El pamperío a la luz

El Estrecho de Magallanes puede cruzarse a la brava o por el mejor sitio. Pero entonces hay que prepararse para hacerse unos cientos de kilómetros de pampa hasta dar con el punto más angosto. Aún así, te deja sus credenciales, no tienes que acudir a bautizarte porque él mismo  te lo hace de un golpe certero que te deja chorreando de asombro y de frío. Ni rastro de aquella miel. La pampa es desolación a la intemperie, carreteras infames y paisajes y horizontes que no se terminan. Una frontera que parece de los tiempos de guerra, más todavía cuando te ves frente a un funcionario ruso, impasible, desesperantemente lento, que recuerdas de alguna película. ¿Dónde me he dejado la miel? La pampa inhóspita evoca tus peores pensamientos, no los canallas, quiero decir los existenciales, los que te ahogan. Nada de la nada, vacío en el vacío. Menos mal que a veces te despierta un claxon, lo más humano posible allí, y es una pareja de guanacos cruzando la carretera, menos mal. Imposible encontrar miel por aquí. Punta Arenas vive aterida de espaldas al mar, al Estrecho de marras; en media hora se llena, te dicen, entonces vamos a darle una oportunidad, pero no, pasan  más de dos horas y no hay más cera ni podría arder. Puerto Natales al menos le pone buena cara al frío, casas de colores, estamos en un país con buena nota, acabo de escuchar, pero la presidenta va a mediar para que su mejor tenista juege la Davis. Se hacen tapillas en un minuto, voy a ver. Y mientras tanto, póngame una Szot, por favor.

Deja un comentario