Show must go on

Michael Schumacher ganó el Gran Premio de F1 de San Marino en 1994, en el circuito de Imola, imponiéndose en una segunda salida después de que la primera fue suspendida a raíz del accidente que costó la vida a Ayrton Senna. En la sesión de entrenamientos del día anterior se había matado el piloto austriaco Roland Ratzenberger. Este año, días antes de comenzar la Copa de África de fútbol, la selección de Togo fue tiroteada durante media hora por un grupo terrorista, fallecieron tres miembros de la expedición y claro, a los supervivientes no se les quedó el cuerpo como para empezar la competición. A alguna selección le asaltó la intención de solidarizarse y retirarse también pero finalmente decidieron jugar y el torneo se disputó sin Togo, que posteriormente recibió una sanción “ejemplar” de la FIFA por su deserción. Podríamos citar muchos otros ejemplos hasta el de ayer, con el accidente mortal de Tomizawa en el Gran Premio de Moto 2 en Misano, previo al de Moto GP, cuyo ganador lloraba el podio mientras los demás pilotos no tenían ganas de hablar de la carrera. El otro día, escribiendo sobre la serie Espartaco, hacíamos un paralelismo entre los tiempos de los romanos y estos de hoy, y decíamos que al final no eran tan diferentes en no pocas cosas. Sí, sería exagerado llamarles esclavos a estos deportistas de élite dado lo que ganan y la vida que se pueden permitir más allá del esfuerzo que han de realizar y cuyo mérito aquí nunca vamos a negar ni cuestionar. Pero está claro que ellos no son los dueños del circo sino los títeres, y pase lo que pase el espectáculo debe continuar. Porque el negocio no se puede parar.