Normalmente, por primavera, tenemos nuevos microrrelatos. Los que hemos ido sembrando durante la primera parte del año, y ahora es el momento de recogerlos y traerlos a nuestro puesto del mercado. Aquí van estos ocho, escritos con cariño, la inspiración y el ingenio que en cada momento nos encontraron y, como siempre, a quemarropa. Espero que os gusten:
Alucinante viaje…
Fue imposible de explicar. Después de 150 años girando alrededor de la Tierra, el mundo seguía tal cual lo habíamos dejado. Nos conocían y nos saludaban como cualquier día. Nuestras casas estaban ahí, las familias esperándonos para cenar. La televisión daba las mismas noticias, las guerras y disputas de siempre. Por más que me empeñé en contarles el viaje a los míos, una aventura tan apasionante, seguían a sus cosas. Me pregunté entonces qué estaba pasando, si realmente eran ellos y era yo; si todo era fruto de la descompresión… o quizás del ‘tranquilizante’ que recordaba habernos fumado antes de despegar.
Repoblación
Desde entonces, no encontramos mano de obra. Ahora que han vuelto habitantes al pueblo, no tenemos a nadie para rehabilitar las casas o reabrir bares y tiendas. Faltan médicos, fontaneros, electricistas… Cierto que estos nuevos vecinos son extraños, no entendemos lo que hablan ni sus costumbres, su aspecto nos choca, pero han venido a devolvernos la prosperidad. Debemos acogerlos y atenderlos bien. Ofrecemos trabajo bien pagado, ponemos anuncios, pero llamamos a la capital y ni responden. Les debe ir requetebién allí. O están muy ocupados finiquitando la venta. Cambiar la propiedad de un planeta no se hace en dos días, por ruinoso que estuviera.
Aves menores
‘Vuela, príncipe, vuela’, le decía su madre cuando le veía partir del nido. Curiosamente, esas mismas palabras le dirigían sus profesores de vuelo y, más tarde, sus compañeros de acrobacias, que admiraban su destreza en el aire. Y no sería casualidad que exactamente lo mismo le gritara el eficiente cazador antes de abatirlo de un tiro certero. Como a tantos otros que osaron surcar esos cielos. No es la vida de halcón para aves menores en este coto. A bonito y dócil pájaro disecado es a lo máximo que podrán aspirar.
Quemaduras
Me esparce crema solar por el cogote. Tras el primer segundo de sorpresa y frío, acepto su tacto delicado. Sigue por los hombros, me dejo hacer. Sus manos son suaves y la fricción es firme. Temo darme la vuelta y romper el momento. Siento cómo amorosamente me amasa la cerviz y baja por la espalda, noto su aliento en mi nuca. La besa frugalmente y se va. Será entonces cuando me arrepienta de mi pasividad. Pero mejor así, pienso. Es la forma de evitar quemaduras. Mañana volveré y esperaré en la misma posición. Ignoraré haber visto al socorrista con el bote en la mano.
Un problema eterno
Le dio la idea de embadurnar con aceite los escalones que ascienden al Cielo; también la de rociar con silicona las puertas. San Pedro empezaba a hartarse de las maquinaciones del nuevo inquilino. ¿Quién se había creído que era? Pero su populismo estaba sumando adeptos entre el vecindario celestial. Era su Reino prometido, tan duramente ganado… y no paraba de llegar chusma. La eternidad se ponía imposible, hasta las constelaciones más exclusivas estaban ya saturadas. Y eso que el metro cúbico andaba por las nubes. El apóstol elevó la cuestión. El Jefe manejaba informaciones de sus arcángeles financieros. El infierno se estaba vaciando, buen momento para comprar…
Humanismo inútil
Manuel decidió saltarse la merienda para seguir nadando en ese plácido y cálido mar. Los tiburones que le rodeaban no estaban ni mucho menos por la misma labor. Él pensó en la virtud humana de saber renunciar a ciertos placeres por motivos más elevados. A ellos les motivaba el hambre. Lo que nos diferencia es la capacidad de contener los instintos, reflexionó el hombre. Los animales, irreflexivos, avanzaban incontenibles. Otro matiz que distingue al ser racional e inteligente es la tecnología, tener un móvil a mano para pedir socorro. La ventaja técnica de esos seres irracionales residía en sus fauces, que funcionan también en mojado.
Ni a cañonazos
No sabe si será capaz de matarla. Esta mosca asquerosa le está amargando la vida. No es el zumbido persistente o el incordio durante las comidas. Ni sentir su tacto repelente en la nuca, el cuello, los brazos… Es que ya no es como antes, que de un zapatillazo certero se terminaba el problema. Esta no se ha colado en casa, sino que él vive en la suya. Ella le cobra módicamente por la habitación y comparte diariamente su nutritivo almuerzo. Hasta le ha tomado cariño. Lo levanta en volandas con sus patazas peludas y le acuna amorosamente por las noches.
Deseos sin fin
‘¿Puedo pedir otro deseo?’ se hizo inscribir en la lápida que habría de inmortalizarla. Porque eso fue su vida. Deseos y proyectos que nunca vio cumplirse. Nada ni nadie le concedió una miga de felicidad. Hoy la gente se para ante ella a leer el curioso epitafio. Y se enternece. Le dejan algo, una flor, un peluche, perfumes, hojas con dibujos y dedicatorias… La tumba se ve siempre poblada de cosas, como si tan querida hubiese sido en vida. Con lo recogido cada noche, van a abrir un museo. Vendrán de todo el mundo a visitarla. Ella, pobre, jamás se cansará de pedir.
Y sumados estos, aquí podéis encontrar todos los microrrelatos a quemarropa.
(Foto Engin_Akyurt)