El cambio ‘primático’

El barroco surgió para retorcer el clasicismo renacentista porque se le consideró culpable de dividir al cristianismo. Los románticos renegaron de la Ilustración porque pensaron que, al final, tanta razón había conducido al desastre. Bien, pero al menos, ambos movimientos perseguían un ideal y aspiraban, a su manera, a hacernos mejores. Ahora, por desgracia, tenemos otra cosa.

Que me perdonen los primates, chimpancés, gorilas, orangutanes y otros colegas. Pobres, no es a ellos a los que me refiero. De hecho, su inteligencia está fuera de toda duda. Voy más a la idea de primario, primitivo y, si me apuran, primo. Se trata de la principal transformación que está sufriendo la humanidad. Tal vez la mayor en siglos. El cambio ‘primático‘ está aquí, es una realidad y nos está afectando a todos porque está desmantelando todos los supuestos. Y no viene solo, porque otras corrientes y negaciones que observamos hoy, y la cuestión climática entre ellas, giran alrededor y se alimentan de él.

El cambio primático consiste, básicamente, en que han dejado de regir muchos de los valores en los que nos hemos educado las personas en la mayoría de las civilizaciones y culturas. La sensatez, la bondad, la empatía, la honestidad, la compasión, hasta la inteligencia… parecen haber perdido todo sentido y vigencia en el nuevo orden que propone. En muchos casos, los desprecia. Los considera un signo de debilidad, cuando no de cobardía. Recomienda, y a veces impone, alejarse de ellos.

Y viene devastador. El cambio primático está secando las ideas, inundando de estulticia los espacios de conocimiento, provocando temperaturas extremas en cualquier diálogo y debate, que ya no son tales sino valles incendiados y océanos en continua turbulencia; dejando ingentes cantidades de basura en el fondo de todas las cuestiones.

No es de extrañar entonces que hoy gocen de fervoroso seguimiento personajes canallas que además presumen de serlo. Se vuelquen elogios sobre quien practica sistemáticamente la falta de educación o, más allá, la falta de escrúpulos. Se defiendan sin vacilar posturas desde inelegantes hasta impresentables, que a cualquiera en su sano juicio -es decir, del antiguo orden- producirían vergüenza ajena. Se jalean las deslealtades, se justifican las traiciones, se da por lógica la ingratitud, se blanquean comportamientos bochornosos. Y lo peor es que esa aquiescencia, cuando no entusiasmo febril, no es ya una reacción que se dé en determinados espacios asilvestrados, como puedan ser los estadios de fútbol. Se expresa en la calle, en los medios de comunicación y en las instituciones. Se da voz y autoridad a mentirosos cuyas falsedades gustan, aunque se sepa que lo son.

Porque el cambio primático niega la información. Despreciará cualquier hecho, noticia o dato que refute sus teorías. No su verdad, porque ésta también ha dejado de existir. Ahora son lo que llaman ‘hechos alternativos’ -mentiras- que se encargan de difundir y repetir a mansalva para que calen en muchísima gente. Sí, lo que ejercía con maestría Goebbels, pero ahora con una potencia y capacidad de persuasión inusitadas. Y con la particularidad de que consigue que sus adictos no sólo comulguen con el recetario, sino que se vuelvan impermeables, refractarios, inmunes a cualquier otro tipo de argumento, por riguroso que venga y por mucho que se esfuerce en contar las cosas sin pasión ni odio. Entonces lo llamarán, despectivamente, ‘equidistancia’.

A lo suyo lo llaman relato, lo que ya da idea de la intención. Es decir, una crónica, un análisis o una simple información no tienen cabida. Podríamos llamarlo entonces cuento, fábula o historieta. Esto es, una invención. Creada para que guste y se identifique con ella mucha gente (‘me representa’, oiremos decir) pero, sobre todo, para que esa gente haga, diga y vote lo que desea el que la creó. Este nuevo orden ha engendrado la preponderancia de la percepción, que lo puede todo y anula cualquier realidad. Y cada uno puede tener su particular percepción, lo que pasa es que ya se procura que muchos tengan la misma y así parezca incontestable.

Podríamos explicarnos que este fenómeno viene del feudalismo más profundo -señor y vasallos humillados pero fieles- y éste derivó en el caudillismo. El caso es que, al igual que aquellos, tiene efecto alucinógeno sobre sus seguidores. Hace que los indocumentados se crean sabios y los pobres, ricos. La dicotomía ganador-perdedor que impone se asume, pero son precisamente los perdedores los que adoran y aúpan al ganador -eso lo acabamos de ver en Estados Unidos, pero lo presenciamos frecuentemente en países e instituciones más cercanos. Todo vale para ascender y llegar al poder, y si alguien lo sigue intentando por medios aparentemente lícitos, se le tildará de ladrón, ocupa y usurpador. Ya puedes ser noble y honrado, que la percepción te convertirá en un peligro público y tu labor y trayectoria en una plaga que hay que erradicar. Lo que se llamaba el imperio de la razón, ha sido reemplazado por el imperio de la ignorancia. No porque tanta gente sea ignorante de por sí. Sí porque la manipulación termina forjando una masa de ignorantes contentos y satisfechos.

Se dice que es un cambio impulsado por el mundo digital, y bastante de cierto hay. Pero no se engañen, está también en lo que queda del analógico. De hecho, todo lo que practica y promueve se inventó ya en él, y ahora ha encontrado pista para propagarse a mucha más velocidad. Y con el beneficio del anonimato. Los embaucadores eran y son perfectamente identificables, pero la masa es más masa en las redes. Y estas, a su vez, ya son mayoritariamente propiedad de embaucadores, con lo que ya se encargan de que las mareas vayan en la dirección conveniente. Al final, es lo de siempre. Los unos pocos de toda la vida que se las arreglan para obtener el favor de muchos en su innegociable propósito de modelar el mundo en su beneficio e interés. Muy primitivos unos, muy primos los otros. Pero ahora con un poder de enajenación brutal.

Como el optimismo y la fe en el humanismo no los vamos a perder, vendrán nuevas corrientes de pensamiento, la ley del péndulo que ha regido la historia, la cultura y el arte por los siglos de los siglos. Mientras tanto, toca aguantar. La tentación fácil sería decir que nos bajamos de este burro, que no es un barco ni un tranvía. Ni lo sueñen. Mientras nos queden valores legítimos que creemos que vale la pena defender, aquí vamos a seguir. Que nos llamen antiguos, muermos o buenistas. Ayer vino rescatadora esta cita del ex presidente de Uruguay, José Mujica: ‘Yo me dediqué a cambiar el mundo y no cambié un carajo, pero estuve entretenido. Y he generado muchos amigos y muchos aliados en esa locura de cambiar el mundo para mejorarlo. Y le di un sentido a mi vida’.

El cambio primático viene decidido a terminar con muchas especies. Pero no podrá con todas.

(Foto: Kyrnos)

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