Los nuevos mandamientos

Y como Moisés en la Tierra Prometida, apareció con las nuevas tablas. Las de su ley. Los refundados mandamientos con los que ha dispuesto que se rija el mundo.

Sabía que le esperaban y no quiso decepcionar. Se anunciaba algo importante, un nuevo golpe en la mesa y que retumbara el tablero internacional. Pero no bastaba el contenido. Había que darle el adecuado realce. Y qué mejor puesta en escena que una recreación bíblica.

En realidad, en esos paneles que más parecían de aeropuerto, lo que aparecían no son leyes ni enunciados, sino nombres de países con porcentajes asociados a cada uno. Como si fueran los horarios de salida. En este caso, son peajes de entrada, sin más criterio ni cálculos que los que él ha estimado. Pero, a la larga, lo que marcaban era una fecha tentativa de partida para aquellos que no caben en su sistema.

Estos son sólo parte de los nuevos mandamientos. Los que ha dictado para plasmar su poder omnímodo e indiscutible. Los que establecen el nuevo orden mundial tal como él lo entiende. Y no son para su pueblo, entendido como los suyos. Son para los demás pueblos pecadores, que deben asumir la pleitesía que deben. Él sabe, y está bien seguro, de que ya tiene quien le amará sobre todas las cosas, no tomará su nombre en vano y santificará sus decisiones.

Se sabe y se siente rodeado de un coro de ángeles que, en realidad, es una tropa de aduladores que le jalean. Que se supone que un día echarán cuentas, pero a lo mejor, todo lo que nos dicen que van perdiendo, por otro lado, lo están ganando con creces. De momento, honran a sus padres y a sus madres, que no son otras ni otros que los que abonan el terreno para su negocio y grandeza, mientras piensen que lo siguen haciendo. Y consideran que los millones de ciudadanos que les han hecho ricos son sus hijos y, por lo tanto, han de honrarles a ellos.

Aunque sean leyes para los demás, ellos han de predicar con el ejemplo. Nunca atacarán a quien sea como ellos, de su raza, creencia, condición y status. No permitirán una guerra en la que pierdan, y el poder absoluto determinará quién gana las contiendas en liza. Y, claro, qué interés se llevan por intermediar para conseguir fotos de paces firmadas. No matarán, pero en el fondo y en la forma, decidirán quién puede vivir.

Esas tablas, y otras que nos vendrán a mostrar, vienen a confirmar que estamos inaugurando una nueva era despojada de tapujos e hipocresías. Ha llegado por fin la hora de librarse de todas aquellas proclamas blandengues y ñoñas que limitaban la capacidad de acción. Trasnochados criterios que decían deber defender el planeta, la sociedad y la decencia, y lo que hacían era socavar la legítima aspiración de ser y ejercer como el más fuerte. Actos impuros que ya se asegurarán de que no se vuelvan a cometer.

Los nuevos mandamientos nos instan, claro, a no hurtar a los ricos, mucho menos a amenazarles con poner en riesgo sus bienes.  Por ejemplo, intentando responderles con la misma moneda. Y ni dudar que la clase imperante tiene derechos sobre todo lo que alcanza su vista. Ni las tierras ni las empresas ni la misma y humilde casa de cada uno están libres de ser objetos de su deseo o interés. Ellos, simplemente, se quedarán, como han hecho siempre, con lo que les corresponde.

A todo esto, defienden la verdad absoluta, única e irrebatible. Esa sobre la que ellos explican el mundo y todos los demás debemos creer. La que difunden a través de los canales únicamente refrendados por su sistema, bien desplegados en diferentes países y continentes, con suficiente amplitud de onda para llegar a todos los sitios y a toda la gente. Todo lo que no comulgue serán falsos testimonios y mentiras que hay que erradicar. Y allá nosotros como se nos ocurra esgrimir algún postulado distinto. Lo que prima es su relato y lo demás son cuentos y patrañas ideados por perversas dictaduras ideológicas.

Cada ley tiene su matiz y su sentido. No consentirán que amparemos obsoletas piedades ni beneficencias. Ni se nos ocurra atentar contra su vanidad implorando arcaicas justicias sociales que en realidad son impuros, maléficos deseos y pensamientos dirigidos a dilapidar su imagen y dignidad bien ganadas. El mundo es de los que es y ya está bien de atizar con la miseria y contar con los que no cuentan.

Por supuesto, no nos permitirán codiciar sus bienes. Y llegará el día en que ellos no tendrán nada nuestro que codiciar.

Estas son nuevas reglas, pero el juego es el de siempre: el ganador se lo lleva todo. Y sólo pueden ganar ellos.

Lo siguiente que nos traerán serán las nuevas bienaventuranzas. Y ya no vendrá Moisés, sino tal vez su jefe directamente, que no otra cosa está convencido de ser quien promulga el nuevo destino universal. Quedemos atentos…

(Foto: geralt)

Deja un comentario