Microrrelatos a quemarropa (XX)

Hemos tardado, han pasado muchas cosas y algunos planes se nos han trastocado. Pero sí, este verano también tenemos microrrelatos a quemarropa. Y no es una edición más, porque con esta cumplimos ya veinte, parece mentira. Los de esta serie han sido escritos en su mayoría durante el segundo trimestre de este año. En un tiempo convulso, y no sé hasta qué punto se notará en los temas, en el tono o yo qué sé en qué más. Pero, como siempre, están escritos con todo el cariño, eso sí, a toda prisa y con la inspiración de la que hemos sido capaces. Van once y estos son:

Eficiencia laboral

‘Y dale a enviar ya’, se escuchó decir desde el piso superior. Entonces, empezaron a vibrar los móviles antes de explotar. En segundos, la oficina estaba desalojada, todos los empleados habían salido despedidos por las ventanas. Desde las demás plantas, intactas, sus compañeros miraban los cuerpos inertes sobre el asfalto. Espantados, pero aliviados al fin. Sus departamentos no habían sido afectados, podían estar tranquilos hasta nuevo ajuste. Pero qué tiempos, pensaban. Antes, estas comunicaciones se hacían en persona o te mandaban un correo. Ahora, los equipos de Recursos Humanos trabajan con herramientas más eficientes. Y los despidos son instantáneos, libres y gratuitos.

Expediciones

Cuánto me echaba de menos. Yo desaparecía y ella se pasaba una eternidad sin saber de mí más que por las noticias. Al menos, por lo general, contaban que las expediciones marchaban bien y así no se alarmaba, aunque permaneciera intranquila. Otra cosa sería cuando algo se torciera, informaran de un accidente o, simple pero terriblemente, de una salida de órbita e irremediable pérdida en el espacio. Entonces sí que íbamos a tener un drama y un problema serio. Porque yo no podría soportar su dolor y desolación. Pero si se me ocurriera llamar para tranquilizarla, decididamente iba a ser mucho peor.

Entender el negocio…

  • Desbordado de negativos defectuosos salgo, mire usted.
  • Perdone, no entiendo a qué se refiere.
  • A los trabajadores de su empresa, son todos unos cenizos y unos cretinos.
  • Bueno, es cuestión de saber tratarlos. O quizás es que no conozca bien nuestro negocio.
  • ¿Qué son, una funeraria? ¿Una casa de empeños?
  • Pues no, aunque noticias de muertos sí damos. Y de quiebras y ruinas, también. Pero no se crea, las de vivos ricos que les cuentan a otros vivos lo bien que estarán si siguen siendo pobres, esas se venden muchísimo mejor. Y para eso no vale cualquier optimista.

Nueva imagen

Una calavera, pequeña y con serpientes saliéndole de los agujeros. El nuevo logo de la empresa ilusionaba a la dirección. Lo llevarían los empleados en la solapa y luciría en todas las sedes y delegaciones. Podría no parecer idóneo para una compañía en este negocio, pero denotaría que los tiempos están cambiando. Una comunicación más directa, transparente y decididamente orientada al cliente. El consejo de administración tan solo cuestionó que, mejor que negra, verde pistacho. Una transformación más profunda se manifestaría en el marketing y el catálogo: en lugar de seguros, pasaportes; y en vez de decesos, viajes infinitos.

Otros tiempos, otros modos

Me preguntaba en qué momento se había complicado tanto ser poeta. Y sigo sin obtener respuesta. Antes me salían tan fácil unas coplas o unas redondillas, y era un valor especial que añadía a mi anodina tarea. A decir verdad, los clientes nunca me lo terminaron de reconocer, pero yo me sentía más realizado en mi trabajo. Procuraba regalarles algo bonito y dedicado, apropiado a la ocasión, que nunca esperarían. Pero aquella inspiración desapareció. Serán estos tiempos desnaturalizados o que ya no se ven gorriones en los árboles. El caso es que ahora parezco un simple, vulgar profesional al uso. Los mato deprisa, sin adornos ni delicadezas.

Donde las dan…

Pagaba al asesino por el trabajo realizado y se disponía a comenzar su nueva vida. Sabía que no duraría mucho, por eso guardaba los datos del sicario, que era discreto y eficaz. Cada proyecto lo emprendía feliz e ilusionado, pero al poco se desengañaba. Se cansaba fácilmente. O se encaprichaba con otra, más bella, más rica o que le encendía la chispa que ya no prendía en su actual relación. Y vuelta a empezar. Lo que no iba a sospechar es que alguna vez, solo una, se iban a cansar de él. Ni que los buenos profesionales trabajan para el mejor postor.

Feliz y fatal

De allí nadie volvía normal, decían, por eso me preocupé tanto cuando supe que se embarcaba en esa expedición. El caso es que regresó pronto y, aparentemente, en perfecto estado físico y mental. Hasta más cariñoso y atento que antes. Y vigoroso como nunca, no recordaba noches tan intensas con él. A las pequeñas escamas en el cuello no les di importancia, ni a su nueva manía de enroscarse para dormir. Según le encogían los brazos y las piernas se le unían, ya entendí que algo pasaba. Pero yo, feliz. Se hinchaba por días y me silbaba al oído que era para comerme mejor.

Siempre contigo

Con una piruleta como único consuelo salimos del banco. Es todo lo que dan en estos tiempos. Acudas a pedir un crédito, realizar cualquier gestión o simplemente sacar dinero. Como ya solo hay máquinas, no puedes reclamar ni protestar a nadie. La inteligente pantalla vomita indefectible el mismo mensaje: ‘efectivo indisponible, gracias por su visita’. Y te dispensa la golosina, recordándote que el palo puedes devolverlo en cualquier sucursal. En la pared del edificio, la manida leyenda: ‘Siempre contigo’. Y ciertamente, nunca nos han abandonado. Es más, después del último cataclismo financiero planetario, aquí sólo quedamos ellos y nosotros. Y nos necesitan todavía más…

Centro de noche

Mañana podrá comprarle sus malditos cuadernos a Ramón para que les escriba poemitas a las chicas. Pero que no le falten los gin-tonics; a mí, güisqui del bueno; don Gonzalo se conforma con que haya fútbol y cervezas; Martita, contenta con sus daiquiris y sus Rolling; Mari Tere, con la Carrà y el bailoteo… lo que pida esta clientela desfasada. Siempre a punto los petas y la salita para el fumeteo, el reservado para previsibles deslices… Eso sí, imprescindible la provisión de oxígeno. Hay centros de día, pero Pablo regenta este de noche. Lo estupendo que lo pasamos. Y lo barato que le saldremos al Estado.

Clase de Ciencias

¿Para qué demonios sirve saber que se llaman coleópteros? Vaya cosas inútiles nos enseña este profesor: Newton, el electromagnetismo, los epicentros… menudos rollos y no me entero de nada. Lo que yo quisiera que me explicara bien es por qué entro en caída libre cada vez que me mira; que el suelo y mi silla se muevan irremediablemente hacia él cuando habla en clase; o de dónde me viene ese temblor súbito, desenfrenado, apenas lo siento cerca. Yo ya descubriré, con él, si lo que agita mi cuerpo y me anima las noches son luciérnagas vivarachas o mariquitas nerviosas. Esa sí sería una buena lección.

Cambios de tiempo

Y mucha, muchísima mala hostia tenía ese viento enfurecido que sobrevino a traición, nos tiró de espaldas y me arrojó la arenilla a los ojos. Antes fueron la avería del funicular, tres terroríficas horas suspendidos; y el incendio en el restaurante, que nos hizo salir despavoridos. Era nuestra primera cita, y no podía estar saliendo peor. Ella parecía resignada, pero yo sabía que no era mala suerte. Me rehíce como pude, miré al cielo insólitamente encapotado una tarde de agosto: ‘¿no me habías implorado, en nuestros últimos y tristes días, que no me quedara solo en esta vida?’ Entonces se puso a llover…

Y hasta aquí la XX edición. Podéis ver todos los microrrelatos a quemarropa, aquí Microrrelatos a quemarropa – Byenrique

Deja un comentario