Stall… mi admiración y respeto, querido Richard, que no me resisto hoy a escribirte unas líneas. Pero ante todo tengo que decirte que no me parece compatible considerarse un “activista” por la libertad y al mismo tiempo desear la muerte de quien sostiene un modelo diferente al tuyo. Tú has creado –o has dado lugar a que otros muchos creen- un sistema innovador y legítimo en el desarrollo y la distribución de software, que ha ofrecido alternativas, ha solucionado problemas y ha mejorado la vida de muchas personas en el mundo. Defiéndelo, argumenta sus ventajas, propón y facilita que lo elija quien quiera, felicítale, regálale una piscina si quieres. Pero no pretendas imponerlo –o que lo impongan-, que es lo que se deduce de las declaraciones tuyas que leo hoy. Muchos amamos la libertad, pero si nos la imponen, como que ya no nos va a gustar tanto porque a lo mejor pensamos que ya no es libertad. En la vida, como en los negocios, cada uno tiene derecho a crearse su modelo, unos pueden tener éxito y otros fracasar, unos modelos te pueden parecer más sociales y otros más mercantiles, al final el mercado elige, el usuario elige, y pone en la balanza muchas cosas, y lo que más pese en ella es lo que le lleva a decantarse por un producto o por otro, por una firma o por otra, por un modelo o por otro. El tuyo se ha ganado merecidamente todos los adeptos que hoy tiene en todo el mundo, pero de verdad, a mí no me gustaría nada ¿y les gustaría a ellos? que me impusieran tu modelo ni el de Microsoft ni el de Apple. Y mucho menos que me lo dictara mi gobierno. Tú mismo dices que la libertad es poder elegir, pues eso, deja que cada uno elija y te rogaría no faltes ni llames tonto al que no elija lo mismo que tú. En fin, yo sí uso teléfono móvil, me conecto profusamente a Internet, no tengo iPod pero podría tenerlo, estoy inequívocamente en contra del canon digital y a la SGAE buenos palos le he dado aquí, eso sí, no me parece solución que los fans le den una propina a los artistas, en fin, he usado Mac, Windows, GNU… y te aseguro que no me siento ni limitado, ni agredido en mi libre albedrío ni engañado. Y tampoco me veo antiguo. Puedo escucharte, me puede gustar tu discurso, o parte de él y luego escuchar otra cosa, pero no tengo por qué seguirte. Nadie me tiene que decir lo que está bien y lo que Stallman, querido Richard.