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Ha sido un año de tanto y de mucho más, de nombres, momentos, hazañas y desgracias. Pero por encima de todos, me parece justo decir que ha sido el año de Haití. O también se podría decir que todo el año ha sido Haití. De principio a fin, de enero a diciembre, de invierno a invierno, doce meses que viajaron por la tragedia, la esperanza y la frustración. Estamos acostumbrados, en los tiempos de hoy y al ritmo informativo de hoy, a que una noticia –me refiero a las grandes noticias- duren como mucho dos días a toda llama y después se vayan apagando, van dejando las portadas par dar paso a las que vienen, se difuminan y al final, inevitablemente, tenemos que revolver en el fondo de los buscadores si queremos volver a saber de ellas o simplemente ponernos al día. La del terremoto del 12 de enero tuvo fuerza para mantenerse un mes en primera plana, todo un record en nuestro mercado mediático. Después, nunca terminó de salir del hit parade. En parte, porque hubo quien se preocupó de que el nombre de Haití siempre estuviera presente –recordemos las viñetas de Forges o iniciativas como Mezclando por Haití, de Carlos Jean. Y en parte, porque el país y su desdichada circunstancia siguieron produciendo noticias para el consumo global. En los meses posteriores al desastre, medio atenuado el impacto y empezando a cicatrizar las estadísticas, nos llegaron mensajes de esperanza. La ingente ayuda humanitaria recibida iba a posibilitar no ya la reconstrucción, sino la construcción (sin prefijos) de un país totalmente nuevo. Además del trabajo en infraestructuras, se iban a sentar las bases de una sociedad civil, un sistema económico sostenible y una gestión responsable, en fin, todo lo que esta mitad de la isla nunca había tenido. Había hecho falta todo ese trance de dolor para que la cenicienta del Caribe se convirtiera en princesa, pero por lo menos iba a ser princesa al fin. Leí entrevistas, declaraciones, informaciones que alentaban el optimismo, la comunidad internacional estaba funcionando por esta vez Haití seis meses después, Unicef. Creíamos que salía el Sol pero el cielo volvería a oscurecerse a mitad de año. Primero fue saber que con toda esa ayuda, todo ese dinero, todavía no había sido posible dotar a la población que vivía a la intemperie de instalaciones básicas para soportar la temporada de lluvias y huracanes, que claro, siempre se ceban con quien menos medios tiene para defenderse. Después llegó la frustrante sucesión de acontecimientos. En otoño ya sabíamos de la epidemia de cólera que no podía extenderse y se extendía y se extiende, de la foto de aquella mujer desnuda agonizante, de que si el brote procedía del contingente nepalí de ayuda, que si el perro flaco y las pulgas, y ya el espectáculo de las elecciones nos sumía en el desánimo más profundo. ¿Este era el país nuevo que íbamos a hacer emerger de las cenizas? De cómo están las cosas por allí dan idea noticias como esta, simplemente de hoy Hoy en Haití, 20 minutos Si, Haití ha protagonizado tristemente 2010, de principio a fin, y desde luego aquí nos encargaremos de que su nombre siga sonando en 2011 y no dejaremos de empujar para que aquellas promesas se cumplan. Para este país y para esta gente va a ser nuestro post de Navidad.
Y una canción: George Michael & Elton John, Don Let The Sun Go Down On Me. YouTube
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