Apagados tras el apagón

Vivimos durante horas sumidos en un apagón. Y cuando recuperamos la luz, volvimos a estar apagados.

Parece irónico, paradójico. Mientras no teníamos electricidad, las comunicaciones se redujeron al mínimo y apenas teníamos una vía de información: las noticias que nos daba la radio, que a su vez informaba basándose en las pocas fuentes que en esos momentos estaban disponibles, fundamentalmente, las oficiales. Y sabíamos lo que estaba pasando.

En realidad, ya sabemos que eso no es propio ni defendible. En este caso, era por las circunstancias excepcionales. Pero en general, no es sano, o no debería serlo, que las sociedades dispongan de una sola fuente de información y que ésta sea la oficial. Lo ideal es tener varias opciones para informarnos y que las fuentes sean diversas, de manera que lo que cada una emita pueda ser contrastado, tanto por el medio en cuestión como por los receptores, que somos todos y cada uno de nosotros. Una obviedad, sí, pero que a veces conviene recordar.

El problema viene cuando las fuentes sobreabundan, fluyen a toda velocidad, no todas son fiables y, sobre todo, la honestidad de algunas es dudosa. Se sobreponen y se solapan unas con otras y al final sucede como con el disco de Newton, ¿se acuerdan?: que pese a tener siete colores, al girar a toda velocidad lo vemos de color blanco. Eso se explica por el proceso inverso a la descomposición de la luz. Si se tratara de tintes, lo que técnicamente se llama mezcla sustractiva, la suma de todos los colores daría negro. Y eso es lo que da a menudo la sobreinformación.

Desde que nos dimos cuenta de que se había ido la luz y no era que no hubiéramos pagado el recibo ni era en toda la casa ni en todo el barrio, que internet se iba a ir pronto -los que lo recibimos por router ya no teníamos- y que el móvil nos duraría lo que pudiera, casi instintivamente nos fuimos a la radio. Esa no iba a fallar, sobre todo si conservábamos una de aquellas a pilas. Las emisoras fueron conscientes al momento. Alteraron toda su programación -segunda semana seguida que habían de hacerlo- y tomaron el timón como el medio de comunicación de referencia para todo el país. Ahí está, una vez más, su extraordinario despliegue, como tantas veces que sus profesionales han estado ahí para salvarnos o al menos aliviarnos la existencia en episodios de crisis.

Sí, pero emisoras había unas cuantas a elegir. Información pertinente, prácticamente una. La que emitían los organismos estatales: fundamentalmente, el Gobierno de España y Red Eléctrica (asterisco: esta es una empresa privada, pero su principal accionista es el Estado). Podían haber sido fuentes de información también las compañías eléctricas, pero estas se limitaron a no meter la pata, esto es, a no decir ni pío, que es para lo que sirven esos comunicados previsibles y vagos que se publican en estas situaciones.

El caso es que la información que recibimos los españoles durante las siguientes horas de oscuridad -hasta nueve en el lugar de residencia del que escribe- fue básicamente oficial, escueta y objetiva, a saber: qué había pasado -no por qué, ya que no se sabía- y cuánto se estimaba que tardaría en recuperarse todo el sistema eléctrico peninsular, a cargo de Red Eléctrica, poco después de las 14.30h; información del estado de carreteras, transporte ferroviario, telecomunicaciones… desde los ministerios y entidades correspondientes, así como recomendaciones a la ciudadanía; comparecencias institucionales del presidente del Gobierno (dos ese día) informando de lo que buenamente podía informar, de lo que se estaba haciendo y apelando a la serenidad y la prudencia; y a lo largo de toda esa tarde y noche, información puntual de los avances en la recuperación del sistema, que, efectivamente, iban clavando el pronóstico que inicialmente había formulado el portavoz de Red Eléctrica.

Hacia las diez de la noche, ya teníamos luz en la mayor parte del territorio nacional. A la mañana siguiente, en el 99%. Entonces, empezó el ruido. Explicación completa y fehaciente de lo que ha podido suceder no tenemos aún, no debe ser fácil y posiblemente haya quien no la quiere dar. Pero, como siempre, gente a explicárnoslo ha salido por doquier: que es por la pretensión de prescindir de la energía nuclear; que al contrario, con la nuclear hubiera sido peor; que esto es producto del error de apostar por las renovables; que no, que por las renovables no ha sido, que son perfectamente estables y fiables; que podemos descartar un ciberataque, que por qué habría descartarlo… ; que ya hubo avisos a Red Eléctrica de lo que podía pasar; o que esto nos volverá a pasar “muchísimas veces”. La mayoría de los que se han pronunciado en unos sentidos o en otros son, ya se lo pueden imaginar, ‘eminentes expertos’ en materia energética.

Por supuesto, la casi totalidad del ruido que se genera, con este y con cualquier otro asunto, es con intención política o económica. En ese caso, fundamentalmente, desprestigiar al Gobierno, a ver si cae de una vez; y mantener bien cuidadas a esas grandes empresas eléctricas que son buenos e imprescindibles clientes de medios de comunicación.

Respecto al Gobierno y su presidente, uno no está para decir si lo ha hecho mal, bien o regular. Pero los hechos que conoce, a través de lo que informaron en directo las radios y han referido después medios impresos y online de toda línea editorial, son los siguientes: nada más desatarse la crisis estaba reunido en Red Eléctrica con una comisión de emergencia, tras lo cual tuvo lugar la citada comparecencia del portavoz de esa compañía; a las 15 horas, convocó en Moncloa al Consejo de Seguridad Nacional y a las 18h, terminada la reunión, hace su primera comparecencia pública; a las 19h mantiene una segunda reunión con el citado Consejo, del que además de un sinfín de ministerios, forman parte entre otros el CNI y el Estado Mayor de la Defensa; vuelve a comparecer a las 22.53h; a las 9 horas de la mañana siguiente vuelve a reunirse el Consejo, esta vez presidido por el Rey; a continuación, convoca un Consejo de Ministros exclusivamente dedicado a la cuestión; a las 12.53h, ofrece una rueda de prensa; y a media tarde, convoca en Moncloa a la presidenta de Red Eléctrica y a altos directivos de las empresas Iberdrola, Endesa, Naturgy, Acciona Energía y EDP.

Bien, desde la oposición y desde muchos medios de línea editorial afín, se ha criticado ferozmente esta gestión del presidente del Gobierno, achacándola de insuficiente, ineficiente y poco transparente. De que hubo “apagón informativo”, de llegar “tarde y mal”, de estar “sobrepasado” por la crisis o de “eludir responsabilidades”. Desde el punto de vista de la comunicación, que es de lo que puedo hablar, honestamente no creo que se pueda hacer más y no sé a qué apagón informativo se refieren. De lo demás, no tengo ni idea. Cada uno juzgará desde su conocimiento. Pero uno de los políticos que ha salido a decir que el presidente no estaba donde debía estar es uno de Valencia que ya se sabe -y esto sí que sí- dónde y cuándo no estaba y qué no hizo que tenía la obligación de hacer en una crisis que, más que parar un país durante horas, costó más de 220 vidas. Hace falta tener cuajo…

En cuanto a las compañías eléctricas, la sensación que da es que tratan de escurrir el bulto. Más allá de esos comunicados de salir del paso en el momento más crítico, poco más han dicho. En las áreas de prensa de las webs de Iberdrola y Naturgy, por ejemplo, no hay la menor mención. Las pocas, mínimas declaraciones de sus máximos directivos -en concreto, de uno especialmente adicto a salir en los medios- tienden al despeje y a echarle el marrón al árbitro -Red Eléctrica- y al palco -los políticos que abogan por clausurar las nucleares. Cabría pensar que esas empresas, por lo que son, manejan mucha información y tendrían quizás mucho útil que aportar. Pero no dan nada, y eso extraña. ¿Y enfada? Pues quizás, también. Pueden, en todo, estar tranquilas estas compañías. Están bien pertrechadas en términos de imagen. Y si alguien, persona o entidad, osa echarles en cara algo o pedirles alguna responsabilidad, ya caerá sobre ella la correspondiente tormenta mediática. Que el que paga bula nunca es pecador.

Por lo demás, el ruido, además de apagarnos las luces informativas, busca que cundan la oscuridad y el pesimismo. Posiblemente, esto no debería haber pasado y no nos debe volver a pasar. Pero una vez que ha sucedido, por lo que sea, en vez de flagelarnos con que hemos dado una imagen deplorable como país, -algo que podríamos cuestionar con la perspectiva de lo que ha sucedido otras veces en otros países-, podríamos darle un poco la vuelta. Sí, poner más énfasis en que, ante un hecho insólito y extraordinario, hemos sido capaces de superar la crisis en tiempo más que razonable y sin graves incidencias, más allá de los negocios paralizados durante horas y los inevitables dramas de los que se quedaron varados en trenes, colgados en ascensores o sin transporte para volver a sus casas. Que nuestra sociedad reaccionó otra vez de forma civilizada y madura, sobrellevó la situación con buena actitud y, donde hizo falta, demostró responsabilidad y solidaridad. Pero no. Vende más lanzar a los cuatro vientos lo que falló, lo que debería darnos vergüenza y la mierda de país que somos. Apagados nos quieren.

Hemos tenido un gran apagón, otra vivencia más a las que vamos acumulando a marchas forzadas en estos últimos años. Y también de esta podemos sacar conclusiones. Una de ellas, y es para mirárnoslo, es que mientras no tuvimos más información que la justa, estuvimos mejor informados. Otra, que lo que no debería tener trasfondo político, siempre lo tiene. Y que, una vez más, no nos dividen y enfrentan los acontecimientos, sino quienes se ponen luego a explicárnoslos. Cuando más luz tenemos, se nos funden los plomos. Y después del apagón, volvimos a quedar tristemente apagados.

(Foto: Alexandra_Koch)

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