Hoy, sin mucho rigor teórico, me voy a recrear en algunas “perlas” o “casos verídicos” que acontecen cuando organizas una rueda de prensa.
Empecemos, por ejemplo, por una cita para la historia: “Hasta que no vengan La Vanguardia y El Periódico no empiezo” (pronunciada por el portavoz principal de la compañía convocante, pasada media hora de la fijada para el comienzo de una rueda de prensa en Barcelona).
Otro episodio recurrente: Cinco minutos antes de la hora de convocatoria, todo preparado, tu listado de medios confirmados bien presentadito. Entonces el personaje principal de la rueda de prensa (generalmente un ejecutivo medio-alto, ávido de baños de multitudes) se te planta en la puerta de la sala del hotel, justo donde toca recibir a los periodistas. Se palpa la tensión. Miras el reloj, falta un minuto. No viene ni God. Tú empiezas a sudar. Él a torcer el gesto. Pasan cinco minutos, hay un fotógrafo. Por las escaleras bajan tres. No te suenan. Van al baño. Diez minutos, dos periodistas y un amiguete, sientes el aliento del ejecutivo en el cogote. Y sus ojos como clavos en tu nuca. Vais a ser cuatro gatos, y personas a lo mejor incluso menos. Te parece –y seguramente es cierto, según he reflexionado muchas veces- como si el súbito pase al frente del personaje en cuestión hubiese generado un campo magnético adverso, una corriente negativa, de manera que el redactor del diario nacional que confirmó su asistencia recibió esa misma mañana una llamada para hacer aquella entrevista con el secretario de Estado que pidió hace meses; el del diario económico recibió una convocatoria aplastantemente ineludible de Telefónica; el del otro diario económico tuvo que cubrir un acto de otro compañero que se puso malo; al del semanario líder del sector se le complicó el cierre; el de la revista nicho-sectorial se confundió de día; el de la revista profesional-colateral se cayó por las escaleras. El free-lance que nunca te fallaba tuvo que vacunar al perro. Y tú compuesto y sin audiencia. Te pones el casco, no sabes si bastará.
Sí, a mí me ha pasado. ¿Mi record? En Las Palmas. Confirmados: 15 medios. Asistentes: tres fotógrafos. Del personaje fatídico ni me acuerdo el nombre, era el presidente del partner local de mi cliente. Le conocí diez minutos antes de empezar la rueda de prensa, fue aparecer él y torcerse todo. A lo mejor no fue campo magnético. Le apestaba el aliento a distancia. No le he vuelto a ver, ni supongo que él querrá saber de mí. Pero el momento fue inolvidable, por Dios.
Otra frase para la historia, esta de un Señor (con mayúsculas) director de Comunicación, un día antes de una rueda de prensa convocada para un viernes por expreso capricho de un directivo de la compañía: “Habéis considerado más relevante que asista el rector (era con una universidad) a que asistan periodistas”. En efecto, asistieron 14, en lugar de los 40 que el directivo se figuraba que debían asistir. No, no le convenció el argumento, ni mucho menos. Pero al menos uno se sintió arropado.
Y para terminar por hoy, otra genial, de un alto directivo de una gran empresa que había organizado una rueda de prensa conjuntamente con otra gran empresa. Éxito total, gran asistencia, buenas preguntas, mensajes bien transmitidos. Al final, al verle serio y con gesto preocupado, le pregunto al directivo en cuestión (que no era mi cliente), y me espeta: “No, si todo muy bien, lo que pasa es que, más que lo que lea la gente mañana en la prensa, nos preocupa lo que lea nuestro jefe”.
Seguiremos…
«el súbito pase al frente del personaje en cuestión hubiese generado un campo magnético adverso, una corriente negativa.» A ver si va a ser la pulsera hologràfica esa…