El tiempo que ya no se oye

Los meteorólogos anunciaron el tiempo que iba a hacer; los ingenieros que conocen el terreno avisaron de lo que podía pasar; y los que tenían que tomar medidas y decisiones estaban a otras cosas; como los que tienen la misión de informar a la gente, últimamente hablan preferentemente de lo que dicen los políticos, pues también estaban a esas mismas otras cosas. Y muchos, demasiados, se vieron sorprendidos al atardecer por lo que estaba declarado desde primeras horas de la mañana. La alarma llegó pasadas las ocho de la tarde: a unos, en sus casas conociendo por la tele y la radio lo que se estaba fraguando; a otros, subidos a los tejados o atrapados en sus coches. Por no hablar de los que ya no pudieron oír ni recibir nada.

La DANA habría estallado igual. Habría sido tan fulminante y devastadora. Se habría llevado las casas y anegado las calles, las carreteras, derrumbado puentes y muros, arruinado cultivos y negocios. Pero si alguien hubiese determinado que la gente ese día no fuera a trabajar; si se hubiese al menos intentado evacuar poblaciones que están en mitad de viejos cauces y ramblas resecos desde hace mucho tiempo… nunca se sabrá cuánto, pero algo o bastante menos, quizás, estaríamos lamentando.

Se quejan los meteorólogos de que sus avisos no llegan a la gente. Y, sobre todo, de que luego les acusen de no haber avisado. Pasa como con muchas otras cosas. Se deciden, se hacen, se anuncian, pero casi nadie se entera. Por ejemplo, ¿cuántas familias están recibiendo el ingreso mínimo vital de todas las que tienen derecho? Se lo digo: la tercera parte. Porque no lo han solicitado, por no saben cómo, porque ni han oído hablar de ello. Por no citar otros servicios, ayudas, prestaciones o subvenciones, que se quedan en el limbo. Falla la información de servicio. No es que no la haya, es que parece que no se lee y no se oye. Posiblemente, porque lo que hoy llama la atención y se sigue es el ruido. Y esto, evidentemente, no lo es.

Puedo poner otro ejemplo: el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades publica una o dos notas de prensa diarias. Con proyectos, iniciativas, acuerdos y convenios, declaraciones de la ministra, del secretario de Estado y no niego que, alguna que otra vez, dándose autobombo. Pero el caso es que, más allá del enlace de la fuente oficial que uno encuentra en los buscadores, casi nunca aparece ninguno más. Nadie publica esas noticias, ni siquiera las agencias. Luego nunca es noticia. Me refiero a este porque es uno de los ministerios cuyas actuaciones generan mayor consenso y menos sangría política. El día que acaezca alguna polémica o escándalo que le afecte, vaya si se publicará y llegará a todo el mundo.

En el caso de la dana, tengo la sensación, puede que equivocada, de que los medios españoles, al menos los nacionales, hicieron en su día mayor seguimiento informativo de la llegada del huracán Milton a Florida, en Estados Unidos, que de la amenaza que se cernía esta semana sobre la Comunidad Valenciana. También es verdad que, según dicen, la evolución de los huracanes es más previsible que la de las danas, estas son más sorpresivas. Pero, insisto, me ha quedado esa sensación y lo digo. Lo que no se puede negar es que, como siempre, la agenda informativa estaba estos días copada por todos los estériles y agrios asuntos en los que andamos enredados, los habituales y los nuevos que no dejan de venir. Y aunque la información de servicio, en concreto la meteorológica, sea también actualidad, la atención se va a esos otros líos.

Parece que ya no oigamos el tiempo. El meteorológico. Iñaki Gabilondo decía que es lo primero que importa a los españoles cuando se levantan por la mañana. Por eso, era lo primero de lo que informaba al abrir su programa. Ya casi nadie lo hace. Los hombres del tiempo eran, en su tiempo -y valga la homografía-, una autoridad. Salían al final del telediario y ese era uno de los momentos que la audiencia seguía con mayor atención, las familias se mandaban callar si estaban cenando. También es verdad que, en cierto otro tiempo, las suyas eran casi las noticias más interesantes que se daban. Pero es que, ahora, parecen una sección de mero entretenimiento. Un señor o señora simpáticos, en el segundo caso mejor si bien aparente, que muestra unos mapas, unos soles y unas nubes y, me consta que con su mejor rigor e intención, cuenta lo que ha pasado en el día y lo que prevé que pasará al siguiente. Acierta o se equivoca, eso es como siempre. Pero da la sensación de que se ve y se oye más como un pasatiempo que como información relevante.

Y no estamos, vuelvo al recurso, en tiempos de tomarnos a broma el tiempo. Vemos que los fenómenos extremos se repiten con cada vez mayor frecuencia. En todo el mundo. En los muros de la catedral de Utrecht, se puede leer que el tornado que la partió en dos en 1674 se catalogó como un fenómeno que sucedía cada 10.000 años. No sé cuántos ceros tendríamos que quitarle a esa cifra hoy. Por mucho que nieguen el cambio climático, hay evidencias empíricas de cómo se está transformando el planeta, y una de las consecuencias es la proliferación de eventos atmosféricos que antes nos parecían exóticos y hoy pueden suceder encima de nuestras casas.  Además, son más difíciles de prever y calibrar, por eso la labor de las agencias meteorológicas y sus profesionales es más compleja. Y tienen más responsabilidad. Porque si siempre el tiempo afectó a nuestras vidas -en qué nos ponemos, si vamos a la playa o no…-, ahora incide muchísimo más. Hasta puede resultar vital. Como acabamos de ver y, tristemente, seguimos viendo.

Me dirán que no es la primera vez que suceden estas catástrofes y que, por ejemplo, en Valencia ya tuvieron episodios trágicos como la riada de 1957 y la pantanada de 1982, entre otros. Pero no nos los creamos. Porque, precisamente después de aquellos dos desastres, se mejoraron sustancialmente las infraestructuras. Y con todo ello, ha pasado esto. Hoy sufrimos olas de calor prolongadas, sequías interminables o lluvias e inundaciones masivas como las que han asolado el centro de Europa en septiembre; nieva en general mucho menos y sin embargo un día se nos presenta Filomena… nos vienen ciclones, huracanes y tornados de los que antes apenas sabíamos por las imágenes que nos llegaban de Asia o El Caribe.

Las hoy llamadas DANA son, sí, lo mismo que antes tuvo otros nombres, como gota fría, diríamos borrascas aisladas, balas perdidas que se salen del circuito habitual y siguen su propio curso. Pero que ahora se dan con mucha más frecuencia y son mucho más explosivas. Entre otras cosas, porque el agua marina de la que se nutren está más caliente. En estas épocas del año, y ya durante varios, la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) las pronostica en España con frecuencia casi semanal. Lo que pasa es que, cuando se detectan, a menudo no se sabe realmente en qué van a desembocar. Son como bombas aisladas, o racimos de ellas, cuyo rumbo es caprichoso y pueden estallar o no. Y si no lo hacen, quedan como falsas alarmas y dejamos de hacer caso. Como en el cuento del pastor y el lobo, solo que en este el lobo viene siempre, se coma a las ovejas o no.

En septiembre de 2023, en Madrid, tuvimos uno de estos episodios. Fue un sábado por la noche cuando la Aemet empezó a anunciar que se nos venía encima una muy gorda, aviso que oficializó a primera hora del domingo. A mediodía, pitaron los móviles. Y mucha gente se quejó. ¿Quién se atreve a interferir en nuestra vida y violar la intimidad de nuestro teléfono? Algunos se pensaban que era el Gobierno en el afán intervencionista que le achacan, pero la alarma la enviaba la Comunidad de Madrid. El caso es que pasó la tarde sin que cayera una gota en la ciudad -por la noche sí llovió considerablemente-, y quien más y quien menos, incluido el alcalde, riñó ‘cariñosamente’ a los meteorólogos por alarmistas y por haber hecho suspender actos y eventos ‘para que luego no pasara nada’. Pero es que sí pasó. La bomba estalló con toda su carga en el sur de la provincia y norte de Toledo, con un duro balance en vidas humanas y daños. Si se hubiera desatado en el centro -o en medio de uno de esos eventos- sin las medidas que se tomaron, aún lo estaríamos lamentando.

Sabemos que ahora mucha gente se queja de que no la dejan vivir a base de recomendaciones, advertencias, reglamentos o todo lo que entienden como limitaciones a hacer o comportarse como les dé la gana. Quizás podríamos entrar a discutir algunas. Pero cuando se trata del tiempo, el meteorológico, es para tomárselo en serio. Hablamos de la Naturaleza, y esta sí que no atiende a intereses y libertades personales. Cuando se empeña en ocurrir, ocurre. Y cada vez se empeña más, entre otras cosas, porque la estamos alterando. Pues la mejor defensa que tenemos contra su furia no es otra que la ciencia. La que esgrimen los meteorólogos que escrutan los cielos y los ingenieros que conocen las particularidades de los terrenos y los posibles riesgos. Escuchémoslos más y, cuando llegue el momento, démosles el altavoz que merecen y que, aunque a algunos no les parezca, todos necesitamos.

Ahora nos quedan la tristeza, la compasión, el cariño y la ayuda que mala o buenamente podamos prestar. Es muy doloroso, pero sólo podemos esperar que los poderes públicos respondan como deben, y aun así nunca será suficiente, y que la próxima vez se haga y lo hagamos mejor. Que prestemos atención a lo realmente importante. A todo esto, y no es algo que no tenga nada que ver, este martes por la noche nos toca contener la respiración. Porque, entre otras cosas, se dirime si una gran parte de esta humanidad decide dar una oportunidad más a la ciencia, a la inteligencia y al sentido común… o a los bocazas que nos dicen que ya les dimos demasiadas.

Mientras tanto, y sea como sea, hagámosle caso al tiempo.

(Foto: dimitrisvetsikas1969)

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