Muchos años de muerte

“Que Dios te bendiga”, se despedía George W. Bush de Karla Faye Tucker. Era el final de un discurso televisado en el que el entonces gobernador de Texas le negaba la clemencia en el último minuto a aquella mujer negra que había rehecho su vida 15 después de cometer un crimen, pero debía terminarla inexorablemente para cumplir con la impoluta e implacable Ley de la que tantos políticos y ciudadanos de este país presumen. Era 1998, Bush llegó dos años después a presidente, estuvo ocho, pasaron y estamos en los tiempos de Obama. Da igual. No han podido. Esta noche hemos constatado –aunque ya lo sabíamos- que nada ha cambiado en ese país. Por mucho que este sea un caso de tantos Pena de muerte en EE UU en cifras, El País, por mucho que Clint Eastwood lo haya reflejado magistralmente, y nos sepamos ya casi de memoria el funcionamiento de esa maquinaria siniestra, a cualquier persona cabal no puede menos que pasmarle y repugnarle. Que te pases tres o cuatro horas en la camilla, con el pijama mortuorio, esperando si el Supremo acepta el último y desesperado recurso, o que el gobernador del estado –en este caso Georgia– se digne a perdonarte. Y todo el mundo sabe que al final va a ser que no, que esto no lo paran ni un millón de firmas ni la UE ni el Papa ni el propio Jimmy Carter en su propia casa. La Ley hay que cumplirla para que seamos fuertes y libres. Te dejan dar el último discurso –“yo no maté a vuestro hijo, no iba armado, no hice eso”- y sólo falta que la sala se ponga al aplaudir. Por lo menos, a Troy Davis ningún político ha tenido la cara de decirle “que Dios te bendiga”. Ya está muerto en nombre de la Ley.

P.D. Este post no puede llevar foto, no voy a molestarme en buscarla, y además no podría ser nada digestiva.

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