El consejo de los más altos se había citado para escuchar a los de media estatura, y esta vez los enanitos estaban invitados a la reunión. Se trataba de conocer a la nueva mascota (1) y era un buen motivo para hacer partícipe a toda la empresa. Los de media estatura, muy solemnes, abrieron la caja que traían y todos se quedaron un rato mirando, estudiando lo que de ella salía. Aquí en este punto bien podía haber sucedido que todos se pusieran a aplaudir y se abrazaran a la mascota y a sí mismos, sin que nadie se atreviera a avisar de que el Rey iba desnudo. Pero esta vez no fue así. Alguien creyó ver en el más alto de los altos una mueca rara y en seguida dio un paso atrás. Los de al lado le vieron y le siguieron raudo. Los de media estatura se quedaron inmóviles primero, y segundos después soltaron la caja con cuidado de que no sonara demasiado al chocar contra el suelo. Empezaron a mirar para otro lado. Los enanitos estaban confundidos pero ya en seguida el más avispado se puso a hablar de otra cosa. A quien más y quien menos, alto, bajo o de 1.75 de nómina, le surgió una llamada, una gestión urgente o simplemente tuvo que ir al baño sin dilación. Y ahí yacía el engendro, largamente anhelado y ahora sin embargo ignorado por todos, apartadas las vistas de él, postrado y abandonado en mitad de la sala de juntas, un apestado en la corte de los infalibles. El parto estaba hecho pero ahora nadie se hacía cargo de la criatura. Entonces uno de los altos sugirió que no podían quedarse ahí pasmados, que había que arreglar eso cuanto antes y se ofreció a darle de comer. Uno de los enanitos se arrimó al bicho, compadecido, y empezó a acariciarlo. Uno de los de media estatura apuntó que aunque sí, un tanto deleznable de aspecto, el animal se movía con cierta gracia. Entonces los demás en la sala asintieron y se marcharon satisfechos. Ya estaban fichados los tres responsables de la cagada (2).
(1) Claro, la mascota en cuestión bien podría ser la presentación interna del proyecto de nueva imagen corporativa; o de las líneas maestras de la campaña de lanzamiento de Furuflus 3.0; o del estudio de reputación de marca, contratado a una empresa independientemente y recién concluido; o una “sonora” portada del diario de ese día. Siempre puede salir un patito aparentemente menos bonito que los cisnes que a todos nos gusta ver en el lago.
(2) Otro posible final sería que, ante la espantada general del personal, el más alto decide tomar las riendas y pregunta directamente: ¿quién es el autor de esto? A lo cual siguen unos segundos terribles de silencio y tensión. Cuando al final uno de los de media estatura con voz trémula se atreve -“señor, he sido yo”-, los demás respiran, ya son hombres libres en Roma. Entonces, el elevado le espeta: “felicidades Bermúdez, buen trabajo, esta será nuestra mascota”. Y a todos se les cambia la cara. El patito no era tan feo, merecía la pena dar la cara por él.
Hasta aquí la segunda entrega, la moraleja –o las moralejas-, en próximos capítulos.