Ni por asomo. Si algo falla en una organización, si algo no salió como se esperaba, habrá que estudiar las razones. Analizar con frialdad lo sucedido, comparar lo planificado con lo realizado. Qué incidencias han podido influir en el mal resultado y, sobre todo, qué errores se han cometido. Y claro, quién los ha cometido. Exigir explicaciones. Depurar responsabilidades. En el caso de que sea necesario, cortar cabezas.
Pero siempre con una premisa por encima de todas: sea como sea, haya fallado lo que haya fallado, el jefe no se ha equivocado. Su credibilidad, su conocimiento y su buen criterio nunca están en tela de juicio. Si las expectativas no se han cumplido, no será porque él no haya formulado objetivos realistas ni porque no haya acertado en la estrategia ni puesto todos los medios necesarios para conseguirlos. Mire usted…
El presidente de una gran compañía. De un banco. Del Gobierno. De un club de fútbol. El director de un colegio. De una agencia de viajes. De una empresa periodística (ojo, no de un periódico). El dueño de cualquier negocio. Ellos están a salvo. De hecho, serán los más decepcionados y los principales perjudicados por los grandes fiascos. Por eso están en su legítimo derecho, si lo creen necesario, de degradar o reemplazar a todos los que, a su siempre certero juicio, no han hecho bien su trabajo.
Lo hemos visto esta semana, estos días, lo hemos visto este y todos los años. Ningún jefe supremo de ninguna organización es capaz de asumir un fallo, un error de cálculo, una mala gestión o planificación. Si lo piensan, que puede que alguna vez haya ocurrido, eso se queda para ellos. Pero nunca van a dudar a la hora de hacer su exposición y, sobre todo, de ejecutar. En el éxito, todos son los artífices y ellos los primeros. En el fracaso, buscarán culpables y los encontrarán. Será entonces el momento de anunciar “un nuevo impulso”, esto es, limpieza y caras nuevas.
Hablarán de dinamizar el equipo, de rejuvenecer la plantilla, modernizar el aparato, darle aire fresco a la gestión… Ellos no entran en ninguna de esas ecuaciones. Su despacho será el mismo en la misma planta, y todos, los nuevos y los que vendrán después, entrarán y saldrán de él con el mismo gesto, la misma sumisión, cuando no el mismo miedo. En cambio, de los que están en las plantas inferiores, nadie está a salvo. El director de Ventas, de Marketing. El ministro, el secretario de Organización. El entrenador, el director deportivo. El responsable de cualquier área o departamento… ¿y el de comunicación? Ese, no digamos. Pobrecitos míos, ¿cuántos desastres empresariales al final han terminado siendo achacados a un ‘problema de comunicación’?
Podría entonces pensarse que, si ellos nunca lo van a reconocer, quizás alguien podría hacérselo ver. ¿Y cómo querías vender el doble con los mismos comerciales y menos inversión en marketing? ¿Y cómo querías mantener un gobierno estable con esos elementos? ¿Y cómo querías ganar la Euroliga y la Champions con esos fichajes? ¿Y cómo querías ganar las elecciones sin presentarte a los debates? Claro, desde dentro, el que se atreva ya lleva la sentencia. Y desde fuera, ya procuran encargarse de que los mayores palos no les caigan a ellos. Si hace falta, ya pronunciarán a tiempo un piadoso “lo siento, me he equivocado…” o “perdón a la ciudadanía…”, pero siempre con la boca pequeña y dejando claro que han tomado las riendas y que ellos no son el problema, sino la solución.
Así, la nave seguirá su rumbo, las entidades están siempre por encima de las personas, estas son pasajeras, coyunturales y reemplazables. Excepto, claro, su gran capitán. En cada puerto al que felizmente arriben, saldrá la foto de toda la tripulación. Vistas una tras otra, es más que probable que solo una figura se repita en todas. Sonriente en traje y corbata. En cada una un poco más viejo. Los que le rodean, cada vez más jóvenes.
Todo esto, ojo, mientras la nave mantenga sus perspectivas de seguir navegando viento en popa y exhibir orgullosa sus banderas. En cuanto se vislumbre o presuma la posibilidad de irse a la deriva, no se preocupen, que la abandonarán antes que las ratas.
Mientras tanto, ellos nunca se equivocan. No les quepa la menor duda…
(Foto: pixelRaw)