un recorrido con dos mitades: la primera, trufada de trampas, con jornadas de formato clásica, una trituradora de tachuelas, muros y terreno para las emboscadas; en la segunda, toda la montaña. “Se les va a hacer algo”, presumíamos. Y el primer día en los Pirineos, c’est fini. Pogacar le echó el lazo. En la cronoescalada del día siguiente, el cierre. Ya en el Mont Ventoux dio la sensación de estar todo vendido. Y los Alpes se vieron bellísimos y majestuosos como siempre, pero esta vez lluviosos y tristes. Mucho estábamos tardando en llegar a París.

Este nuevo ciclismo que venimos pregonando de corredores generosos y corazones valientes también tiene sus disfunciones: una, que si ciclistas como Wellens, Kuss, Almeida, Narváez, Jorgenson o los Yates fueran cada uno de un equipo, a lo mejor veríamos otra cosa. Pero todos estos y algunos más militan en el UAE y en el Visma, todos a las órdenes de los dos grandes capos del ciclismo mundial. La hiper capitalización que impera en el deporte de hoy, en ciclismo también la tenemos. La otra disfunción es natural: de la pléyade de superclases con los que venimos disfrutando estos años, uno, el esloveno, se ha instalado uno o dos pisos por encima. Hasta hace no mucho, Jonas Vingegaard le podía competir y hasta ganarle en el Tour. Ya, decididamente, no. En las carreras de un día, los avatares, las tácticas o Van der Poel le pueden retar. En las grandes rondas por etapas, ni toserle pueden.

Claro, por mucho que todos supiesen cómo las gastaba este Tour 2025, los corredores no iban a cortarse los primeros días. Con el depósito lleno, van a por todas. Y si el terreno invitaba, además, había batalla y veíamos no sólo a los esprínteres y los busca etapas, también a los gallos pujando por las bonificaciones o por no dejarse unos segundos que, luego se vio, iban a ser anecdóticos. Excepto una etapa tranquilísima, la del primer lunes, las demás fueron de tralla y sin cuartel. Y un verdadero disfrute.

Pero ya digo, estábamos a medio Tour y faltaba toda la montaña. Cuando llegó el primer gran puerto, el Soulor, fue una escabechina. Y Hautacam, la sentencia inapelable. Vingegaard vio irse al monstruo y entonces supo que sólo podría seguirle de lejos. Ya ni verle pudo cuando avisó al de la moto de que llevaba un cartón colgando. Quedó claro que Evenepoel no estaba para cuestas importantes, posiblemente su temporada se quedó en la puerta de la furgoneta que se abrió fatídicamente para estropearle aún más su ya maltrecha anatomía. Los demás, sobrevivían como podían. Quedaban migajas por repartir, pero apenas eso. Por cierto, repasamos el top 10 de los cinco últimos tours y, además del esloveno y el danés, pocos nombres más se repiten. En el top 5, ni uno.

Tras ese zarpazo y el remate en la cronoescalada de Peryagudes, quedó tan manifiesta la superioridad de Tadej que parece que hasta a él se le quitaron las ganas de rock and roll. El año pasado ganó todas las etapas de montaña, y parecía que, si quería, lo podía repetir. No sabremos si es que se cortó para que no le tildaran de tirano acaparador o si es que, realmente, a él también se le hizo el Tour largo. Así lo manifestó tras la extraña -y frustrante- etapa de La Plagne y algo de eso decía su carita, no tan dicharachera como acostumbra. Pero es que miraba abajo en la general y tenía al segundo a más de cuatro minutos, al tercero a 11, al quinto a 17, al décimo a 32… ¿Qué necesidad tenía de seguir regalándose calentones? Jonas había tenido el coraje de intentarlo después del varapalo de Hautacam, pero intuíamos que con poca fe, y en los Alpes ya desistió, entonces no había ni la excusa de contraatacar. Y en el Tour dejaron de pasar grandes cosas. Hasta las imponentes escuadras de ambos líderes venían fundidas. Tan largo se les estaba haciendo a todos…

Sea como fuere, este Tour mantiene a Tadej Pogacar erigido como un campeón de época. No sabemos todavía si un día llegará a superar al gran Eddy Merckx -en palmarés y en sensaciones-, pero uno ya puede decir que es el mejor que ha visto desde el campeonísimo belga. Está a uno de entrar en el selecto club de los que ganaron cinco tours, y visto lo visto, tiene todas las trazas de ganar el próximo… y no sabemos cuántos más. La Vuelta la tiene a la ídem de la esquina y lo de los cinco giros, eso ya será cuestión de proponérselo. Las clásicas también son otra historia, no llegará a acopiar siete Milán-San Remo, pero a lo mejor sí todos los giros de Lombardía que quiera. Seguirá sumando, y a ver.

Por lo demás, aun bajo la dictadura férrea del Rey Tadej, el Tour siempre deja margen para destacar a otros ilustres que dignificaron la carrera. Por su puesto, al gran Mathieu Van der Poel, que siempre será la salsa de todas esas etapas llanas o de media montaña en las que antaño no pasaba casi nada. Otro neerlandés, Thymen Arensman, se ha llevado dos etapas de gran prestigio en Pirineos y Alpes, y ambas han sido, sobre todo, premio a su valentía. Para enmarcar ha sido el Tour de Ben Healy, con su etapa y sus días de amarillo, la suya además una de las estampas más características de la carrera. Todo lo contrario que Florian Lipowitz, uno de esos de los que casi nunca tenemos primeros planos, pero al final hace pódium y eso hay que ganárselo y es para toda la vida. Los pocos sprints se los han repartido Milan y Merlier, pero ahí faltaba Philipsen, que se había llevado sobrado el primero y no pudo disputar más por aquella estúpida caída. Hablando de caídas, esta vez respetaron a Primoz Roglic, que no terminaba un Tour desde aquel de 2020 que le birló su compatriota. Hablemos también de dos gregarios de lujo que además brillaron con luz propia: el belga Tim Wellens y el impagable Simon Yates, que además venía de conquistar el Giro que el Col de la Finestre le debía. Un posible descubrimiento puede ser ese francés, Paret Peintre, con su enorme victoria en Mont Ventoux y detalles que ya veremos si confirma en los próximos años. Y poco estábamos viendo este año a otro de los grandes animadores, Wout Van Aert, pero el último día terminó demostrando que sigue tan sobrado de clase como, evidentemente, de kilos.

¿Y los españoles? Recuerdo el Tour del 80, cuando el primero en la general fue Vicente Belda, el 20. Estos años se parecen a aquellos, solo que entonces, al menos, teníamos equipos. Y claro, si vamos a la mejor carrera del mundo con diez ciclistas, no mucho podemos esperar. De los dos que acudían como jefes de fila, Enric Mas empezó como nunca y terminó como siempre; a Carlos Rodríguez se le vio flojo en el inicio y, cuando parecía que iba a más, el pobre se rompió la pelvis. Entre los gregarios, los del Arkea han estado más que dignos. Y si ha habido un soplo de aire fresco, ha sido Iván Romeo, un chico que apunta a clasicómano. Pero por no tener, ni suerte hemos tenido.

Se nos estaba haciendo largo el Tour, pero entonces llegó la etapa final de París para demostrarnos que seguimos teniendo un gran nuevo ciclismo. El espectáculo por los Campos Elíseos y Montmartre bajo esa lluvia furiosa nos reconcilió con la carrera, subió la nota final, y lo que no se entiende -o yo no entiendo- es que decidieran neutralizar los tiempos. ¿Porque llovía? ¿No había llovido el día anterior, en los Alpes, no llueve en las etapas del norte por el pavé o cuando se cayó Ocaña de amarillo en el Col de Menté…? Pero sí, fue una gozada.

Los organizadores del Tour deberían verlo. Es algo que sí están entendiendo en la Vuelta a España y quizás también en el Giro de Italia -que este año sí ha sido divertido. Puedes hacer la carrera dura, salpicarla de clásicas, grandes cimas, trazados abruptos, sorpresas sobrevenidas… Pero no encadenar cinco etapas de gran montaña en ocho días. Porque la gente no da más de sí y es cuando termina aburriendo.

En fin, esta es la historia de un Tour de Francia más y, como es costumbre, no hemos faltado a la cita. Este, como los últimos, lo hemos disfrutado desde el primer día y sí es cierto que la última semana se nos ha hecho un poco bola. Sí, demasiado largo. Sin embargo, hoy ya lo estaremos echando de menos.

Porque siempre, ¡Viva el Tour!

(Foto: Associated Press/LaPresse)

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