Estado de percepción

Siempre fue cierto. Que según donde vivamos, las cosas que suceden en otros sitios las entendamos y expliquemos de una manera o de otra. Depende de cómo nos las cuenten. Y también de quién nos las cuente.

Es la percepción. La definición de la RAE se antoja más bien pobre, pero hay otras más clarificadoras: la de Wikipedia, “la forma en la que el cerebro humano interpreta las sensaciones que recibe a través de los sentidos para formar una impresión inconsciente o consciente”;o la de la web Concepto, “el proceso mediante el cual los seres humanos interpretan y organizan la información que reciben del entorno”. Dicho lo más llanamente posible: lo que la gente piensa que pasa cuando algo pasa. Y también cuando no pasa.

Volviendo al inicio. Un ciudadano digamos medio que vive en Estados Unidos verá y entenderá de determinada manera lo que ocurra en Rusia, y su equivalente en aquel país hará lo propio con lo que suceda de Florida a Alaska. Conflictos como el de Ucrania no se verán con el mismo prisma desde nuestro lado de Europa que, por ejemplo, desde China.

Todo lo que se percibe va en función de la información que se recibe, y a partir de ahí se forman las opiniones. Desde España podemos opinar sobre el régimen de Venezuela, sobre las elecciones en Rumanía, la deriva prorrusa en algunos países del antiguo Telón de Acero, el crecimiento de la extrema derecha en países que parecían haberla superado o nunca la padecieron. Y claro, la victoria abrumadora de Trump. Pero no descartemos que, en otros puntos del mundo, tengan puntos de vista diferentes. Y no digamos en los mismos países cuya realidad percibimos. Nosotros quizás no entendamos por qué tanta gente de Luisiana votó a Trump o por qué la juventud rumana está votando a ese tal Georgescu. Suponemos que ellos sí lo entenderán, pero aquí, poco sabemos de ellos. Muchos prensamos, desde nuestra lógica, que se equivocan. Pero, seguramente, los equivocados seamos nosotros.

El ejemplo más rotundo son las guerras. Las de ahora y las de toda la historia. Cuando no nos implican directamente, tendemos a tomar partido. En general, por los que consideramos más cercanos cultural o ideológicamente; también, a veces, por el que nos parece más débil. Pero luego están las respectivas propagandas de los contendientes, que siempre se encargan de contarla como les conviene. Según dónde estemos, nos llegará más una propaganda que la otra. Y será más que probable que nos pongamos de parte de esos que nos lo venden. Generalmente, en las guerras, lo único cierto e irrefutable son las imágenes que nos llegan, la destrucción, los muertos, la miseria. Es verdad que cada uno enseñará sus imágenes para ganar partidarios. Pero hay casos en los que sólo uno las puede enseñar. Cuando esas guerras son tan desiguales.

Cuando no somos capaces de abarcar toda la realidad de un asunto, principalmente porque estamos lejos o no la vemos, nos guiamos por la percepción. Y ésta viene determinada fundamentalmente por la información que recibimos, sí, pero también por nuestra predisposición a darla por buena si viene en un sentido o falsa si viene en otro. Cuando, posiblemente, ambas vengan intencionadamente manipuladas. El caso es que es arriesgado dar por supuesto lo que sucede en tal o cual sitio cuando no tenemos elementos fiables y tangibles para contrastarlo. Entonces nos creemos saber, y proclamamos en voz alta, lo que es muy posible que ignoremos absolutamente.

Sin embargo, la novedad de estos tiempos radica en que ya no sólo ignoramos lo que pasa lejos de nosotros, lo que no podemos ver directamente y nos viene a través de testimonios indirectos. Ahora nos confundimos también con lo que sucede en nuestro propio país, en nuestra propia ciudad y en nuestra propia casa. Y no porque no lo veamos. Si lo tenemos delante. Pero hemos llegado a un estado en el que nos fiamos más de la percepción que de la información que podemos obtener por nuestros propios medios.

Por ejemplo, si vivimos en España, saliendo a la calle y contrastando la información que recibimos con la realidad con la que nos topamos, podríamos tener un conocimiento, una explicación y después una opinión fundada, la que sea, sobre las cosas que pasan aquí. El problema es que no sólo recibimos información, entendida como tal. Nos llegan infinidad de estímulos, sensaciones, mensajes que consciente o inconscientemente, asumimos y conforman nuestra percepción. O varias percepciones. Como esas píldoras no tenemos que ir a buscarlas, sino que nos asaltan continuamente allá por donde nos movamos, incluso sin movernos, hay gente que se acomoda. Ya no acude a informarse, porque se siente informada sin levantar la vista. Y viven confortablemente inmersos en una percepción que es la que guía sus discursos, pensamientos y actuaciones. Sí, desinformados. Pero nunca lo admitirán.

“¿A quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?”, dijo Groucho Marx. Hoy hay gente que da por hechas situaciones que, si se preocupara de comprobarlas por sí mismo, se daría cuenta de que son ilusorias, cuando no una farsa colosal. Claro, por lo general, esas percepciones tienden a lo negativo y a lo catastrófico. Así salen, por ejemplo, las encuestas de opinión que se publican en nuestro país. En general, cunde un pesimismo atroz, la gente dice que todo a su alrededor está mal y va a ir mucho peor, nada funciona medianamente y digamos que el entorno en el que viven es poco menos que un asco. Eso sí, muchos luego reconocen que a ellos, la verdad, no les está yendo mal. Se trate de personas o empresas. Porque eso sí lo ven por sí mismos. Lo demás, lo perciben.

Imaginamos que eso pasa también en Estados Unidos, en Rusia, en Rumanía, en Francia… ahí sí podríamos explicarnos ciertas cosas como lo que votan en las elecciones, siempre con la debida reserva ante lo que nos resulta lejano. Pero lo cierto es que vivimos en un estado de percepción. Nacional y global.

Claro, no hace falta decir que ese estado de percepción lo propician y fomentan los que están muy interesados en que cundan determinados estados de ánimo en las poblaciones. Al final, todas esas percepciones juegan a su favor. Canales y altavoces tienen de sobra tienen para emitir esos estímulos con los que bombardean incesantemente. Pero no piensen que me refiero sólo a las redes. Dice Alex Rovira que somos el resultado de con quien pasamos más tiempo, y hoy, en efecto, en esos sitios es donde más estamos, interactuamos y nos informamos. Pero ojo, porque en el mundo analógico ‘de toda la vida’ también hay y ha habido siempre ‘prescriptores’ que nos dicen lo que debemos creer antes que a nuestros propios ojos. En realidad, no dejan de ser los mismos, en un mundo y en otro.

En fin, siempre hemos dicho que cada uno cuenta la película como la ve. Y las cosas que pasan en los países y en el mundo solían ser el resultado de esos muchos que ven películas y las cuentan a su manera. El problema es que ahora no veamos las películas, sino que nos las cuenten. Y nos conformemos.

(Foto: OpenClipart-Vectors)

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